1 de abril de 2018

Pigmalión

 

[print-me target="body"]

 

obra de Bernard Shaw

adaptación de Ruth Salles
basado en la traducción y adaptación de Miroel Silveira (década de 1940)

NOTA

George Bernard Shaw (1856-1950) fue un importante escritor irlandés, que luchó por los derechos de la mujer y contra la explotación de las clases trabajadoras. Fue periodista, ensayista, novelista y dramaturgo. En 1925 se le concedió el Premio Nobel de Literatura, que quiso rechazar, ya que no le gustaban los honores públicos. Su esposa, sin embargo, logró que lo aceptara como un tributo a su tierra natal, Irlanda. Sin embargo, rechazó la cantidad y pidió que se usara para financiar la traducción de libros suecos al inglés.

Dos grandes obras de Bernard Shaw fueron “Santa Joana” (sobre Juana de Arco) y Pigmalión. La palabra Pigmalión proviene de una figura mitológica, un hombre que no apreciaba a ninguna mujer y que tallaba una tal como la concebía. Enamorándose de ella, logró darle la vida. La obra de Shaw es la historia de un experto en fonética que descubre a un florista ambulante, casi mendigo, cuya verborrea está llena de jerga. En un desafío para sí mismo y para un amigo, decide convertirla en una dama de clase alta. “Pygmalion” también se basó en la conocida película “My Fair Lady”.

Como la obra era demasiado larga para un alumno de octavo grado, traté de condensarla un poco y aumentar la cantidad de personajes debido a la cantidad de estudiantes en la clase. La jerga también necesitaba ser modernizada, ya que las dos adaptaciones existentes se realizaron en los años 40 y 60. Miroel Silveira hizo que la obra se desarrollara en Río. Ya Millor Fernandes lo dejó pasar en Inglaterra. En cuanto al texto, me basé en el de Miroel Silveira. Este muestra percibir diferentes formas de hablar de diferentes barrios de Río. Preferí no ubicar la obra en un lugar especial y hablar de las diferencias en hablar del nordeste, gaucho, mineiro y capixaba. El nordeste, el gaucho y el mineiro, así como un inmigrante italiano (o un inmigrante), sólo aparecen en el Acta Primera. Los que vienen del Espíritu Santo permanecen en la obra. De ahí sus diversos términos, como "se echó a perder", "es demasiado", "paja", "zapatos", "secadora", "café sin dulces", "para tirar", "dañado", "desperdicio". , "cuál es el". Aparece después un caipira con su lenguaje del campo.

Escribí la letra de una canción para cantar al final de la pieza, la melodía la puede crear el profesor de música.

ruth salles

 

CARACTERES

Henrique Mascarenhas - fonetista
Hilda Mascarenhas, su hermana
Hortênsia Mascarenhas, su otra hermana
Doña Cándida, su gobernante
Joanita Mascarenhas, su madre
Dalva, la criada de su madre
María, la copero de su madre

Doña Marieta Rivadavia
Clara Rivadavia, su hija
José Rivadavia, su hijo

Coronel Guimarães
Elisoana Garapa (Elisa)
Eliseu Garapa, su padre

portero de teatro
Primer transeúnte resguardándose de la lluvia
Segundo transeúnte resguardándose de la lluvia
Mujer resguardándose de la lluvia
los que bailan
los que cantan

 

PRIMER ACTO

Puerta de un teatro en la noche. Cae una lluvia torrencial de verano. Desde varios puntos, gritos y silbidos piden taxis. Los transeúntes corren buscando refugio bajo la marquesina del teatro. Entre los refugiados hay una mujer y su hija, además de un joven vendedor de flores, medio mendigo y el portero del teatro. Todos miran la lluvia, excepto un hombre que está a un lado, pero cerca de la audiencia, tomando notas en un cuaderno.

CLARA RIVADAVIA: – ¡Me estoy congelando, mamá! ¿Dónde terminó José? ¡Han pasado unos 20 minutos desde que saliste en busca de un taxi!

DOÑA MARIETA RIVADAVIA: – No ha pasado tanto tiempo, Clara, pero ya podría haber regresado.

CLARA RIVADAVIA: – ¡No tiene tiempo, madre!

PORTER: – Vaya, pensé que me iba a tomar un descanso, pero nada, solo. El camino es no salir de aquí hasta que pase este tren. Si tuviera una taza de café, le daría un giro.

HENRIQUE MASCARENHAS (el hombre que toma notas, dice inmediatamente): – Ya vi que es de Minas Gerais.

PRIMER PASAJERO (ni siquiera cierra su paraguas, porque la lluvia es ventosa, y se refugia allí): – ¡Barbaridadê! ¿A cambio de tanta agua? ¡Ah, si tuviera mi bagual aquí, saldría con él en el galopê, como solía hacer en Querência, Brasil!

HENRIQUE MASCARENHAS: – Este es de Rio Grande do Sul (y escribe rápido).

SEGUNDO PASANTE: – Acércate, hôme. ¡Ara, enójate, no! (se escucha un trueno) Aquí parpadea salvajemente. Ojalá tuviera mi cobija de cuero, mi coraza y mi rodillera y también me subiera a la cuarta, como si fuera a correr tras el buey cuando se balancea.

HENRIQUE MASCARENHAS: – Este es del nordeste (y anota rápido).

JOSÉ RIVADAVIA (llega todo mojado): – No hay taxi, mamá. salió mal Mis zapatos están empapados. ¿Alguien tiene una secadora allí?

HENRIQUE MASCARENHAS (señalando): – Gente del norte del Estado de Río; o bien son del Espíritu Santo.

CLARA RIVADAVIA: – Me siento insultada. ¡No tengo fe en ti! ¡Ni siquiera para traer un taxi! ¡Que desperdicio!

JOSÉ RIVADAVIA: – No sea paja, hermana. ¡Voy de nuevo!

(Sale corriendo bajo la lluvia y choca con la florista, que estaba en la esquina, y sus flores caen en el charco.)

ELISA GARAPA (la florista): – Divagar con los platos, Sr. Zé. En una visión, ¿no?

JOSÉ RIVADAVIA (habla y sale corriendo): – ¡Perdón, niña, fue sin querer!

MUJER QUE SE REFUGIA DE LA LLUVIA: – Ma che succede con esta poverella?

HENRIQUE MASCARENHAS (señalando): – Inmigrante italiano.

CORONEL GUIMARÃES (se resguarda de la lluvia y habla con la florista): – ¿Qué pasó?

ELISA GARAPA: – Fue ese Zé, que me dio un empujón y luego se fue. Justo hoy que no clasifiqué la plata de nadie.

CORONEL GUIMARÃES: – Yo te ayudo a conseguir todo, niña.

ELISA GARAPA: – Gracias, joven. A uno le falta.

DOÑA MARIETA: – ¿Cómo sabe que mi hijo se llama José?

ELISA: – No sé. Es solo que llamamos Zé, o Mané, a cualquier tipo que se presente. ¿Pero entra la señora con alguien que me ayude?

CLARA: – ¡Era justo lo que se necesitaba!

DOÑA MARIETA: – ¡Clara, esa soy yo! Chica, no tengo cambio, solo tengo veinte.

ELISA: – Tití león me cambio. Hola, señora. (dar cambio)

CLARA: – ¿Eso es todo?

DOÑA MARIETA: – Está bien.

ELISA: – Son todos diez reales, niña. No quiero trollear a nadie. ¿Verdad, señora? ¿Siempre haces puntadas por aquí? (se vuelve hacia el Coronel Guimarães): – ¿Y usted, General, no me comprará frozinha?

PORTERO: – Inténtalo, niña. Hay un tipo ahí tomando notas de todo lo que estamos diciendo.

(Todos se vuelven hacia Henrique Mascarenhas.)

ELISA (asustada): – ¡Vaya! ¿Y? Pago una licencia para vender flores en la calle. Solo soy una chica heterosexual. Solo soy familia.

HENRIQUE (ve que todos se vuelven hacia él y se quejan.): – ¡Vamos! ¿Quién te crees que soy, cretino?

ELISA: – Ay, general, no deje que el policía me meta en la cárcel. Solo soy una chica heterosexual, solo soy una familia.

CORONEL GUIMARÃES: – Tranquilícese, no es policía. (a Henrique): – Si no es una indiscreción, te fijas en cómo habla la gente, ¿no?

HENRIQUE: - Así es. Soy especialista en fonética y lexicología. Por eso distingo las formas de hablar de sur a norte. El lenguaje cambia de aquí para allá. Y como siempre estoy estudiando el tema, escribo lo que dice la gente.

ELISA: – Bueno, deberías tener vergüenza y no meterte en la vida de la gente, ¿sabes?

HENRIQUE: – ¡Cállate! ¡Quien hable tan mal como tú no debe abrir la boca!

ELISA: – ¡Votar! (cuando habla, Henrique lo escribe y repite la palabra)

HENRIQUE (al coronel): – ¿Ves a esta niña, con ese lenguaje vil, que la tiene en el lodo? Pues bien. En seis meses, podría presentar a este tipo duro en cualquier recepción de la alta sociedad. Diré más: incluso podría conseguir un trabajo como vendedora en una tienda elegante. Me dedico a un trabajo realmente científico sobre fonética.

(Elisa, que estaba agachada recogiendo las flores, levanta la cabeza y escucha lo que oye.)

CORONEL: ¡Pues yo también estudio portugués y dialectos coloniales!

HENRIQUE (entusiasmado): – ¡No digas! ¡Entonces quizás conozcas al coronel Guimarães, el que descubrió la verdadera pronunciación del sánscrito!

CORONEL: – ¡Bueno, el Coronel Guimarães soy yo! ¿Y tú, quién eres?

HENRIQUE: – Henrique Mascarenhas, descubridor del “alfabeto universal de Mascarenhas”.

CORONEL (entusiasmado): – Bueno, sepa que vine de Portugal especialmente para conocerlo.

HENRIQUE: – ¡Y yo quería ir a Lisboa a verte! Aquí está mi tarjeta. ¡Ven a verme mañana!

ELISA (al coronel): – Cómprame una bolsa, general. No tengo dinero para pagar el viaje.

HENRIQUE: – ¡Mentiroso! ¡Ahora mismo tenía cambio de veinte! (piensa un poco). En cualquier caso, tómalo como un regalo (da una nota de diez).

ELISA (contenta): – ¡Gracias, tío!

PORTERO: – ¡Mira! ¡La lluvia ha pasado!

ELISA: – ¡Tomemos el autobús, gente!

(Llega José, sin taxi, y todos se dispersan apresuradamente).

 

SEGUNDO ACTO

Casa del profesor Henrique Mascarenhas, muy confortablemente amueblada. Sobre la mesa donde trabaja hay un estéreo y una grabadora. El coronel Guimarães está sentado a la mesa, sobre la cual hay muchas carpetas.

HENRIQUE (cerrando la última carpeta): - Bueno, creo que ya te enseñé todo.

CORONEL: Estoy impresionado. ¡Yo, que sabía distinguir veinticuatro sonidos vocálicos, estoy devastado por tus ciento treinta sonidos!

HENRIQUE: – Ah, eso se aprende con la práctica, pero… (suena el timbre)

DOÑA CANDIDA (entrando en la habitación): – Disculpe, profesor Henrique, pero sus hermanas están ahí.

HENRIQUE (llevándose las manos a la cabeza): – ¿A esta hora?

(Entran las hermanas, una trae un plato envuelto en una servilleta.)

HILDA y HORTENSIA: – ¡Buenos días, Henrique! (lo abrazan)

HENRIQUE: - ¿Eh? ¡Vaya! Buen día. (cuando miran al coronel) Este es mi amigo el coronel Guimarães.

HORTENSIA (saludos): – Un placer.

HILDA (saludo): – ¿Cómo estás?

CORONEL: ¡Un placer, señoras!

HENRIQUE: – ¿Qué has venido a hacer aquí en un momento tan inapropiado? Estamos hablando de trabajo.

HILDA: Vinimos a traerte un pastel que te hizo mamá, pero si ya nos echas, te lo llevamos.

HENRIQUE: – ¿Un pastel? No, no, quédate un rato. (la campana vuelve a sonar)

DOÑA CANDIDA (aparece de nuevo): – Profesor, ahí hay una chica que quiere hablar con usted.

HENRIQUE: – ¿Una niña? ¿Lo que ella quiere?

DOÑA CANDIDA: – Le dije que usted se pondrá muy feliz cuando se entere de lo que ella vino a hacer aquí.

HENRIQUE: – ¿Por qué, por qué? ¿Es interesante su pronunciación?

DOÑA CANDIDA: – Una cosa horrible, profesor.

HENRIQUE (al coronel): – Vamos a conocerla, ¿no crees? Quién sabe, ¡tal vez grabemos algo! (Sra. Candida): – Hágalos pasar.

(Entra solemnemente la florista Elisa, vestida de domingo, con un sombrero de paja con una pluma azul, una amarilla y una roja. El coronel se conmueve con el aspecto de la joven.)

HENRIQUE: – ¡Bien, bien! ¡Pero es la floristería de ayer! No me sirve. Ya he señalado lo más interesante de su discurso. (a la niña): – Puedes irte. No te necesito.

HORTENSIA: – ¡Hermano! ¿Es esa forma de tratar a una chica? Al menos preséntanosla.

HENRIQUE: – ¡Ve allí! Estas son mis hermanas Hilda y Hortênsia, y este es el Coronel Guimarães. Listo. Puedes caminar.

ELISA: – Te burlas de mí, pero mi dinero vale tanto como el tuyo.

HENRIQUE: – ¿Tu dinero? ¿Pero para qué?

ELISA: – Ayer escuché que me podrías cambiar. Quería trabajar en una floristería, pero nadie me acepta porque no hablo bien. Pero yo pago.

HENRIQUE: – ¿Cuánto?

ELISA: – Ah, mencionaste la plata, la conversación es en silencio, ¿no? Si fueras un tipo inducido, me invitaría a sentarme.

HENRIQUE (al coronel): – ¿Qué le parece, coronel Guimarães? ¿La hago sentar o tiro a ese sinvergüenza por la ventana?

ELISA (asustada): – No quiero que me llamen así. Solo soy familia.

HILDA: – Henry, ¿cómo tratas así a la niña? ¡Qué horror!

HENRIQUE: – ¿Esta cosa?

HORTENSIA: – ¿Cosa? Entonces, para ti, ¿la mujer es una cosa, un objeto? (a Hilda): – Vamos, Hilda, este hermano nuestro no tiene camino.

HILDA: - ¡Machista!

HENRIQUE: – ¡Oye, oye! ¡Pero deja el pastel!

HILDA (sale con Hortensia): – ¡Ya tienes demasiado pastel en tu idioma!

HENRIQUE (malhumorado, le grita a Elisa): – ¡Siéntate!

(Elisa retrocede, sobresaltada, pero no se sienta.)

CORONEL GUIMARÃES (amablemente a Elisa): – Siéntese, por favor.

ELISA (se sienta y mira agradecida al coronel): – Gracias, General.

HENRIQUE (más tranquilo): – ¡Di tu nombre!

ELISA: – Mi nombre, en el papel, es Elisoana.

HENRIQUE: – ¿Elisoque?

ELISA: – Me llaman Elisa, pero mi padre es Eliseu y mi madre Joana y querían juntar sus nombres. Soy Elisoana Garapa.

HENRIQUE: – ¡Miseria de nombre!

ELISA: – No te puedes burlar de mi nombre, no. ¿Y los nombres de usted y sus hermanas? Tus padres querían que los tres comenzaran con la letra Agá, ¿crees que no escuché? Henrique, Hilda y Hortênsia, ¡listos!

HENRIQUE: – Cállate, niña traviesa.

ELISA: – ¿Yo? ¿travieso? Mmm…

HENRIQUE: – ¿Y cuánto piensas pagar por clase?

ELISA: – Cinco reales, y es mucho.

HENRIQUE: - ¿Solo?

ELISA (casi llorando) – Oh, hombre, ¿tú crees que soy abuela?

CORONEL: Profesor, me interesa el tema. Si puedes prepararla para esa recepción en la Embajada, ¡te proclamaré la primera maestra del mundo! (a Elisa): No te preocupes, Elisa, yo te pago estas lecciones.

ELISA: – Muchas gracias, General. El shô es un compañero a la derecha.

HENRIQUE: – Está bien. (Llama al gobernante): – ¡Doña Cándida! (ella entra) ¡Dale un baño a esta chica, fregada!

ELISA: – ¡Votar! ¡No! ¡Estoy limpio! (se esconde detrás del coronel)

DOÑA CANDIDA: – ¡Pero, profesor!

HENRIQUE: – No quiero pero, ni medio pero. Y si se queja, dale una bofetada.

ELISA: – ¡No! ¡No! Llamo a la puliça.

HENRIQUE: – Y quemar toda su ropa y encargar un ajuar para ella en la tienda de la esquina. Mientras tanto, vístela con tu propia ropa.

CORONEL: – Piénselo, profesor Mascarenhas.

DOÑA CANDIDA: – Sí, piénselo, profesor. No puedes estar pisoteando a todo el mundo así.

HENRIQUE (hablando en voz baja): – Mi querido coronel, no quiero pisar a nadie. Quiero transformar a esta chica, ayudarla a tomar una nueva posición en la vida. Por eso, ella vivirá aquí.

DOÑA CÁNDIDA: ¿Pero la va a usar para trabajar con ella y no le va a pagar nada?

HENRIQUE: – Aquí tendrá de todo: ropa, comida… y si le doy dinero, se lo gastará en bebida.

ELISA: - ¡Oye! Aguanta esa marimba ahí! ¿Nadie me ha visto borracho, saco?

DOÑA CÁNDIDA: – Vamos, Elisa. Te cuido bien. (abandonar)

CORONEL: Pero, profesor, ¿usted cree que es bueno que ella viva aquí con nosotros?

HENRIQUE: – Con las mejores intenciones. Incluso por qué, no quiero tener nada que ver con las mujeres. ¡Son un horror! Lleno de celos y exigencias. Si el hombre quiere ir al norte, la mujer quiere ir al sur, y se siguen tirando, como si jugaran al tira y afloja. Soy soltero, y soltero me quedaré hasta que me muera.

CORONEL (muy serio): – Pero como yo estoy involucrado en el caso, me siento responsable por la niña. No permitas que se aproveche tu situación de dependencia.

HENRIQUE: – ¿De esta cosa? Pues, para mí será sagrado. Todos mis alumnos son como si fueran de madera, y yo también me convierto en un hombre de madera, está bien. (Ambos regresan a la mesa de trabajo y miran las carpetas.)

DOÑA CÁNDIDA (entra después de unos instantes): – Está bien, profesor, pero ahora quiero hablar con usted.

HENRIQUE: – ¿Qué pasó?

DOÑA CANDIDA: – Quiero que tenga cuidado con el lenguaje que usa con la niña.

HENRIQUE: – ¡Claro! ¡Pero siempre me importa lo que digo!

DOÑA CANDIDA: – No siempre. Con cualquier cosa te vuelves loco.

HENRIQUE: – Está bien. ¿Sólo eso?

DOÑA CANDIDA: – No sólo. También hay que dar ejemplo en los modales y no bajar descalzo o en pijama a desayunar.

HENRIQUE: – ¡Ay, vamos! Derecha. Pero mi pijama, por cierto, huele a benceno.

DOÑA CANDIDA: - Sí, pero si no usas tu pijama como servilleta...

(Vuelve a sonar el timbre. Doña Cándida sale a abrir la puerta.)

DOÑA CANDIDA: – Ahí hay un carretero que quiere hablar con usted. Dice que es el padre de la niña.

HENRIQUE: - Bueno, envía a ese granuja. (Se va doña Cándida.)

CORONEL: Puede que no sea un sinvergüenza, profesor.

HENRIQUE: – Por supuesto que lo es.

DOÑA CÂNDIDA (entra y hace entrar al carretero): – ¡Pase, Garapa!

GARAPA: – ¿Professô Henrique?

HENRIQUE: - Soy yo. ¿Y quién es usted señor?

GARAPA (se inclina un poco): – Eliseu Garapa, tu servidor. Vine a tratar un asunto muy importante.

HENRIQUE (al coronel): – Éste viene del campo, coronel. (a Garapa): – Bueno, habla.

GARAPA: – ¡Quiero saber si mi hija está aquí!

HENRIQUE: – Es bueno que tengas sentimientos paternales. Ella está aquí, sí, y puedes llevártela de inmediato.

GARAPA (asustado): – ¡¿Eh?!

HENRIQUE: – ¿O crees que voy a mantener a tu hija?

GARAPA: – Tengo entendido que el señor enseña a la gente a hablar bien y le enseñará a ella. La fia es mía. Yo la presto, ¿y cuál es mi parte en este fideicomiso?

HENRIQUE: – Entonces el Sr. Garapa quiere extorsionarme. Yo llamo a la Policía.

GARAPA: – Pero, por casualidad, ¿pedí algo de dinero?

CORONEL: ¡Moderen su lenguaje, profesor! (a Garapa): – ¿Cómo supiste que tu hija estaba aquí?

GARAPA: – Fue por el niño que mandó a buscar sus cositas. Yo subo ahí en el buteco.

HENRIQUE: – Ah, en el bar, tomando un par de copas, ¿no?

GARAPA: – ¿Qué te pasa? Buteco es un club de pobres, jovencito. Y tuve que dar mucho dinero para que el niño me dé las cosas que traje en la carreta. Pero, señor, quédese en el lugar de un padre y dígame lo que podría pensar.

HENRIQUE: – ¿Entonces viniste a salvarla? Bueno, ¡puedes tomarlo ahora!

GARAPA: – ¿Quién se la quiere llevar? ¿Dije que lo eras? No quiero arruinar la carrera de la chica, ¿no me entiendes? Solo quiero los derechos de mi padre; ¿Presto a mi hijo para servirle de estudiante a mi hijo y no recibo nada? Di: ¿Qué es cien reales para sinhô?

CORONEL: – Señor Garapa, las intenciones del profesor Mascarenhas son totalmente honestas.

GARAPA: – Si yo sospechara que no, pediría cien, pediría doscientos.

HENRIQUE (al coronel): – En el fondo, veo en él cierta justicia primitiva, coronel.

CORONEL: ¿Pero es correcto darle dinero a este hombre?

GARAPA: – No digas eso, coroné. Soy pobre. Cuando quiero algo, siempre viene alguien a decir: esto no es para tu boca. Y necesito advertirme. A veces necesito musgo, o un calado que hay en la gafiera.

HENRIQUE (al coronel): - ¡Coronel, si decidiéramos enseñar a este hombre durante tres meses, podría ser un ministro notable, un político!

GARAPA: – Muy gardecido, pero no quiero. Estas personas llevan la vida de un perro. Mi situación es mía, de un pobre necesitado. Realmente vemos.

HENRIQUE: – Tienes razón. ¡Te doy quinientos reales en vez de cien!

GARAPA: - ¿Estás loco? El muié es capaz de querer ahorrar dinero. Sólo quiero divertirme un poco.

HENRIQUE: – Entonces toma tus cien reales.

GARAPA: – ¡Gardecido, muchacho! En otro momento.

(Sale pero se encuentra con Elisa, tan diferente y peinada que no la reconoce.)

GARAPA: – ¡Perdón, niña!

ELISA: – ¿Qué pasa, viejo? ¿Estás flotando? ¡Soy yo, Elisa!

GARAPA: – No es posible. ¡Virgen Santa!

ELISA: - ¡Papá! Si vieras lo fácil que es ducharse aquí. Hay grifo de agua fría, agua caliente, cepillo, jabón… ¡Por eso las granfas son fragantes!

GARAPA: – Me voy, fia. Pórtate bien. (a Henrique): – Si quieres cuidarla, tienes que darle unas bofetadas. Inte, mi gente. Vuelvo a verla todos los días. (él sale)

DOÑA CANDIDA: – Elisa, ya llegó la ropa. Ven y pruébalo.

ELISA (saliendo con ella): – ¡Está bien!

HENRIQUE (al coronel): – ¡Coronel Guimarães, qué trabajo tan duro nos espera!

CORONEL: – Hmm… No es bueno pensar.

TERCEIRO ATO

 

Casa da viúva Joanita Mascarenhas, mãe do professor Henrique. O apartamento é bem mobiliado, e esse é o dia em que ela recebe visitas para um cafezinho. Ela está sentada diante de uma mesinha, escrevendo uma carta. Nisso, a porta se abre bruscamente e Henrique entra, sempre estabanado.

DONA JOANITA: – Henrique! Que é que você veio fazer aqui hoje? Você me prometeu nunca vir nas quintas-feiras!

HENRIQUE (beija a mãe): – Eu sei, Mamãe, mas não foi por mal.

DONA JOANITA: – Daqui a pouco chegam minhas visitas, e você tem o dom de se indispor com todas elas. As que se encontram uma vez com você nunca mais voltam.

HENRIQUE: – Prometo não dar um pio. Eu não sei mesmo manter conversas banais.

DONA JOANITA: – Tenha paciência, querido, mas hoje não. Suas irmãs foram ao cinema. Por que você também não vai?

HENRIQUE: – Preciso ficar, Mamãe. É que eu peguei uma mocinha de rua, que só falava gíria, e lhe dei umas aulas e quero ver como ela se sai numa primeira visita. Ela está bem treinada, você vai ver.

DONA JOANITA: – Deus nos acuda! Uma mocinha de rua?

HENRIQUE: – É uma garota que vende florzinhas à noite, perto do teatro. Meu amigo, o coronel Guimarães, também faz parte desse trabalho, e apostei com ele que, em seis meses faço-a ir a uma recepção e passar por uma verdadeira dama. E ela aprende depressa, já sabe até tocar piano!

(Entra a criada, Dalva, após um toque de campainha.)

DONA JOANITA: – Que foi, Dalva?

DALVA: – Dona Joanita, estão aí dona Marieta Rivadávia e mais seu filho e sua filha.

HENRIQUE (levanta-se mal-humorado): – Que chateação!

(Os três Rivadávia também estavam se abrigando da chuva sob a marquise do teatro. São do Espírito Santo.)

DONA MARIETA: – Que felicidade em reencontrá-la, dona Joanita!

CLARA: – Boa tarde, Dona Joanita. A senhora está boa?

JOSÉ: – Boa tarde, senhora.

DONA JOANITA (apresenta seu filho): – Que bom que vieram! Aquele é meu filho Henrique.

DONA MARIETA: – Ah, seu famoso filho, por fim o conheço!

HENRIQUE (sem se aproximar e com ar brusco): – Prazer!

CLARA (interessada em Henrique, aproxima-se dele): – Qual é? Tudo bem?

HENRIQUE (de mãos no bolso): – Já vi vocês em algum lugar. Ah, já sei. Foi há alguns meses, na chuva. Vocês são os capixabas que procuravam um taxi. Pode sentar-se. (vira as costas, vai para a janela e continua de costas.)

DONA JOANITA: – Sinto confessar que meu filho tem maneiras deploráveis. Não reparem, por favor.

CLARA: – Ótimo! Um temperamento diferente é massa!

HENRIQUE: – Hum… Terei sido grosseiro? Não tive intenção. (torna a se virar de costas)

DALVA (entrando): – Dona Joanita, o coronel Guimarães.

CORONEL: – Como tem passado a senhora?

DONA JOANITA: – Bem, obrigada. Estes aqui são dona Marieta Rivadávia e seus filhos Clara e José.

(Troca de cumprimentos. O coronel puxa um pouco a poltrona para perto de dona Marieta.)

CORONEL: – O Henrique já lhe disse a razão de nossa visita?

HENRIQUE (sem se voltar): – Fomos interrompidos, uma droga!

DONA JOANITA: – Henrique! Que é isso?

DONA MARIETA: – Querem ficar sós?

DONA JOANITA: – Não! Sua visita veio em boa hora, pois queríamos lhe apresentar uma nossa amiga…

HENRIQUE (voltando-se, alegre): – É verdade! Precisávamos de algumas pessoas, e essas podem servir.

DALVA (entrando): – Dona Joanita, a senhorita Elisa.

(Henrique vai até Elisa e pega-a pelo braço para apresentá-la à mãe. Elisa está elegantemente vestida. Contrasta com a espaventada florista de antes.)

HENRIQUE: – Esta é Elisa, Mamãe. (fica encostado num canapé e vigiando Elisa)

ELISA (fala com pedante correção de linguagem): – Boa tarde, minha senhora! Como está? Tenho muito prazer em conhecê-la.

(Em seguida cumprimenta os outros. José fica muito impressionado com sua beleza. Elisa senta-se no canapé, com Henrique escarrapachado ao lado. Maria, a copeira, entra com uma bandeja com xícaras de cafezinho.)

DONA JOANITA (à copeira): – Ah, obrigada, Maria, pode passar a bandeja por todos.

DONA MARIETA: – Desculpe, dona Joanita, mas eu só tomo café sem doce.

DONA JOANITA: – Não se preocupe. Hoje não estou servindo nenhum doce.

CLARA (à parte, para a mãe): – Deu ruim, hein, Mãe! Aqui não se fala sem doce, se fala sem açúcar.

DONA JOANITA: – Parece que o tempo está mudando. Acham que vai chover?

ELISA (lembrando uma frase do exercício de dicção): – As baixas pressões, que predominam em toda a região ocidental do país, tendem a se dirigir lentamente para leste. Contudo, desse fato não devemos concluir que venham a se efetuar grandes modificações na situação barométrica.

JOSÉ (impressionado): – Nossa! É massa!

ELISA (não entendendo o termo capixaba): – Falei de maneira errada?

JOSÉ: – Não, absolutamente. Eu quis dizer que é legal você saber tudo isso.

DONA MARIETA (continuando a conversa): – Espero que não comece a fazer frio. Há uma gripe por aí. Em casa, nessa época, ninguém se livra.

ELISA (solene, mas descuidando-se um pouco da linguagem): – Minha tia morreu de gripe. Pelo menos foi o que disseram. Mas essa eu não engulo.

DONA MARIETA: – Como?

ELISA: – Ora, ninguém duvida que lhe tenham preparado a cama! Pois ela escapou sã e salva de coisas piores, por que haveria de morrer de gripe? Teve até difteria. Um dia ficou roxa, a gente pensou que era a sua hora, mas meu pai deu-lhe colheradas de cachaça pela goela abaixo, e ela ficou boa!

DONA JOANITA: – Meu Deus!

ELISA: – Por isso é que essa eu não engulo. Alguém lhe preparou a cama.

CLARA: – Mas, Elisa, que quer dizer “preparar a cama”?

HENRIQUE (mais que depressa): – É que a Elisa fala, à maneira moderna, uma gíria da alta sociedade. “Preparar a cama” quer dizer apressar a morte de alguém.

JOSÉ (rindo): – Sabe, Elisa, estou achando muito interessantes as suas expressões.

ELISA: – Se acha interessante por que está rindo? (a Henrique): – Eu disse alguma coisa errada?

HENRIQUE (consultando o relógio): – Hummm!…

ELISA (entendendo o aviso): – Bem, Vim só dar uma passadinha e já está na hora de voltar para casa. (Aperta a mão de dona Joanita e lhe diz com cuidado): – Gostei imensamente de conhecê-la!

DONA JOANITA: – Eu também. Agora já sabe o caminho.

(Os homens se levantam, menos Henrique. José vai abrir-lhe a porta.)

JOSÉ: – A senhorita permite que eu a acompanhe?

ELISA: – Claro!

JOSÉ: – Então vamos pocar fora, opa, quer dizer, vamos embora! (para a mãe): – Mãe, vou acompanhá-la, depois tomo um ônibus para casa.

ELISA e JOSÉ: – Até logo para todos! (saem)

DONA MARIETA: – Não consigo me acostumar com essas expressões modernas!

CLARA: – Pois eu acho originais e tão cheias de vivacidade!

DONA MARIETA: – Você pode dizer que sou antiquada, mas esse palavreado me parece horrível, não acha, Coronel Guimarães?

CORONEL: – Há controvérsias, senhora. Mas eu passei tanto tempo em Portugal, que também estranhei os costumes e a linguagem ao voltar.

DONA MARIETA (levanta-se): – Bem, já está na hora de irmos, Clara. (Henrique e o coronel se levantam)

CLARA: – É mesmo. Ainda temos de fazer três visitas! Adeus, dona Joanita!

DONA JOANITA: – É cedo, mas não quero prendê-las. Até mais ver, dona Marieta!

HENRIQUE (aproximando-se de Clara, que o cumprimenta, depois de cumprimentar o coronel): – Nas visitas que vai fazer, não se esqueça de aplicar a nova gíria. É muito elegante!

CLARA (toda sorrisos): – Ah, não perderei tempo. Essa linguagem de gente antiquada dá até gastura.

HENRIQUE: – Se dá! É um chute!

CLARA (rindo): – Se é! Um chute desgramado!

DONA MARIETA (a dona Joanita): – Não dê atenção à Clara. Ela vive procurando ser mais elegante, coitadinha. (as duas saem)

HENRIQUE (à mãe, ansioso): – Então? Achou Elisa apresentável?

DONA JOANITA: – Falta muito pra isso. Ela é um triunfo da arte da costureira, e aprendeu um pouco da sua arte didática. Mas, você também, Henrique, tem uma linguagem de estivadores. Nem mesmo entre a soldadesca se vê comportamento como o seu.

CORONEL: – Vamos indo bem com ela, dona Joanita, eu e ela moramos com Henrique.

DONA JOANITA: – Como??!!

HENRIQUE: – Ora bolas, Mamãe, a situação dela é de aluna. Precisamos dar-lhe aula o dia inteiro. Além do mais, ela tem sido útil. Anota meus compromissos, guarda minha roupa. E minha governante, dona Cândida, está gostando porque ficou mais folgada! Se bem que ela sempre diga: “Professor, o senhor não sabe o que está fazendo.”

DONA JOANITA: – E ela tem razão. Vocês dois parecem duas crianças brincando de boneca. Não sei no que vai dar isso.

CORONEL: – Ah, é emocionante ver que ela progride a cada semana.

HENRIQUE: – É verdade. Constrói-se assim uma ponte por cima do abismo que separa as almas e as classes sociais.

CORONEL: – Ela já sabe apreciar a música de Beethoven e de Brahms, e até já está tocando piano razoavelmente.

DONA JOANITA: – Ai, ai, chega! E vocês não perceberam que quando Elisa entrou na casa de Henrique, entrou mais alguém?

CORONEL: – Sim, o pai de Elisa, mas Henrique logo se descartou dele.

DONA JOANITA: – Não! Quem entrou foi um problema! De que servirá a ela aprender tudo isso e depois se ver na rua de novo?

HENRIQUE (levantando-se): – Ah, nós lhe arranjaremos um emprego, pronto.

CORONEL (levantando-se): – Tudo vai acabar bem, a senhora verá! Até mais ver, minha senhora.

HENRIQUE: – Até outro dia, Mamãe (beija a mãe, e os dois saem rindo).

DONA JOANITA (levanta-se e se senta de novo diante de sua mesinha de trabalho, furiosa): – Ah, os homens! Os homens! Os homens!

 

ROGAR A

Salão da recepção. Algumas cadeiras, música e vários pares dançando. Percebe-se que Elisa conversa com seus pares, mas não se ouve. Às vezes, ela caminha ao lado do coronel e se abana com o leque.

 

QUARTO ATO

No gabinete de trabalho de Henrique Mascarenhas. É meia-noite. O Professor Henrique, o Coronel Guimarães e Elisa chegam e entram. Elisa, com seu lindo vestido e joias, tira a rica capa de baile e põe, junto com o leque, em cima do piano ou de alguma mesa. Senta-se silenciosa e pensativa. Henrique e o coronel vão tirando os paletós e jogando em qualquer parte.

CORONEL: – Dona Cândida vai ficar furiosa com os paletós jogados pela sala.

HENRIQUE: – Pior para ela! Amanhã ela arruma tudo. Mas… onde estarão meus chinelos?

(Elisa o encara, sombria, e sai em busca dos chinelos. Ela os traz, põe diante de Henrique e volta a se sentar sem dizer palavra.)

HENRIQUE (bocejando): – Diabo, que noite! Quanta gente! Quantos imbecis! Ué! Meus chinelos aqui!

CORONEL: – Caramba, o dia foi de matar. Primeiro a recepção com o baile, depois o banquete, e depois a ópera! Henrique, você estava nervoso, mas ganhou a aposta. Elisa enganou a todos na perfeição!

HENRIQUE: – Ufa! Nem acredito que acabamos com isso!

(Elisa abaixa a cabeça nas mãos, mas eles nem percebem.)

HENRIQUE: – Meu nervoso era mais cansaço deste longo período de esforços. Se não fosse a aposta, eu já teria mandado tudo às favas. Que aposta boba nós fizemos.

CORONEL: – Mas a recepção foi um espetáculo impressionante.

HENRIQUE: – E o banquete foi uma chatice. Tive de me sentar ao lado de uns idiotas, ouvindo asneiras à esquerda e à direita. Noutra dessas é que não me meto. Basta de fabricar grã-finas artificialmente! Graças a Deus está tudo acabado, e já posso dormir com sossego.

(Elisa está cada vez mais furiosa. Levanta o rosto e os encara fingindo calma.)

CORONEL: – Também vou me deitar. Mas foi um autêntico triunfo! Boa noite, Elisa! (sai)

HENRIQUE: – Boa noite, Elisa. Diga à dona Cândida que amanhã não quero café, quero chá. E apague a luz! (esquece os chinelos e sai descalço)

(Elisa abandona-se à sua raiva, ajoelha no chão, onde bate com os punhos, furiosamente.)

HENRIQUE (voltando): – Diabos! Onde terei deixado os chinelos?

(Elisa pega os chinelos e atira um atrás do outro em Henrique com toda a força.)

ELISA: – Estão aqui seus chinelos! Aqui! Toma!

HENRIQUE: – Diabos! Que é isso? Vamos, levante-se. Que foi que aconteceu?

ELISA: – Para você não aconteceu nada. Ganhou a aposta às minhas custas, não foi? E eu não tenho importância alguma, seu bruto, seu egoísta! Agora que terminou a experiência, você se alegra porque me pode jogar de novo na lama, não é?

HENRIQUE: – Que ideia é essa de atirar os chinelos em cima de mim, inseto presunçoso?

(Elisa dá um grito de raiva sufocada e avança para Henrique como se fosse arranhá-lo.)

HENRIQUE (agarra-a pelos pulsos): – Ah, o inseto gosta de arranhar! Vamos, sente-se e fique quieta. (empurra-a para uma poltrona.)

ELISA (aniquilada): – Meu Deus! Que será de mim? Eu sei que você não se importa nem que eu morra. Para você eu valho menos que esses chinelos.

HENRIQUE (um pouco sem graça): – Mas alguém aqui maltratou você? O Coronel Guimarães? Dona Cândida? Eu?

ELISA: – Não.

HENRIQUE: – E não foi você mesma que veio até aqui pedir as aulas?

ELISA: – Foi.

HENRIQUE: – Você está é cansada devido à tensão de hoje. Quer tomar alguma coisa?

ELISA: – Não, muito obrigada.

HENRIQUE: – Então vá dormir, que dormindo tudo passa. Chorar também é bom, alivia as mulheres, e reze também.

ELISA: – Eu ouvi sua reza: “Graças a Deus está tudo acabado.”

HENRIQUE: – Ora, mas agora você devia gostar de estar livre e de poder fazer o que bem entender!

ELISA (erguendo-se desesperada): – E para que é que eu sirvo? Que é que você me ensinou de útil? Fazer o quê? Ir para onde? Que será de mim, meu Deus?

HENRIQUE (compreendendo então): – Mas não será difícil agora para você arranjar-se num lugar qualquer, apesar de eu pensar que você nunca iria embora daqui. Aliás, você também podia se casar. A maioria dos homens se casa, coitadinhos. É mesmo! Mamãe é bem capaz de lhe arranjar um noivo em condições!

ELISA: – Antes eu vendia flores, não me vendia a mim mesma, casando com qualquer um.

HENRIQUE: – Pare com essas frases pomposas e absurdas. Se não quiser casar, não se case! E a loja de flores que você queria abrir? O coronel é rico, ele empresta um capital. Ora, deixe-se de coisas. Estou com um sono louco. Onde estão meus chinelos? Ah, achei.

ELISA: – Antes que suba, eu queria saber se as roupas que estou usando são minhas ou do coronel, que pagou por elas.

HENRIQUE: – Para que haveria o coronel de querer essas roupas?

ELISA: – Para utilizá-la com a próxima vítima de suas experiências…

HENRIQUE: – Elisa você está nos ofendendo!

ELISA: – Preciso saber o que posso levar comigo. Não quero que me chamem de ladra. Sabe como é, preciso agir com prudência, porque a corda sempre arrebenta do lado mais fraco.

HENRIQUE: – Criatura sem sentimentos! Você pode levar tudo, sua ingrata, menos as joias, que foram alugadas.

ELISA (saboreia o aborrecimento que lhe causa e tira as joias, colar, brincos, pulseira): – Pois guarde todas para que fiquem em segurança. (entrega as joias)

HENRIQUE (furioso): – Se fossem minhas eu te obrigava a engolir todas, demônio! (mete-as no bolso de qualquer jeito)

ELISA (entregando um anel): – Este anel que o senhor me comprou. Já não preciso mais dele.

(Henrique atira o anel no chão com violência e se aproxima de Elisa com ar tão ameaçador, que ela se esconde atrás do piano ou da mesa.)

ELISA (grita): – Não me bata! Não se atreva!

HENRIQUE: – Bater em você, criatura execrável? Foi você quem me maltratou, quem feriu meu coração. Por hoje basta, vou para a cama!

ELISA (continuando a espicaçá-lo): – Deixe um bilhetinho para dona Cândida, dizendo a que horas o senhor quer se levantar amanhã. Eu não estarei aqui para dar nenhum recado.

HENRIQUE: – Dona Cândida que vá pro inferno! E você! E eu, por ter gasto minha inteligência com um miserável inseto da lama como você!

(Ele sai com atitude de superioridade. Elisa sorri e exprime seus sentimentos numa agitada pantomima em que imita a saída de Henrique e seu próprio triunfo. Finalmente se ajoelha e procura o anel pelo chão.)

 

QUINTO ATO

Sala de dona Joanita Mascarenhas. Ela está escrevendo, diante de sua mesinha. Entra a criada Dalva.

DALVA: – O professor Henrique e o coronel Guimarães estão aí na saleta de entrada, telefonando para a polícia. O professor Henrique está uma fúria! Achei melhor avisar a senhora.

DONA JOANITA: – Se você me dissesse que o Henrique estava calmo, quem ficava nervosa era eu. Olhe, Dalva, vá lá em cima e diga à Elisa que eles estão aqui e que ela só desça quando eu chamar.

DALVA: – Sim, senhora. (sai)

HENRIQUE (entra precipitadamente): – Diabo! Isso é um inferno, Mamãe!

DONA JOANITA: – Primeiro, bom-dia, meu filho. (Henrique reprime a impaciência e dá-lhe um beijo) Que aconteceu?

HENRIQUE: – A Elisa sumiu.

DONA JOANITA (calmamente): – Com certeza você a assustou.

HENRIQUE: – Eu? Que bobagem! Ontem à noite, como sempre, encarreguei-a de umas coisas sem importância, como apagar as luzes e nem sei mais o quê. E ela, em vez de obedecer e ir dormir, trocou de roupa, juntou todas as suas coisas e saiu de casa. Dona Cândida viu e não me disse nada. Agora, que é que eu faço?

DONA JOANITA: – Viva sem ela, ora essa! Ela tem o direito de sair de sua casa, se achar melhor.

HENRIQUE (andando agitadamente pela sala): – Mas eu não acho mais as minhas coisas! Não sei mais que compromissos marquei!

(O coronel entra e cumprimenta dona Joanita, apertando-lhe a mão.)

CORONEL: – Bom dia, dona Joanita… Com certeza o Henrique já lhe contou o sucedido. (senta-se no canapé)

HENRIQUE: – E o idiota do investigador, que é que disse? Você lhe prometeu a gratificação?

DONA JOANITA (erguendo-se indignada): – Francamente! Com que direito vocês foram à polícia dar o nome dessa moça, como se ela fosse uma ladra ou um guarda-chuva perdido?

DALVA (entra): – Professor Henrique, está aí um homem querendo falar com o senhor. Diz que, de sua casa, o mandaram aqui.

HENRIQUE: – Oh, que amolação! Quem é?

DALVA: – Ele diz que se chama Garapa.

CORONEL: – Garapa, um carroceiro?

DALVA: – Acho que não, pois está muito bem-vestido.

HENRIQUE (agitadíssimo): – Caramba! Deve ser algum parente da Elisa, em casa de quem ela se foi refugiar. Mande-o entrar, depressa! (Dalva sai.) Será que ela tem algum parente rico?

DALVA (anuncia): – O senhor Garapa.

(Entra Eliseu Garapa vestido de terno, na última moda. Nem repara em dona Joanita. Vai direto a Henrique a quem se dirige censurando, zangado.)

GARAPA (mostrando-se): – Tá veno isto, num tá? Tá veno bem?… Pois ocê é que é curpado de tudo!

CORONEL: – Já sei! Foi a Elisa quem lhe comprou essa roupa.

GARAPA: – Quar Elisa, quar nada! A mó de quê ela ia me dá essas coisa?

DONA JOANITA: – Bom dia, seu Garapa. Não quer sentar-se?

GARAPA: – Descurpe, tô tão zonzo da cabeça que nem arreparei na siora. Munto gardecido! (senta-se no canapé, ao lado do coronel)

HENRIQUE: – Quer dizer que o senhor encontrou a Elisa?

GARAPA: – Ah! Qué dizê intão qui o sinhô perdeu ela?

HENRIQUE: – Ela sumiu.

GARAPA: – Eu num encontrei ela, mas tenho certeza que logo ela vai me encontrá, dispois do que ocê me feiz.

DONA JOANITA: – Mas que foi que meu filho lhe fez?

GARAPA: – Ele me arruinô, distruiu minha filicidade!

HENRIQUE: – Você bebeu? Só vi sua fuça três vezes. Da primeira vez lhe dei cem reais, e suas outras duas visitas me custaram duzentos cada uma! E foi só!

GARAPA: – Mas ocê escreveu ou num escreveu prum ricaço americano já meio caduco da cabeça, dono de uma sociedade num sei de quê, falano de mim?

HENRIQUE: – Ah, o Ezra Wannafeller, presidente da Sociedade Pró-Reforma Moral do Mundo! Mas esse camarada já morreu.

GARAPA: – Isso mermo. Morreu e me matô. O sior num escreveu prele gabando as minha qualidade?

HENRIQUE: – É, agora me lembro de ter feito uma brincadeira idiota, logo depois de sua visita. Disse que havia aqui um simples carroceiro chamado Eliseu Garapa, que era o moralista mais original que eu conhecia. Nem sei por que besteira eu fiz isso.

GARAPA: – Bestera mermo! Bestera que tá me levando pru caxão. (Tira um papel do bolso e dá a Henrique) Lê essa carta que me mandaro.

HENRIQUE (levanta-se e lê): – Isso não é carta, Garapa, é um testamento feito pelo milionário e já traduzido. “Tarará… etc… etc… no intuito de disseminar os princípios morais sem dar atenção às diferenças de classe, lego ao senhor Eliseu Garapa, carroceiro, mil e duzentas ações da minha Companhia “Ao Queijo Pré-Digerido”, que rendem dez mil dólares por ano, sendo que apenas seus juros serão entregues anualmente ao legatário Eliseu Garapa, contanto que ele faça uma conferência por mês sobre Moral e abra uma filial da Sociedade no Brasil.” Ha-ha-ha! Não deixa de ser engraçado.

GARAPA: – Engraçado procê. Eu num pedi pra sê rico! Tava tão sastifeito com minha vidinha. Quando precisava de uns cobre, eu dava facada em arguém, como fiz cum ocês e pronto. Agora a coisa virô. Eu que vô leva facada de tudo mundo. De antes, eu só tinha dois o treis parente que num queria me vê nem pintado. Agora, surge parente de todo canto, e tudo desempregado, tudo pronto.

DONA JOANITA: – Mas ninguém o pode forçar a receber esse legado. Basta recusá-lo, não é, coronel?

CORONEL: – Perfeitamente.

GARAPA (adoçando o tom em atenção a dona Joanita): – Isso é fácir de fala. Cadê corage de num querê dinhero, dona? A velhice é dura, e adispois eu vô pará no asilo. E eu num tenho corage de escoiê o asilo. Tenho de garrá essa vida de ricaço. Foi só pra isso que seu fio me serviu!

DONA JOANITA: – Seu Garapa, isso resolve o problema da Elisa. O senhor agora vai poder sustentá-la.

GARAPA (melancolicamente): – Sim, siora. Eu agora tenho mermo de sustentá tudo mundo.

HENRIQUE: – Nada disso. Garapa, você é um homem honesto ou um canalha?

GARAPA: – Um pouco de cada um, como tudo o mundo.

HENRIQUE: – A Elisa não lhe pertence mais. Paguei 500 reais por ela.

DONA JOANITA: – Não diga absurdos, Henrique! Você quer saber onde está Elisa? Pois bem. Está aqui. Ela me contou a brutalidade com que você a tratou.

HENRIQUE (dando um pulo): – Brutalidade?!

CORONEL: – Henrique, você implicou com ela depois que fui dormir?

HENRIQUE: – Eu? Ao contrário! Ela é que me atirou os chinelos na cara e se portou de modo vergonhoso.

DONA JOANITA: – Eu sei de tudo o que se passou. Ela se dedicou ao estudo e, quando chegou o grande dia, em que ela não cometeu o menor erro, vocês ficaram proclamando que estavam muito felizes por tudo ter terminado e quanto fora idiota a aposta que fizeram. Se fosse comigo, eu não tinha jogado os chinelos, mas sim um vaso pesado em sua cabeça. Vocês não foram capazes nem de elogiar ou agradecer seu desempenho.

HENRIQUE: – Isso tudo ela sabia. Claro que não fizemos nenhum discurso de parabéns.

DONA JOANITA: – Ela não quer voltar para a companhia de vocês, mas se comprometeu a revê-los em termos amistosos, pronta para esquecer o passado.

HENRIQUE: – Demônios! Isso é demais!

DONA JOANITA: – Se você promete se comportar direitinho, eu chamo Elisa aqui, senão, podem ir voltando para casa, que já me tomaram muito tempo.

HENRIQUE: – Vamos conversar com boas maneiras com a criatura que tiramos da lama. (joga-se na poltrona, com raiva)

GARAPA: – Ah, professor Henrique, arrespeite as pessoa da nossa posição!

DONA JOANITA: – Seu Garapa, dá para o senhor esperar um pouco na saleta, para Elisa não se espantar com sua figura, e poder conversar com meu filho?

GARAPA: – A siora manda, dona. (sai)

(Elisa é chamada e aparece com uma cestinha de costura, parecendo estar em casa.)

ELISA: – Como vai, professor Henrique, e o senhor, coronel? (cumprimenta os dois, senta-se e começa a bordar.)

HENRIQUE: – Não me venha com esse jogo para cima de mim. Vamos, voltemos para casa e não se faça de idiota!

DONA JOANITA: – Henrique!

HENRIQUE: – Não se intrometa, Mamãe. Fui eu quem criou essa coisa com detritos de esgoto, e ela agora se dá ares de grande dama!

ELISA: – Espero, coronel, que o senhor venha me visitar sempre, agora que a experiência terminou. Devo-lhe gratidão, não quero que me esqueça. Porque deve ser fácil esquecer uma coisa feita de detritos de esgoto.

CORONEL: – Não diga isso, Elisa.

HENRIQUE: – Demônio amaldiçoado!

ELISA: – O senhor sempre me tratou como uma senhorita, com todo o respeito. Agora sei que a diferença entre uma dama e uma florista de rua não é tanto pela maneira como ela se porta, mas pela maneira como é tratada.

CORONEL: – O jeito dele é esse, Elisa! Ele diz as coisas sem más intenções.

ELISA: – Eu também usava minha linguagem de esgoto sem má intenção.

CORONEL: – Mas foi ele quem lhe ensinou o modo correto de falar.

ELISA: – Ora, é a profissão dele. E, para o Professor Henrique eu serei sempre uma florista de rua, e para o senhor eu posso ser uma dama, porque o senhor me trata como uma.

HENRIQUE: – Víbora diabólica!

DONA JOANITA: – Henrique, que é isso?

CORONEL (rindo): – Por que você não briga com ele usando sua gíria, Elisa? Assim ficariam pagos.

ELISA: – Não posso. Esqueci meu próprio idioma. Talvez, se eu conviver de novo com a ralé…

HENRIQUE (erguendo-se): – Isso! Deixem que ela volte de novo para o esgoto de onde veio!

(Garapa surge da saleta e vai-se aproximando de Elisa, que não o vê porque está de costas para ele. Garapa lhe bate no ombro, e ela se volta, deixa cair a cestinha no chão ao ver o esplendor do pai.)

ELISA: – Orra, meu! Da hora!

HENRIQUE: – Olhem só! Voltou depressa pra lama!

GARAPA (a Henrique): – Ocê num deve debochá ansim da minha fia… (a Elisa): – Elisa, num me óie cum esses óio. A curpa num foi minha. Eu entrei nuns cobre.

ELISA: – Que dizer que a facada, agora, foi em algum milionário?

GARAPA: – Sim, foi. Mas ocê num sabe da pior. Estô ansim todo aperparado pruquê sua madrasta vai casá cumigo hoje. Ela garrô essas ideia de gente de famia… Elisa, vem comigo assisti o enforcamento.

CORONEL: – Vá, Elisa, para dar coragem a seu pai. Eu também vou, Garapa!

DONA JOANITA: – E eu também. Vou chamar dois táxi, para nós todos e vou me arrumar. (dona Joanita sai para se arrumar.)

CORONEL: – Antes de sair, Elisa, quero lhe pedir para fazer as pazes com o Henrique.

GARAPA: – Eles te mioraro, fia. (ao coronel): – Óie, coroné, tá na hora. Chi, tô cum um medão… (Os dois vão saindo.)

HENRIQUE (de costas para a porta para Elisa não passar): – Bem, Elisa, você não acha que já se vingou bastante?

ELISA: – Você quer que eu volte só para aguentar suas cóleras, pegar seus chinelos e cuidar de seus compromissos.

HENRIQUE: – Não! Ninguém me faz falta! Mas também aprendi alguma coisa com você, e me habituei com sua voz, com sua fisionomia.

ELISA: – Você tem minha voz nos discos gravados e minha fisionomia no álbum fotográfico.

HENRIQUE: – Ou quem sabe você se casa com o coronel! (senta-se de novo no canapé)

ELISA: – O coronel é um solteirão tão empedernido quanto você. E eu tenho outro pretendente. O José Rivadavia me escreve cartas todos os dias.

HENRIQUE: – Mas que sujeitinho atrevido! Um idiota dessa espécie?

ELISA: – Ele não é idiota, e eu gosto dele e de ser amada por ele.

HENRIQUE: – E ele será capaz de fazer de você alguma coisa?

ELISA: – Eu não penso nisso e nem em fazer dele alguma coisa. Eu só quero é ser natural, e ele também.

HENRIQUE: – Em resumo: você gostaria que eu me apaixonasse por você.

ELISA: – Para você me tratar do jeito que você me trata? Nem pensar! Eu me casarei com o José, pronto!

HENRIQUE: – Que asneira! Você vai se casar é com um embaixador, um ministro! Eu não consentirei que minha obra-prima se vá perder nas mãos de um José Rivadávia!

ELISA: – Você ainda pensa que pode me tratar como se eu fosse um bebezinho? Agora eu resolvo o que faço. Serei independente! Vou ser professora!

HENRIQUE: – Professora de quê, macacos me mordam?

ELISA: – Professora daquilo que você me ensinou: fonética.

HENRIQUE (erguendo-se furioso): – Ensinar meus métodos, minhas descobertas? Experimente fazer isso, e eu lhe torço o pescoço. (agarra-a) Está ouvindo?

ELISA (desafiando-o, sem opor resistência): – Pode estrangular-me. Eu tinha a certeza de que um dia você ia acabar me batendo. (ele larga-a, furioso, e recua tão precipitadamente que cai sentado de novo no canapé) Hahaha, como fui boba! Deveria ter pensado nisso há mais tempo. Agora você não poderá tirar de mim o que me ensinou. E depois, eu sei ser amável com as pessoas, coisa que você não sabe. Vou pôr um anúncio nos jornais dizendo que a famosa dama que você apresentou à alta sociedade não passa de uma florista de rua, e que essa florista ensinará a quem quiser tudo o que aprendeu com você. E dentro de pouco tempo estarei rica e independente! E dizer que durante meses e meses rastejei a seus pés, sendo humilhada e espezinhada. Eu merecia apanhar por ter sido tão burra!

HENRIQUE (olhando admirado para ela): – Sua ordinária! Mas, enfim, antes isso do que choramingar e viver atrás dos meus chinelos e dos meus óculos. Eu disse que faria de você uma dama e fiz mesmo. Gosto muito mais de você assim.

ELISA: – Ah, agora está todo mansinho porque já não tenho mais medo, porque posso passar perfeitamente sem a sua ajuda!

HENRIQUE: – Natural, sua cretina! Você era uma pedra no meu caminho, agora é uma torre sólida. Eu, você e o coronel faremos um formidável trio de solteirões amigos, em vez de sermos apenas dois homens e uma pequena idiota.

DONA JOANITA (aparecendo pronta): – Vamos, Elisa. O táxi nos espera.

ELISA: – Podemos ir. O professor Henrique não vai?

DONA JOANITA: – Não, pelo amor de Deus! Ele começa a criticar o padre em voz alta! (a Henrique): – Até logo, querido!

HENRIQUE (beija a mãe): – Até logo! (para Elisa, mostrando que continua o mesmo): – Ah, Elisa, no caminho você me compre 250 gramas de presunto, e passe no joalheiro para ver se está pronto meu alfinete de gravata!

ELISA (desdenhosamente): – Você mesmo vai ter que fazer tudo isso. (Sai com dona Joanita)

HENRIQUE (consigo mesmo): – Ela logo estará voltando. (ri) E pensa que vai se casar com o idiota do José Rivadávia! Com o José! Ha-ha-ha!

 

EPÍLOGO

 

Na introdução da música, Elisa está de vestidinho branco, e José, com um joelho em terra, beija sua mão, pedindo-a em casamento. A turma toda vai entrando, dançando em ritmo de marchinha e cantando alegremente, as meninas sacudindo lenços coloridos: José então pega um véu branco e põe na cabeça da noiva, e aparece ao lado sua banca de flores. A letra que fiz para a canção da dança é esta:

“Elisa, Elisa
já deu seu coração.
José até se ajoelhou
pedindo sua mão.

Dancemos, cantemos,
pois eles vão casar.
E a parentela toda vem
com eles celebrar.

A loja das flores
o coronel lhes deu.
Elisa, muito comovida,
a ele agradeceu.

Estão na corrida
da luta pela vida,
com tanta força e valentia,
amor e alegria.”

 

FINAL

 

Sobre a escolha e o envio da peça

Para escolher uma peça com objetivo pedagógico, estude bem que tipo de vivência seria mais importante para fortalecer o amadurecimento de seus alunos. Será um drama ou uma comédia, por exemplo. No caso de um musical, é importante que a classe seja musical, que a maioria dos alunos toquem instrumentos e/ou cantem. Analise também o número de personagens da peça para ver se é adequado ao número de alunos.

Enviamos o texto completo em PDF de uma peça gratuitamente, para escolas Waldorf e escolas públicas, assim como as respectivas partituras musicais, se houver. Acima disso, cobramos uma colaboração de R$ 50,00 por peça. Para outras instituições condições a combinar.

A escola deve solicitar pelo email [email protected], informando o nome da instituição, endereço completo, dados para contato e nome do responsável pelo trabalho.

 

 

Compartilhe esse post:
Facebook
Whatsapp
gorjeo
Correo electrónico

Mais posts