Mi Navidad, mi Cuaresma, camino a la Pascua

 

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Reflexión…

por Ruth Salles

En Navidad, nací. Nací con la conciencia, cada año mayor, de que soy un ser espiritual.

Pero y ahora? Ahora estoy plantado en el mundo como una persona muy enredada, muy complicada, y ¿cómo voy a hacer que cuente mi descubrimiento de este nuevo nacimiento?

Un monje contemplativo decía que cuando Dios nos creó, fue como si pronunciara un sonido específico para cada uno, y ese sonido, si lo pronunciamos, es decir, si lo fuéramos, lograríamos lo que Dios pretendía de nosotros. Pero, ¡ay!, ¡cuán fuera de tono con ese sonido primordial, qué intrincada madeja de sonidos formé! En el fondo, sin embargo, a veces escucho el sonido real. Ah… Y trato de cantarlo. Siempre lo intento.

Cuántas veces afirmé mi personalidad, expandiéndola en direcciones equivocadas, como en un verdadero carnaval interior (¡Carnevale! ¡Salva la carne!). Es, en efecto, es como si en esos tres días atravesáramos las tres densas esferas que tenemos dentro de nosotros, la mineral, la vegetal, la animal. Así que ahora que cada año crece en mí la conciencia de que soy algo superior, sigo, como en el desierto, a vivir mis cuarenta días de Cuaresma.

Sí, como decía santa Teresa de Ávila, la primera etapa de la oración es la oración del autoconocimiento. Tengo que conocerme a mí mismo y, para eso, me vacío de todos los llamados externos, opiniones, conocimientos. Hago, paso a paso, mi desierto. Y con cada paso, me veo más claramente. ¡Ay, qué susto, Dios mío! ¿Es este ser difícil al que tengo que enfrentarme? ¿Es esta especie de cabeza de Medusa la que yo, Perseo, tengo que conquistar? Sí, porque el rostro de Medusa siempre se representa –como lo hizo Benvenuto Cellini– como el rostro del héroe. Oh, ahí está ella, con su cabello de serpiente, como si todo su conocimiento adquirido estuviera luchando en la confusión. ¡Tranquilo, Perseo! ¡No mires a Medusa a la cara, de lo contrario quedarás petrificado! Pues, fijando mi mirada y preocupación en mi “viejo” y enredándome en él, olvidaré el siguiente paso a dar. ¡Pero no! ¡Miro a Medusa a través de su reflejo en el brillante escudo protector de la fe, de la visión espiritual de la vida! Y logro, de esta manera, cortarle la cabeza, que ya no me domina.

Y el desierto se hace más y más ancho. Tengo sed y hambre, y me persiguen las tentaciones:

– ¡Dile a estas piedras que se conviertan en pan!

¡No! Sé bien que la piedra de mí no cambia tan fácilmente en un alimento tan importante. No. Es una ilusión querer cambiar tan rápido. Mejor que pensar en ser pan maravilloso es escuchar cada palabra que sale de la boca de Dios, escuchar el sonido, ese sonido de mi que me fue dado para cantar solo. En esto voy a firmar.

– ¡Tírate desde aquí y los ángeles te apoyarán!

¡No! Así que terminar violentamente es una tontería, es abusar de la Divina Providencia. Mi “viejo” tendrá que seguir muriendo porque ya no lo necesito, por falta de uso, por abandono natural y paulatino.

- ¡Te daré todo si me adoras!

¡No no! No me gusta esta madeja de sonidos desafinados y su riqueza mezquina. Sólo adoro la suprema armonía de Dios en su realización, que también contiene la mía.

¡Vete, tentación, los ángeles ya me alimentan, ya preparan mi Pascua, mi paso por el Mar Rojo, de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida!

Cuaresma de 1990

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