por Ruth Salles
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Hace un tiempo me adentré en el libro de Fritjof Capra “El Tao de la Física” y leí sobre la diferencia entre la física clásica y la física cuántica: el universo de Newton, formado por partículas atómicas materiales, y el universo de los físicos posteriores formado por ondículas subatómicas. Incluso se burlaron de Einstein (no en este libro), diciendo que, para él, el universo se componía de partículas los lunes, miércoles y viernes, y de ondas los martes, jueves y sábados. A ver cómo sufría la cabeza de los físicos con los nuevos descubrimientos. La mía, pues, sin ser la cabeza de un físico, giraba como un trompo.
Pero, aun con la cabeza dando vueltas, o por eso, me vino la siguiente idea:
El LENGUAJE con el que nos comunicamos, o incluso con el que expresamos nuestros pensamientos, sigue siendo el lenguaje de la mente llena de representaciones de la realidad concreta, vista y sentida, que logramos absorber.
Pero, el LENGUAJE que habla de la Gran Verdad que está en la base de todo, ah, ese lenguaje no cabe en las palabras que todas las personas están acostumbradas a pronunciar.
Quizás por eso los orientales usan mantras, secuencias o sílabas con fuerzas internas.
Quizás por eso, hace muchos años, sentí que, al pensar en cada familiar o amigo, debía cantar intuyendo una secuencia de sonidos para cada uno. No en tu presencia, sino mentalmente, para “regar y hacer florecer” tu verdad interior. Sentí, entonces, que cada uno necesitaba una secuencia diferente de sonidos.
¿Hay realmente algún sentido en todo esto? ¿Quien sabe?
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