autoría desconocida
arte de Verónica Calandra Martins
Cuando María huyó a Egipto, llevando al Niño Jesús en sus brazos, las flores del camino se abrieron al paso de la sagrada familia.
La lila levantó sus ramas orgullosas y emplumadas, el lirio abrió su cáliz. El romero, sin pétalos ni belleza, se entristecía, lamentando no poder agradar al Niño.
Cansada, María se detuvo junto a un río y, mientras el niño dormía, lavó su ropa. Luego miró a su alrededor, buscando un lugar para extenderlos.
“El lirio se romperá con el peso y la lila es demasiado alta”, pensó María.
Luego las colocó encima del romero, y él suspiró de alegría, le agradeció de corazón la nueva oportunidad y mantuvo la ropa al sol toda la mañana.
María, contenta de ver que ya estaban secos, dijo:
– ¡Gracias, amable romero! De ahora en adelante vestirás flores azules, para que recuerden el manto azul que llevo puesto. Y no solo te daré flores en agradecimiento, sino que todas las ramas que sostenían la ropa del Niño Jesús serán fragantes. Bendigo tallo, hoja y flor. A partir de ese momento olerán a santidad y emanarán alegría.
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