23 de marzo de 2018

La sombra del rey

 

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obra de Bernt von Heiseler

prólogo y adaptación general de Helmut Von Kügelgen

traducción: María Bárbara Trommer

revisión, versificación y nueva adaptación: Ruth Salles

CARACTERES

AGRESTUS, un campesino
ANIELA, su esposa

FLORINDA, MARINA e CÁRPIO, seus filhos

ALBIDA, la abuela

LANISTO e PATRANHO, jovens camponeses

REY SEVERO

ACUERDO, noble tesorero

MURMURILHA e ZANGUETA, cortesãs

MÁS CORTESANA a voluntad

TUNANTE, general

REVERENZA e SONSUS, cortesãos

MARTINHO e FELIPE, alabardeiros

Bufón de la corte, anciano

GISMONDE

ANABELA, tu sierva

CRIADO MORO

GUARDIAS de Gismonde

los cornetas del rey

ayudantes de escenario,

bailarines

CORO que canta

 

LOCALES – en cualquier lugar
TEMPORADA - siempre

PRÓLOGO

 

La escena tiene lugar frente a una casa campesina. El ambiente es tranquilo después de un día de trabajo. La abuela Albida teje en una mecedora, y es la única que habla en verso y meciéndose; Agrestus fuma su pipa; Aniela prepara verduras con la ayuda de su hija Marina; los niños Florinda y Cárpio están sentados sin nada que hacer. Más tarde, se les unen Lanisto y Patranho, corriendo desenfrenadamente.

 

AGRESTUS: El tiempo parece estable, Aniela. Nuestro heno será fragante.

ANIELA: – Es verdad, Agrestus. Sólo dos días hasta el domingo. ¡Gracias a Dios podemos descansar!

CARPIUS: Padre, ¿puedo llevar los carros al granero?

AGRESTO: Sí, Carpio. Siempre y cuando Marina no los lleve demasiado lento y Florinda no los lleve demasiado rápido.

MARINA: – Ah, padre, ¿entonces tengo que ser como Florinda que galopa como loca en un caballo, o salta los acantilados tras la gamuza?

FLORINDA: – ¡No se exceda, señorita Soft!

ANIELA: – Esa vieja pelea… ¡Basta!

FLORINDA: – ¡Mira a Lanisto y Patranho que vienen corriendo! Seguro que traen novedades. ¿Es el rey que viene aquí de nuevo a cazar?

CARPIUS: Eso Florinda nunca se olvida. Incluso se lo dijo a los gatos, solo porque no quería saber más de ella. (Imita al Rey y a Florinda, burlándose) “¡Ay, niña querida, te agradezco!” dijo el rey Severenus, tomando la copa que ella le ofrecía.

FLORINDA: – Eso fue todo. Y me miró con una mirada tan seria y triste…

LANISTO (llegando a destiempo con Patrânio): – ¿Ya se enteraron de la última?

AGRESTUS: – ¿Qué pasa, Lanisto? ¿Dónde se incendió?

DUMP: ¡Viejo Vulpa llegó al pueblo tirando de la mano al viejo Macesto y sus dos hijos!

LANISTO: — Macesto no dijo una palabra, y estaban todos más blancos que el queso.

ÁLBIDA:

-¿Macesto sin hablar? ¡La cosa es seria!

MARINA: – ¡Dilo claro, Patrinho!

LANISTO: – Digo. Macesto y sus hijos estaban por salir a pastar el rebaño en lo alto de la montaña, cuando Vulpa apareció en su puerta.

PATRAN: – Y clavó su bastón en el suelo y gritó: “¡Ven! La montaña caerá”. ¡Y agarró a Macesto por la muñeca y lo arrastró rápido, con sus hijos detrás!

LANISTUS: Y entonces la montaña rugió, la tierra tembló, y ese lado que llamamos el Muro del Diablo se partió de arriba abajo. ¡Fue un horror! Cercas, chozas, ganado, ¡todo se derrumbó en un torbellino!

PATRAN: – Fueron unos segundos que la avalancha no alcanzó a los cuatro que huían.

ÁLBIDA:

“¡Fue Dios quien advirtió al viejo Vulpa!

PATRÁN: ¡Qué cosa! ¡Fue una coincidencia, o un fantástico cuento de hadas!

MARINA: Bueno, Patranho, cuento de hadas… ¡Qué tontería!

ÁLBIDA:

- Patrón tiene razón. Cuento de hadas

sucede cuando llega el momento.

¡Quien tiene coraje puede incluso vivirlo!

CARPIUS: ¿Y cómo sabes la hora?

FLORINDA: – Yo creo que sólo el corazón lo sabe. Por cierto, Marina, ¡cántanos esa canción sobre un cuento de hadas que aprendiste en esa fiesta!

MARINA: – ¡¡¡¿Ahora?!!!

FLORINDA: ¡Ay, por favor! Comience, luego entramos y ayudamos.

MARINA (canta, como balanceándose, ayudada por el coro):

“Niña vestida con ropa de paje,

así disfrazado vino el rey.

¿Te hará feliz con estos atuendos?

En su estrella, sin embargo, confió.

El rey, en busca de una reina,

quiero uno que pueda pensar por sí mismo.

Y elige a la dama que vive sola.

Altiva a la luz de la luna esta dama vi.

Una banda de espectros en la noche zumbaba.

La oscura verdad esconde tu maldad.

Y solo se revela a los demás durante el día.

El sol pronto muestra lo que es real.

Las pelucas rodean, rodean al rey.

¡Qué mascarada! ¡Bailan tan bien!

Solo un hombre que conozco se salva de la chusma:

La corona del tonto como quiera que tenga.

Chica de campo tan triste bajó

por orden real a la fría prisión.

Pero las cadenas y el miedo ganaron

con la fuerza del amor en tu corazón.”

AGRESTUS: – ¡Muy bien! Pero ahora, niños, vamos al establo, ¡es hora de ordeñar las vacas!

ANIELA: – ¡Vamos, Florinda! ¡Tenemos que llevar la leche al castillo del rey!

(Salen, excepto Florinda y Albida, en un rincón aún tejiendo.)

FLORINDA (para sí misma, mirando hacia arriba): – Los cuentos de hadas los puede vivir cualquiera que tenga el coraje. Bueno, yo tengo. Y voy a vivir uno. ¡Si voy! (Florida se va)

ÁLBIDA:

– ¿Qué le pasó a esa chica? (Se levanta lentamente y se va.)

PRIMER ACTO

En las sombras, los tramoyistas entran y cambian de escena: a la derecha, el salón del Rey, con un trono; en el medio, una puerta que conduce a los interiores del palacio. A la izquierda, una puerta en forma de arco que da al exterior, por la que, más tarde, entrará una fuerte luz solar en el vestíbulo. Felipe y Martinho, dos alabarderos vestidos de negro, con una gargantilla plisada blanca, se acuestan bajo el arco de la puerta y se duermen. Los ayudantes de escena revisan el montaje. Sonido de gong.

dos tramoyistas; Florinda y Carpio, Felipe y Martinho; dos cornetas, Convenio, Tunante, Reverenza, Murmurilha, Zangueta, Sonsus y otros cortesanos; Rey Severenus (todo lo escrito y dicho por el Rey está en verso), Jester.

1er AYUDANTE: – ¡La obra puede comenzar! (la luz de color proviene de arriba) Todos aquí están demasiado ocupados consigo mismos.

2° AYUDANTE: - ¡Ni siquiera sospechan la magia que atraviesa todo!

(En voz baja, el coro canta la primera estrofa de la canción de Marina. Los tramoyistas bailan, hacen piruetas y piruetas. La música se detiene. Los asistentes desaparecen. Por el arco de la puerta, la luz del sol incide en el salón vacío. Florinda, disfrazada de hombre, vestida como un paje, y Carpio, vestido de campesino, se deslizan en el salón más allá de los guardias dormidos.)

CARPIUS: ¡Vamos, Florinda!

FLORINDA: ¡Ya lo has dicho cinco veces! No regresaré. Ofreceré mis servicios como paje del rey.

CARPIUS: Pero dicen que el rey Severenus es severo y hasta golpea a los pajes que no hacen las cosas bien.

FLORINDA: – No me va a pegar. No haré nada malo. Y me gusta.

CARPIUS: ¿Pero qué quieres con él?

FLORINDA: – Parece un hombre muy solitario, y necesita una página propia. Adiós, mi Carpio. ¡Dale mis saludos a los padres y a todos, incluidos los gatos!

CARPIO: ¡Adiós! ¡Adiós! (pasa por el arco de la puerta, Felipe se despierta)

FELIPE (se apoya en su alabarda, todavía adormilado): – ¿Quién eres?

FLORINDA: Es mi hermano Carpio, señor. Él me acompañó aquí. He venido a ofrecer mis servicios al rey. Carpio ya se va.

FELIPE: – ¡Entonces puedes irte! (lo dejó ir)

FLORINDA (exclama hacia Carpio, que se va): – ¡No olvides darle leche a los gatos en la mañana!

CARPIO: ¡Muy bien!

FLORINDA (a Felipe): – Si no lo digo diez veces, se le olvida.

FELIPE: – ¿Pero qué servicio quieres ofrecer al rey, hijo mío?

FLORINDA: – Servicios de página.

FELIPE: – Aquí no hace falta un paje.

FLORINDA: ¡Ah, pero me convertiré en una página muy necesaria!

MARTIN (despertándose): – Oye, chico, ¿de qué castillo vienes? ¿Eres hijo de algún noble?

FLORINDA (riendo): – Yo no vengo de ningún castillo. Mi padre es un campesino de una tierra junto al río. De ahí provienen la leche y el queso que alimentan al rey.

FELIPE: Pues entonces mejor dile a tu padre que esta leche no le hace bien al rey, y el queso le quita el olor a perros. Ni siquiera notan al lobo a unos pasos de distancia. Intenta irte, ¡vamos!

MARTÍN: – ¡Tranquilo, Felipe!

FLORINDA: ¿Cuál es mi culpa por darles queso a los perros? Cualquier niño sabe que el queso les quita el olor.

MARTINHO: – No puedes ser paje porque no tienes sangre noble, eso es todo.

FELIPE (gritos): – ¡Sí, canalla! ¡Te colgarán de la veleta si no sales de aquí inmediatamente!

FLORINDA (a Martinho): – ¿Pero por qué grita? ¡Hasta su voz es muy sonora! (Felipe calla con ira y Martinho se divierte) ¿Eso quiere decir que solo puedo ser paje si soy hija de un noble?

MARTÍN: - Hija???

FLORINDA (asustada): – ¡No, no! dije hijo! ¿Y quién dijo que sólo los nobles pueden ser pajes?

MARTINHO: – Lo dijo el noble tesorero del reino.

FLORINDA: ¿Ah, sí? Así que diré que soy de origen noble. No me vas a traicionar, ¿verdad?

FELIPE: - Que???

MARTINHO: - ¡Tranquilo, Felipe! ¡Vienen!

FLORINDA: – ¿A quién le tenías miedo?

FELIPE (casi estallando): – ¿Miedo?

MARTÍN: – ¡No! Viene el noble tesorero de la Alianza.

FLORINDA: – ¿Acuerdo? Hmm… ¡ese nombre es conveniente!

FELIPE: – ¡Sí, joven! Y el general Tunante y el cortesano Reverencia, etc. etc… ¡Cállate!

FLORINDA: Me quedo callado, gruñón, más callado que tú.

(Felipe quiere replicar, pero sólo amenaza con el puño, porque la corte está entrando en procesión; delante de la Alianza, acompañada de dos cornetas; luego Tunante, Reverencia, caballeros y damas de la corte llenos de pompa. )

ACUERDO (dirigiéndose a todos): – ¡En nombre del rey! (toque de cuerno; todos se inclinan) He convocado a todos, señores y señoras, para escuchar la nueva orden del rey. Su Majestad es tan único que no puede soportar tener a los menos nobles cerca de él. Así que nos corresponde, con el debido respeto, mantener cierta distancia con el rey. ¡Escucha la nueva ley!

(Nuevo toque de corneta y reverencias. Covenant desenrolla un rollo de papel.)

FLORINDA (a Martinho): – ¿Por qué tanta aclaración? ¿Y por qué se inclinan cuando el rey ni siquiera está presente?

MARTIN: – Chiu… ¡Cállate, muchacho!

ACUERDO (lee):
-“Yo, Severenus, coronado rey
por la gracia de Dios, vengo a ordenar
que, de ahora en adelante, mi noble sombra
ser considerado tan sagrado
como siempre ha sido mi persona.
quien se atreve a pisarlo con el pie
perderá sus bienes y su vida.
Aquí está la nueva ley.
¡Rey Severen!

FLORINDA (estalla en carcajadas en medio del respetuoso silencio): – ¡Ja, ja, ja! ¡Qué absurdo!

FELIPE: – ¡Maldito niño! ¡Qué atrevido!

FLORINDA (todavía riéndose): - No le pises el pie al rey, igual vete, ¿pero a la sombra?

ACUERDO: – ¿Quién es este que se burla del rey?

REVERENZA: ¡Es repugnante!

CORTESÍA: — ¡Blasfemia! ¿No es así, Susurro?

MURMURILA: – ¡Increíble! En mi tiempo…

(Todos comienzan a rodear a Florinda. Martinho intenta sacarla.)

MARTÍN: ¡Chico, sal rápido! ¡Esto se está poniendo peligroso!

FLORINDA: – ¿Pero qué hice? Que es lo que desean muchachos?

TUNANTE (general dominante): – ¡Fuera ese muchacho!

TODOS: – ¡Fuera con él!

ACUERDO: – ¡Silencio! ¡Viene el rey!

(Se oye un toque de trompeta. Todos se alejan, haciendo lugar. Florinda se queda sola en medio del salón y mira atónita y asombrada al Rey, que entra lentamente en compañía del Bufón. Hay suficiente luz para ver la sombra. .del rey. Reverencia, que está más cerca, debe saltar para evitar estar a la sombra del rey. El rey mira a su alrededor y al frente de Florinda.)

FLORINDA (con una hermosa reverencia): – ¡Dios salve al Rey! (silencio; el rey la contempla)

REY SEVERO:
– ¿Quién es y de dónde viene este chico?

ACUERDO: – Sepa Su Majestad que he leído el nuevo decreto sobre la sombra. ¡Todo el tribunal escuchó en silencio, excepto este niño, que se rió, encontrando la ley absurda!

TUNANTE: - ¡Si no fuera por el toque de corneta, ya estaría muerto! Y realmente merece ser juzgado...

REY SEVERO (interrumpe levantando la mano y dirigiéndose a Florinda):
– ¡Dime quién eres y de dónde vienes!

FLORINDA: – Soy Florín… Floriano. Vengo de una casa muy noble, que está al otro lado del río.

REY SEVERO:
– ¿Y por qué viniste aquí?

FLORINDA: – Vengo a ofrecerme como tu página, para hacer lo que sea necesario. Tomando mensajes, limpiando y hasta cosiendo. Confieso que la ley me hizo gracia, porque donde yo vivo no es habitual este tipo de prohibición de pisar la sombra de la gente. Pero de ahora en adelante, tendré cuidado, aprendo las cosas rápido. Entonces, Su Majestad? ¿Aceptará mis servicios de paje?

REY SEVERO:
– Al menos eres diferente.
Acepto su servicio. ¡Pero ten cuidado!
Aprende a respetar mis deseos,
y obedecer la ley de mi sombra!

(El rey guarda silencio y mira a su alrededor.)

ACUERDO: – ¡Salva al Rey!

TODOS: - ¡Salve al rey generoso!

TUNANTE (estrecha la mano de Florinda): – Digno amigo, bienvenido a la corte.

REVERENCIA: Lo mismo digo.

MURMURILHA: – ¡Con todo mi corazón! (a Zangueta): – Es hermoso, ¿verdad, Zangueta?

ZANGUETA: – ¡Muy bonito! (a Florinda): – Saludo al hijo de una casa noble.

FLORINDA: – Eres muy graciosa…

BOBO (acercándose): - Si te sorprendes es porque aún estás verde y tonto. Hoy tuviste suerte. Solo espero que el viento no sople en tu contra más tarde. Creo que debería darte algunos consejos, algunas lecciones de comportamiento en la corte. Me he vuelto sabio y me he inclinado en el arte de ser Loco.

FLORINDA: – ¿Quién eres tú, con ese traje raro?

BOBO: – Soy el Loco del Rey, su amigo, su perro, su refugio en los buenos y malos humores. Soy tu tesoro de sabiduría. ¡Yo formo el fondo oscuro donde brilla el espíritu del rey! Soy su boca, a la que se le permite decir lo que la suya no. Yo también soy tu sombra, porque quien me pisa desagrada al Rey.

FLORINDA: – Me gustabas. ¡Quiero ser tu amigo!

REY SEVERO (que estaba mirando por la ventana): – ¡Convenio!

ACUERDO (corre hacia él): – ¿Sí, Su Majestad?

REY SEVERO:
- Y el mensajero
que llevó a Gismonde mi petición
¿de casamiento? ¿Por qué no volviste?

ACUERDO: Ah, Su Majestad, la señora es extraña. Tu casa siempre está con las ventanas cerradas. Ningún rayo de sol puede tocar tu cara. No deja entrar a nadie y solo sale de noche a pasear por el jardín. No es fácil conseguir una audiencia con ella, ni siquiera un verdadero mensajero.

REY SEVERO:
– ¿Mensajero real? ¡No puede ser!

ACUERDO: – Desde que Su Majestad se interesó por ella, hemos custodiado su casa.

REY SEVERO:
– ¿Hay ruido de fiesta o baile por la noche?

ACUERDO: – No, ella no conoce la alegría de vivir.

REY SEVERO:
– Nadie la entiende. Es un corazón noble.
Prudente orgullo en la soledad digna.
¿No cree, reverencia? (mirando hacia otro lado) ¡Alguien viene!

REVERENCIA: ¡Es un caballero! (mira de nuevo) ¡Es Sonsus que viene de la casa de Gismonde!

REY SEVERO:
- ¡Pues llámalo! Quiero escuchar las noticias.

REVERENCIA (gritos): – ¡Hijo! ¡Ven aquí!

BOBO (al rey): - Entonces, prima, si la dama acepta tu pedido, ¿se acaba la soledad digna y el orgullo prudente de un corazón noble?

REY SEVERO: ¡No, gracias!

BOBO (de cara al público): – ¿Qué divertido? Lo digo en serio. Si es noble, dirá "¡No!". Si es agradable, dirá "¡Sí!" Vaya, una reina agradable sin nobleza, eso sería malo. Peor aún, una reina noble pero desagradable. Tener una buena reina sin nobleza sería mejor que no tener reina. Pero suficiente Aquí viene la bola de noticias.

HIJO (aparece un cortesano muy gordo, resoplando): – ¡Dios salve al rey!

REY SEVERO:
– Dime, hijo, ¿qué noticias traes?

SONSUS (jadeando): – No está bien, Su Majestad. Ni siquiera puedo decir lo que pasó; o mejor dicho, lo que no sucedió. Esa señora, señor, no tiene modales.

REY SEVERO:
- ¡No te atrevas a ofenderla! ¿Y qué más?

HIJO: – Respondió la criada por la ventana y dijo que la señora Gismonde no recibe visitas. Mostré mi escudo de armas real y le expliqué que llevaba un mensaje del rey. La criada desapareció, luego volvió diciendo que la señora no tiene nada que ver contigo y te pide que no perturbes la tranquilidad de su casa. Y la ventana se cerró. Así que me fui.

REY SEVERO:
- Deberías haberte quedado allí.
y asediaron la puerta, sin hacer caso!
¿Crees que un rey puede soportar tanta ofensa?
¡Bueno, lo haré! ¡Ella tiene que cuidarme!

(El rey se pasea de un lado a otro, y su sombra errante obliga a los cortesanos a saltar sin que él se dé cuenta.)

ACUERDO (saltando): – ¡Majestad! Creo que es mejor enviar un noble mensajero con regalos.

REVERENZA (saltando): — Yo también lo creo.

REY SEVERO:
– ¿Qué opina el general de esta idea?

TUNANTE (levantándose de un salto): — ¡Si Su Majestad me da una tropa, iré allí y derribaré la puerta de Gismonde!

MUMMERS (brincando): ¡Oh, eso no! Un rey tan bueno no trata con violencia a las mujeres, ¿verdad, Zangueta?

ZANGUETA (saltando): — ¡Claro, Susurro!

BOBO: ¡Qué magnifico Senado! ¡Saltad, senadores, cortesanos! Quien pisa la sombra real pierde la cabeza. ¡Solo yo puedo bailar como quiero!

(Florinda, observa todo con ganas de reír. Se dirige al rey.)

FLORINDA: – Señor, ¿puedo ir a Gismonde?

REY SEVERO (deja de caminar):
- ¿Tú, chico? ¿Y cómo entrarías?

FLORINDA: ¡Que pruebe suerte su página!

REY SEVERO:
- Este chico no se sorprendería.
ser mejor recibido que Sonsus.

ACUERDO: – ¿Un niño?

TUNANTE: – ¿Un mensajero sin fuerzas?

REVERENCIA: El rey tiene servidores más dignos.

FLORINDA: Entonces, Su Majestad, ¿puedo ir y sondear el campamento del enemigo?

REY SEVERO:
– ¡Que así sea, y que la suerte te acompañe!
¡Habla, Floriano, de mi gran amor!
¡Y vuelve pronto y trae una respuesta! (se va con la corte)

BOBO (al pasar junto a Florinda): – ¡Buena suerte, hermanito!

FLORINDA: – ¡Muchas gracias, Bobo!

(Se va el Loco. Solo quedan los dos alabarderos que miran a Florinda y hablan en voz baja. Florinda suspira, canta suavemente la melodía de su canción, calla.)

FLORINDA: – Quisiera cantar por el mundo… (de repente, toma la alabarda de Felipe y amenaza a los dos): – Nunca me habéis oído decir que soy el hijo del campesino que manda leche y queso a casa del rey. ¡palacio!

MARTÍN: ¡Nunca, mi señor! ¡Puede dejar!

FELIPE: – ¡Confía en nosotros!

FLORINDA (devuelve la alabarda): – Veré si Gismonde merece el rey. De lo contrario… Bueno, tal vez pase por mi casa y le dé de comer a los gatos… (Sale por la puerta arqueada)

SEGUNDO ACTO

Entram os ajudantes de palco na penumbra e mudam a cena; sala luxuosa em casa de Gismonde. À esquerda a porta. Janela toda fechada com cortinas. À direita, divã na frente de um biombo que esconde outra porta que dá para outros aposentos. Leve luz tipo lampião. Os ajudantes, com ajuda do coro, cantam a segunda estrofe da canção e saem.
Ajudantes de cena; Gismonde, Anabela, sua aia; servo mouro; Florinda.

(Anabela abre a porta da direita e deixa passar Gismonde que se recosta no divã. Ouve-se o canto de um passarinho.)

GISMONDE: – Esse passarinho me acordou hoje. É irritante!

ANABELA: – A senhora não gosta do seu canto? É tão lindo!

SERVO MOURO (traz bandeja com xícara e açucareiro): – Chocolate, senhora. (depois, sai)

GISMONDE (prova-o): – Não está doce o suficiente. (a aia o adoça) Estou cansada. É que acordei mais cedo. Vou mandar matar o passarinho. Sua vida não vale o sono de Gismonde. Como está o dia, Anabela?

ANABELA (espiando pela janela): – Dia de sol, com pouco vento.

GISMONDE: – Fecha essa cortina. A luz me ofusca!

ANABELA: – Oohh! É ele ali de novo! Aquele menino lindo que veio aqui ontem e nós o despachamos. Acho que pernoitou em frente à porta.

GISMONDE (prova o chocolate): – Está doce demais. Não vou tomar. Você devia se ocupar mais comigo em vez de olhar esse mendigo aí.

ANABELA: – Não é mendigo. É mensageiro do rei.

GISMONDE: – Pior ainda. Odeio confusão na minha porta.

ANABELA: – Não há confusão. Ele está sozinho. Só atira pedrinhas na vidraça.

GISMONDE: – Mande-o embora já!

ANABELA: – Ele não vai, senhora. Era melhor ouvir o que ele tem a lhe dizer.

FLORINDA (exclama de fora): – Gismonde!

ANABELA: – Que voz bonita ele tem…

GISMONDE: – Vou chamar meus guardas para expulsá-lo!

ANABELA (pela janela): – Vá embora, senhor! Senão os guardas vão expulsá-lo!

FLORINDA: – Diga a Gismonde, linda aia, que nenhum guarda vai me tirar daqui. Nem que tenha de esperar primavera, verão, outono e inverno. Sou o pajem do rei, que está apaixonado por ela, e não tolero que o rei sofra.

GISMONDE (zangada): – Ele disse “não tolero”?

FLORINDA: – Ó bela dama, não se esconda atrás das janelas! A fama de sua beleza fez o rei adoecer de amores. Preciso ver se essa beleza é verdadeira, se meu rei merece sofrer tanto por ela.

GISMONDE: – Que insolente! (toca uma sineta; e aparece o servo mouro) – Faça-o entrar! – Anabela, traga-me as joias, depressa! (Anabela sai e volta; adorna sua senhora com as joias)

GISMONDE: – Está bem, basta! Assim o mundo todo fica sabendo se sou bela ou não! Mas se o rei vier depois, não verá nem a ponta dos meus sapatos!

(Florinda, vestida de pajem, é conduzida para dentro. Olha ao redor, vê Gismonde e faz-lhe uma profunda reverência.)

SERVO MOURO: – Trazer gente que dorme porta noite.

GISMONDE (ao servo mouro): – Saia!

SERVO MOURO (saindo) – Afiar sabre caso precisar.

FLORINDA: – Ó maravilhosa e bela dama…

GISMONDE (interrompendo-a): – Antes, responda: você é mesmo emissário do rei?

FLORINDA: – Sim, é verdade. Venho trazendo suas esperanças.

GISMONDE: – São esperanças vãs. Já despachei um emissário antes. Por acaso o rei pensa que sou frívola? Eu nunca lhe dei esperanças.

FLORINDA: – Fui eu que dei, dizendo ao rei: “Vou lá, revelo a ela o amor do meu senhor, e tenho certeza de que ela não conseguirá endurecer o coração.”

GISMONDE: – Você tem certeza demais.

FLORINDA: – Lá isso eu tenho. O rei, por sua causa, era capaz de tirar a coroa da cabeça, pondo-a a seus pés. Quanto à sua falada beleza, a senhora daria realmente uma bela rainha.

GISMONDE: – Eu não o deixei entrar para ter a beleza avaliada.

FLORINDA (ouve o trinar do passarinho): – Que belo cantor a senhora tem!

GISMONDE: – Seu canto não varia. É como o rei. Repete sempre a mesma ladainha. Mas, vamos ao que interessa.

FLORINDA: – O que interessa é que a senhora diga a que horas pode atender o rei.

GISMONDE: – Hora nenhuma! Não quero misturar-me! A coroa do rei não vale tanto quanto eu! E não perca mais meu tempo, que a vida corre!

FLORINDA: – Tem razão, a vida corre tão depressa que, quando as rugas da velhice chegarem, será tarde demais. A senhora tem no peito uma pedra no lugar do coração? Ou sua beleza consta só de tinta sobre tela?

GISMONDE: – Basta! Diga ao rei que agradeço as homenagens, mas que não me atormente nunca mais! (sai de cabeça erguida).

FLORINDA: – O rei desperdiça seu amor com esse espantalho, com essa pedra!

ANABELA: – Acalme-se, senhor! A senhora Gismonde é rígida demais.

FLORINDA: – Mas não pode ser vista pelo rei quando sai ao jardim?

ANABELA: – Ela só sai depois que a lua aparece.

FLORINDA: – Pois então, minha boa aia, vou dizer isso ao rei. Deixe aberta a porta do jardim, por favor!

ANABELA (assustada): – Ai, não, se ela souber, mata-me de pancada!

FLORINDA: – Ela é tão violenta assim?

ANABELA: – É sim. E se ela perceber que estamos conversando… Vá embora, meu lindo rapaz!

FLORINDA (toma-lhe as mãos): – Oh, minha pobre aia, a mais graciosa das aias… Acalme-se… (leva-a para sentar-se no divã)

ANABELA (suspira, encantada): – Como é seu nome?

FLORINDA: – Floriano.

ANABELA: – O meu é Anabela, meu querido Floriano…

FLORINDA: – Então lhe peço, Anabela, que deixe a porta do jardim aberta hoje às 10 horas da noite. Eu lhe imploro!

ANABELA (toda apaixonada): – Meu amigo, se o senhor soubesse como sofro a serviço de Gismonde. E os guardas espionam, tomam conta de tudo. Nem sei o que será de mim… O senhor é o primeiro homem a entrar na casa. E um rapaz tão gentil…

FLORINDA (recuando um pouco): – É, pois é…

ANABELA: – Oh, meu querido Floriano, você também tem uma pedra no lugar do coração?

FLORINDA: – Não, boa Anabela! Sua tristeza me comove muito. Vou livrá-la dessa situação se você me ajudar a providenciar esse encontro entre Gismonde e o rei. E lá na corte do rei você não vai sofrer mais.

ANABELA: – E você também virá junto com o rei, à noite?

FLORINDA (beijando-lhe a mão): – Certamente.

ANABELA: – A noite vai custar tanto a chegar… (ouve-se o canto do passarinho e depois um piado desesperado) Ah, o passarinho! Ela o estrangulou! (sai correndo)

SERVO MOURO (entra com o passarinho morto na mão): – Pequeno animal ter que pagar grande raiva. Bela dama alma escura. (sai)

FLORINDA: – Cantou para ela e morreu. Todo e qualquer amor a incomoda. Ainda bem que sua alma escura revelou-se a tempo. (sai pela porta que dá para fora)

 

TERCEIRO ATO

 

Os ajudantes mudam o cenário. Jardim de Gismonde à noite. Os ajudantes cantam (com o coro) a terceira estrofe da canção e saem.
Ajudantes de cena; Florinda e o rei; Anabela; Gismonde e o servo mouro; guardas de Gismonde.

AJUDANTE 1: – Assim a sorte segue seu percurso em direção ao mal… (sai)

AJUDANTE 2: – Se não houver bons corações que mudem esse mal… (sai)

(Da escuridão saem de trás do muro Florinda e o rei, cobertos com mantos. Anabela cruza correndo o palco, vindo da casa e abre a porta do jardim para os dois. O luar projeta sombras nítidas.)

ANABELA (avisando que falem baixo): – Chiu… É o senhor?

FLORINDA: – Sim, mas onde está Gismonde?

ANABELA: Ela já vem. E o rei?

FLORINDA: – Ali está ele.

ANABELA: – E eu volto já com ela. Ah… Floriano… meu querido…

FLORINDA: – Chiu… (Anabela se afasta e Florinda se dirige ao rei): – Senhor, eu já o trouxe até aqui. Então deixe que eu vá embora.

REY SEVERO:
– Você é estranho. Ou ficou zangado?
Conseguiu fazer tudo que eu pedi
e, de repente, assim, quer ir embora?

FLORINDA (encabulada): – O senhor é generoso comigo… E me disseram que era severo. Mas não entendo que o senhor queira ver Gismonde depois de tudo o que eu lhe contei sobre essa dama.

(O rei ri, achando graça.)

FLORINDA: – O senhor acha graça, mas eu sei que ela é malvada e falsa. Não suporta ver ninguém alegre. E eu não lhe contei do passarinho que ela estrangulou? E, assim mesmo, o senhor corre atrás dela.

REY SEVERO:
– Você parece uma mulher ciumenta,
falando assim tão mal da bela dama…

FLORINDA: – Nada disso! Apenas me magoa que o senhor não acredite em mim! Vamos embora! Esqueça essa Gismonde! Ela o fará infeliz e nem será boa rainha.

REI SEVERENO (zangado):
– Está querendo dar conselho ao Rei?
Você é um rapaz bem atrevido!
Mas o ambiente da corte é muito sórdido,
e é isso que Gismonde não suporta.
A essência da nobreza é o que ela traz!

FLORINDA: – Por favor, senhor, ela vem vindo. Deixe que eu me afaste. Não quero ver o meu senhor caindo em sua teia. Ela maltrata os que aprisiona. Eu preferia ser o cão do rei do que o passarinho de Gismonde.

REY SEVERO:
– Silêncio, Floriano, e fique aí!
A aia interessou-se por você.
Afaste-a enquanto eu falo com Gismonde.

(Os dois se escondem. Gismonde aparece com um véu escuro no rosto. A cauda de seu vestido é carregada pelo servo mouro. Anabela vem junto.)

GISMONDE (a Anabela): – Você trancou o portãozinho?

ANABELA: – Sim, dei duas voltas com a chave. (faz o gesto de trancar e, depois, de costas para o público, faz o gesto de destrancar)

GISMONDE (senta-se no banco): – Desde que o rei me persegue com seus pedidos, não tenho sossego nem em minha própria casa. Tire meu véu, para que eu sinta o ar da noite!

(Anabela obedece. O rei se aproxima silenciosamente.)

GISMONDE: – O rei deve perder o sono por minha causa. Mas eu quero é rir nas costas dele, rir de um nobre que se rebaixa tanto.

(O rei, ouvindo, se aproxima e passa à frente de Florinda, que então dá um pulo saindo de sua sombra. Gismonde se assusta. O rei se precipita.)

GISMONDE (grita): – Guardas! Guardas!

REY SEVERO:
– Gismonde, não se vá! Fique comigo!

(O rei tenta segurar Gismonde, que se defende mordendo, arranhando e se liberta e corre para a casa, seguido pelo servo mouro. O rei quer ir atrás, mas Anabela não deixa.)

ANABELA: – Fuja, Majestade! Ela foi chamar os guardas armados que o matarão. O senhor não devia ter deixado o esconderijo antes da hora. Agora é tarde…

REI SEVERENO (furioso):
– Floriano! Foi por causa do seu pulo!

FLORINDA (muito contente, inclinando-se para o rei): – Pulei sua sombra, meu senhor! Ela não é sagrada e intocável? Quem pisá-la não será considerado traidor? Eu sou um servidor fiel.

REY SEVERO:
– Fiel? Esse garoto é impossível!

ANABELA: – Ela já soltou os guardas! Fujam!

REY SEVERO:
– Quero ver se ousarão tocar no rei!

ANABELA: – Imagine! Ela ia rir ao ver o senhor em sangue. E os guardas só obedecem a ela! Vamos! Depressa, por aqui!

(O rei e Florinda fogem pela porta da esquerda. Os guardas afugentam Anabela para dentro de casa, onde Gismonde bate com o leque em todos e grita; a criadagem e ela giram numa dança selvagem em volta do palco.)

GISMONDE: – Patifes! Trastes! Canalhas! Quero a cabeça do rei! Anabela! Você não fechou o portão? Responda!

ANABELA: – Por Deus, senhora, não aguento mais!

GISMONDE: – Amanhã todos serão castigados e vão passar a pão e água! (aos gritos, ela enxota o bando, que geme.)

 

QUARTO ATO

Ajudantes arrumam de novo o salão do rei. O Bobo da corte dorme no trono.
Ajudantes de cena; Bobo; rei; Convênio, Reverenza, Murmurilha, Tunante, Zangueta, Sonsus; damas e cavalheiros da corte; Florinda; corneteiros, alabardeiros Martinho e Felipe.

1º AJUDANTE: – Como vamos purificar o ar? Está bem pesado…

2º AJUDANTE: – Pois então, cantemos, para fortalecer o bem e torná-lo mais vivo!

(Eles cantam com o coro a quarta estrofe da canção e saem.)

REI SEVERENO (entra, anda de um lado para o outro, agitado, olha o Bobo no trono):
– Bobo, você já dormiu bastante.
O sol nasceu. E a corte logo volta:
damas empetecadas, cavalheiros…
Devo mostrar que ainda sou o rei,
que não passei meu trono para um Bobo.
(sacode-o; o Bobo boceja)
Você tem sorte de não ser um rei…
Vá dormir n’outro canto, não no trono.

BOBO: Primo, você tem razão. É bem melhor ser Bobo do que rei. Mas ontem Gismonde fez o rei passar por bobo (desce do trono gemendo). Ai, ai, que trono duro para dormir. Prometo não trocar mais de lugar com o primo.

REY SEVERO:
– Acorde, amigo, para que eu lhe conte
todas as minhas preocupações.

BOBO (ainda bocejando): – Estou ouvindo. Pode falar!

REY SEVERO:
– Fui ver Gismonde, e ela não me quis ver!
Floriano estava certo. Ela é gelada.
Um belo quadro, mas sem vida alguma.

BOBO: – E isso encerra o caso?

REY SEVERO:
– Não, Bobo! Como posso permitir
que a bela dama desafie o rei?
Mandou seus guardas para me matarem!
Imagine! Ela vai pagar por isso!

BOBO: – Blablablá, e eu já soube que você se zangou porque seu querido pajem pulou de dentro de sua sombra. Mas foi você mesmo quem criou essa lei da sombra que não pode ser pisada!

REY SEVERO:
– Se ele pulou foi só por zombaria!

BOBO: – Deixe passar. E você prefere quem bajula o grande rei? Bem sei que você gosta muito desse pajem.

REY SEVERO:
– Ele faz o que quer de minhas ordens.
Mas quero minha sombra respeitada
como algo assustador, pois sou o REI!

BOBO: – É, mas se não me engano, já surgiu no céu um rei maior que o primo, o belo sol! E vou cumprimentá-lo! (corre até o arco que dá para o terraço e abre os braços)
– Sol majestoso, olhe com simpatia e amor para mim, um pobre Bobo!
– Pense bem, primo, onde fica sua sombra quando o sol não brilha?

REI SEVERENO (soturno):
– Pare com isso. Vou para o jardim.
Mantenha a corte bem longe de mim. (sai)

BOBO (ouve baterem à porta): – Estão batendo. Vai ver que é uma peruca. Dentro dela há sempre alguém. É assim que ela se move.

(Abre a porta, e a corte se empurra para dentro.)

CONVÊNIO: – Onde está o rei?

BOBO: – Estava aqui agora mesmo, senhor Convênio, mas… sumiu…

REVERENZA: – Temos notícias importantes para dar!

BOBO: – Mesmo que eu soubesse onde ele está, não poderia dizer. (para as damas) É segredo…

ZANGUETA: – Ora, Bobo, não seja bobo!

TUNANTE (pondo a mão na espada): – Então, seu Bobo atrevido?

CONVÊNIO: – Calma, Tunante. Já entendi. Nosso rei não quer ser perturbado agora. Ele chegou muito zangado ontem. Mas, se não dermos a notícia a tempo, ele é capaz de ficar mais zangado ainda.

MURMURILHA: – Que dilema…

TUNANTE (bravíssimo): – Ele precisa receber a notícia. Vou procurá-lo de qualquer jeito!

REVERENZA: – Senhoras e senhores, levando em conta a situação…

SONSUS (interrompendo): – Façam o que quiserem. Eu é que não vou levar ao rei outra notícia má. Já bastou a primeira.

TUNANTE: – Se tivessem seguido meu conselho, eu teria trazido Gismonde para o rei viva ou morta!!

MURMURILHA: – Que horror!

ZANGUETA: – O senhor é um bruto!

REVERENZA: – General, a dama estando morta não poderia mais servir de rainha para o rei!

CONVÊNIO: – O rei não gosta de violência.

BOBO: – Não querem confiar essa notícia a mim?

TUNANTE: – Bem, se não há outro jeito, é o seguinte. Depois que o rei voltou da casa de Gismonde, nossos espiões foram lá e descobriram que a casa está vazia. Ela fugiu levando tudo.

BOBO: – Sumiu então.

SONSUS: – E ninguém sabe para onde!

CONVÊNIO: – Nem deixou pistas…

TUNANTE: – Mas a casa não estava sendo sempre vigiada? Que vigias são esses que não prestam? Precisam ser castigados!!

BOBO: – E isso trará Gismonde de volta? Os senhores querem deixar o rei mais irritado do que já está?

MURMURILHA: – Não! Não!

ZANGUETA: – Queremos deixá-lo contente, mas é que…

BOBO: – Pois a melhor maneira de deixá-lo contente é não ver todos os senhores por algum tempo.

TUNANTE: – Que desaforo é esse, Bobo? A corte é solidária com a tristeza do rei. Menos seu pajem, que anda cantando e rindo pela casa. E foi ele quem levou o rei à casa da tal dama.

CONVÊNIO: – Será que a dama e o pajem… Será que foi tudo uma trama combinada pelos dois?

REVERENZA: – Ele obteve um sucesso suspeito em conseguir uma entrevista com Gismonde, depois do insucesso de um mensageiro tão digno…

SONSUS: – Isso é vergonhoso para o rei!

TUNANTE: – É traição! Quebro todos os ossos do rapaz!

CONVÊNIO: – Calma, general! Ele vem vindo!

BOBO: – Pobre Floriano… Armaram uma rede tão grande para pegar um pajem tão pequeno…

ZANGUETA (ouvindo o canto de Florinda): – Está cantando!

MURMURILHA: – Que impertinente! Onde já se viu?

CONVÊNIO: – Vamos disfarçar, sendo bem delicados…

TUNANTE: – Mas frios!

(Florinda entra cantando, emudece e olha ao redor.)

CONVÊNIO: – Você está cantando alegre demais. E o momento não é para alegrias!

SONSUS: – A corte está de luto, você não sabe?

FLORINDA: – Não entendo os senhores… Estão todos parecidos com Gismonde… Então não gostam de música?

REVERENZA: – Não hoje! A corte sente a dor do rei.

FLORINDA: – Os senhores acham que o rei ainda sofre por Gismonde? Pois deveriam estar muito contentes com sua fuga.

TUNANTE: – Vamos revelar tudo isso ao rei, e ele verá quais os corações que são fiéis a ele!

FLORINDA (espantada): – Os senhores não conhecem Gismonde. Ela é cruel e falsa. Eu amo o rei fielmente, e por isso não quis que ele a conquistasse.

CONVÊNIO: – Não quis?!!!

TUNANTE: – E impediu?!!!

FLORINDA (sorrindo ao relembrar): – Um pouco…

TUNANTE: – Foi mesmo traição! Prendam este rapaz! Onde está o rei?

BOBO (com raiva): – Lá no jardim! Vão até lá passar essa mentira em sua barba.

CONVÊNIO: – O rei há de castigar este traidor! Tomem conta das portas!

(Tunante posta-se na entrada central e puxa da espada, olhando Florinda com raiva. Reverenza e Sonsus o imitam e ficam dos lados da entrada.)

FLORINDA: – Querido Bobo, ajude-me! Eu jamais traí o rei, isso não é verdade.

BOBO: – Acredito, irmãozinho. O caso é que o rei está com muita raiva…

FLORINDA: – Eu apenas dei um pulo para não pisar na sombra dele… Mas, se ele é capaz de achar que eu quis destruir sua felicidade de propósito, pouco me importa o que fará de mim.

BOBO: – Você foi mais boba que um Bobo… Que lhe importa se a dama é boa ou má. Desde que sirva para o rei…

FLORINDA (enxuga as lágrimas e diz para si mesma): – Jamais direi ao rei quem sou. Prefiro morrer que permitir que ele imagine que fiz tudo por ciúmes… (quer sair para o terraço)

TUNANTE: – Para trás!

FLORINDA (altiva): – Não vou fugir. Não tenho medo do rei. Dos senhores, então, nem se fala! (volta para perto do Bobo):
– Agora, Bobo, você vai ver um pajem testar seu senhor. Devo saber se esse rei vale a pena ser servido. Se ele joga fora um coração fiel, vou já querer deixar seu serviço. E pouco importa o que ele faça de mim!

BOBO: – Cuidado, meu amigo!

FLORINDA: – Eu falo sério. Ele vem vindo, e a sombra vem na frente.

(O rei entra, vindo do terraço. Florinda, muito séria, vai ao seu encontro e se posta diante dele, pisando na sombra.)

MURMURILHA: – Oh! Ele pisou na sombra!

REVERENZA: – Crime de lesa-majestade!

TUNANTE (aos berros): – Matem-no a pauladas!

REI SEVERENO (pede silêncio e diz a Florinda):
– Você cansou-se de viver, Floriano?

FLORINDA: – Não, senhor.

REY SEVERO:
– Pois já causou tumulto até demais. (sobe ao trono)
– Chamem a corte para um julgamento!

(Entram damas e cavalheiros, corneteiros e os dois alabardeiros. Os corneteiros dão um toque.)

REI SEVERENO (a Florinda):
– Você pisou em minha sombra, e a lei
manda que perca então a sua vida.
Tem algo a declarar em sua defesa?

FLORINDA: – Não!

REY SEVERO:
– Peço à corte que dê seu veredicto.

A CORTE: – A morte!

FLORINDA (ao rei): – O senhor quer mesmo me matar?

REI SEVERENO (a Florinda):
– O tribunal real o condenou.
(aos alabardeiros):
– Levem-no agora mesmo para o cárcere!
A execução será de manhã cedo!

(Florinda, estarrecida, se deixa levar sem resistência. O rei desce do trono.)

REI SEVERENO (para o Bobo):
– Então, Bobo, onde estão os seus gracejos?
Quero música! Festa! Eu sou o rei!

BOBO: – Para mim, primo, tudo isso é um grande absurdo… (sai, zangado, e os outros todos saem depois.)

 

QUINTO ATO

Os ajudantes mudam o cenário: cárcere na torre do castelo. Ao fundo, no meio, há uma janela com grades. Do lado direito uma mesa com jarra de vinho, pão e frutas. Duas cadeiras. Uma cama. Do outro lado uma porta que leva para fora da prisão. Som de gongo.
Ajudantes de cena; Florinda; o alabardeiro Martinho; Cárpio; o Bobo; Rei Severeno.

1º AJUDANTE:
– Último Ato. O cárcere está pronto.
Felizes os que, estando encarcerados,
se conhecem e sabem o motivo
que os levou à prisão. Somente estes
conquistam liberdade verdadeira.

(O coro canta a quinta estrofe da canção enquanto os ajudantes cantam e depois saem. Tudo escurece. Luz em Florinda, que está sentada na cama.)

FLORINDA: – Não tenho sono. A morte, irmã do sono, parece estar bem próxima…

(Ouve-se Martinho destrancar a porta e entrar com a alabarda. Ele vê a refeição intocada e balança a cabeça.)

MARTINHO: – Vejo que não dormiu, nem comeu o que o rei lhe mandou. (serve-lhe um pouco de vinho). Vamos, beba! O vinho acalma e dá sono.

FLORINDA: – É que não tenho sede, nem fome, nem sono.

MARTINHO: – Ah, não fique atormentado, pois a execução ainda não foi determinada. Por que você não tira essas roupas de pajem e volta para o campo para alimentar os gatos?

FLORINDA: – Ora, Martinho!

MARTINHO: – Ouça bem. Eu fui ao rei interceder por você e disse que você não é o pajem que ele pensa.

FLORINDA: – Martinho! Você prometeu não revelar minha origem!

MARTINHO: – Mas eu disse que você é filho de um camponês, e que bastava despedi-lo. Pois uma pessoa do campo não pode entender muito bem essa lei de não pisar na sombra do rei.

FLORINDA: – E alguém de bom senso entende essa lei? (anda de um lado para o outro) E o rei disse alguma coisa?

MARTINHO: – Disse “Não se intrometa!”, mas ficou muito quieto, pensando.

FLORINDA: – Eu não quero ser despedido. Morro como pajem e sem ter cometido crime algum. Diga ao rei que a lei da sombra é uma doidice e que, se ele me matar, não terá mais ninguém para lhe dizer quando é que um rei passa de rei a bobo.

MARTINHO: – Imagine se vou dizer uma coisa dessas! Olhe, sua família mandou seu irmão, que chegou para lhe fazer uma visita.

(Martinho sai e faz Cárpio entrar; este corre para Florinda com uma trouxa debaixo do braço.)

CÁRPIO: – Irmã!

FLORINDA: – Cárpio! Que bom você ter vindo! (enxuga as lágrimas) Como estão todos em casa?

CÁRPIO: – Todos choram porque sabem o que aconteceu. De que valeu você servir ao rei?

FLORINDA: – Há de valer alguma coisa, pense nisso. E você deu leite aos gatos?

CÁRPIO: – Dei, sim. Ah, e trago nesta trouxa seu vestido. Você deve vesti-lo e revelar ao rei que é uma camponesa e não um pajem. O rei não matará uma menina.

FLORINDA (fica bem ereta e ergue a cabeça): – Isso eu não faço. Vá para casa e diga a todos que estou bem. Adeus, adeus, Cárpio! (enxuga as lágrimas)

CÁRPIO (saindo devagar): – Adeus, Florinda…

FLORINDA (fala consigo mesma):
– Menina do campo tão triste desceu
à fria prisão sob a ordem real…
Foi um conto de fadas apenas… E eu quis vivê-lo e se transformou em realidade trágica… Ah, mas a vida foi bela. O que foi triste eu esqueço.

MARTINHO (entrando com o Bobo): – Ele não quer comer nem dormir.

BOBO: – Deixe comigo. E não feche a porta. Eu me responsabilizo. (a Florinda): – Eh, irmãozinho, como vão as coisas?

FLORINDA: – Excelentes, meu caro! Tenho tempo para pensar sem ser importunado.

BOBO: – Hum… Está bem amargo!

FLORINDA: – Não estou amargo, não. O rei já foi dormir?

BOBO: – Não. Fica andando de um lado para o outro. Se tocam música, ele enxota os músicos.

FLORINDA: – É Gismonde que lhe causa tanta tristeza…

BOBO: – Ora, você sabe muito bem que não é por causa dela que ele está preocupado. É por sua causa. Ele me pediu que viesse aqui.

FLORINDA: – É mesmo? Foi para me consolar com suas graças?

BOBO: – Mais ou menos. Prefere que eu saia?

FLORINDA: – Oh, não, meu caro, mas se o rei se preocupa tanto, por que não muda aquela lei tão boba sobre a sombra real?

BOBO: – Ele não pode. É o único jeito de ficar acima dos parasitas da corte.

FLORINDA: – Não entendo.

BOBO: – Nem eu que sou tão velho. E não consigo inventar nenhuma graça.

FLORINDA: – Sente-se a meu lado. Já está amanhecendo. Falta pouco. E eu é que vou contar uma coisa engraçada, se você prometer não contá-la a ninguém.

BOBO (erguendo a mão): – Prometo!

FLORINDA: – Então, Bobo, que acha você de um pajem que não é pajem e nem é um rapaz? É uma jovem, simplesmente.

BOBO: – Quêêê? Queeem?

FLORINDA: – Eu mesma. E ninguém descobriu em toda a corte!

(O rei vem chegando, para sob o arco da porta, sem que os dois percebam e fica ouvindo.)

BOBO (sentando-se, espantado): – Até para um Bobo essa é demais! Mas por que você fez isso? Por que?

FLORINDA: – Eu amava o rei há muito tempo e quis revê-lo. E como me aproximar dele a não ser como pajem?

BOBO: – Nesse caso, ele precisa saber disso!

FLORINDA: – Você prometeu!

BOBO: – Eu não vou contar. Você vai.

FLORINDA: – Nunca!

BOBO: – Mas é um caso de vida ou morte!

FLORINDA: – Mas eu fiz de propósito. Estraguei seu encontro com Gismonde… Se ela fosse tão bondosa quanto é bela… mas sendo tão malvada… Fiz isso por amor a ele… e por mim mesma. Mais tarde, Bobo, diante da lareira, você conta esta história.

BOBO (com ternura): – Ah, irmãzinha…

FLORINDA: – Conta da jovenzinha que o amou e serviu fielmente como pajem.

REI SEVERENO (entra e aparece):
– Que está acontecendo? Jovenzinha?…

FLORINDA: – Oh! A porta estava aberta? Qualquer um pode espionar e entrar? Os presos não têm privacidade? (Cai sentada na cadeira e esconde o rosto nas mãos.)

BOBO (faz uma reverência): – O primo está admirado? É para admirar, mesmo. Seu pajem, que parecia um pajem, não é um pajem. Os homens e o mundo se transformam de um jeito que nem um rei entende.

REY SEVERO:
– Cale-se, Bobo! (a Florinda): – Fale, vamos! Fale!

FLORINDA: – Mas o senhor já sabe tudo… A camponesa lhe serviu de pajem, enxotou sua dama por ciúmes e por amor. Pisou em sua sombra. Deve morrer. Pronto!

REI SEVERENO (para o Bobo):
– Deixe-nos sós. (o Bobo hesita) Então? Não me obedece?

BOBO (corajosamente): – Um rei que manda matar quem ele ama, precisa do apoio de seu Bobo.

REY SEVERO:
– Amigo, vez por outra, até um rei
deve-se decidir longe do Bobo.

BOBO: – Como quiser. Vou embora e vou inventar uma canção que fale de um rei que projetava sua sombra.

(Ele sai. O rei anda de um lado para o outro. A claridade do dia vai iluminando a cela. O rei se dirige para Florinda.)

REY SEVERO:
– Ouça, menina! Conte-me essa história!

FLORINDA: – Já contei tudo. Se o senhor é bondoso, deixe-me em paz.

REY SEVERO:
– Não posso nem saber qual é seu nome?

FLORINDA: – Florinda.

REY SEVERO:
– Mas, então, de Florinda a Floriano
pouco mudou o nome. Onde e quando
nós nos vimos pela primeira vez?

FLORINDA: – O senhor voltava da caçada e parou em minha aldeia.

REY SEVERO:
– Você é a jovem que me trouxe água?

FLORINDA (secamente): – O senhor estava com sede.

REY SEVERO:
– E onde estão as suas longas tranças?

FLORINDA: – Cortei porque não iam servir para um pajem.

REY SEVERO:
– Quero vê-las crescidas novamente.

FLORINDA: – Tenho pouco tempo de vida, e o senhor me atormenta. O céu já clareou.

REY SEVERO:
– Você não vai morrer. Vai viver muito.

FLORINDA: – Não quero sua misericórdia. A vida era bem boa para mim, mas agora não tem mais graça.

REY SEVERO:
– Mesmo assim, conte agora como foi
esse caso da sombra.

FLORINDA: – Eu quis testar meu rei. Se o senhor me sacrificasse por causa da sombra seria indigno de meus serviços como pajem. E precisa haver na corte alguém que não tenha medo do rei. Não é bom, para o rei, que todo mundo dance só pela sua música.

REY SEVERO:
– Você não torna as coisas nada fáceis
para um rei. Diga então: você me ama
desde que me deu água lá na aldeia?

FLORINDA: – Eu? Quem foi que disse?

REY SEVERO:
– Você enxotou Gismonde de propósito…

FLORINDA: – Fiz isso porque ela era uma pessoa muito má para o meu rei, e eu amava meu rei! (luta contra as lágrimas) O senhor está caçoando de mim…

REY SEVERO:
– Nada disso. Eu sonhei com uma rainha
corajosa e achei que era Gismonde.
E agora sei de alguém muito melhor.
Alguém que foi chegando e arejando
o ambiente abafado aqui da corte.
Alguém que agia com nobreza franca.
Alguém com a pureza que senti
na água da aldeia que você me deu.

FLORINDA: – Quem?

REY SEVERO:
– Quem seria senão você, Florinda?

FLORINDA: – Mas eu menti para poder ser pajem. Não sou filha de nobres. Sou filha dos camponeses que fornecem o leite.

REY SEVERO:
– Mas agora faz parte da nobreza.
Será minha rainha e companheira.

FLORINDA: – Com a condição de que seja cancelada a lei da sombra. (o rei fica pensando) Era engraçado ver os cortesãos pulando pela sala, mas o rei não precisa disso para que se conheça seu poder e força. Se sua majestade fosse tão frágil nunca poderia ser grande coisa.

REY SEVERO:
– Pensando bem, você pode estar certa.

FLORINDA: – Posso mesmo.

REY SEVERO:
– Conversaremos mais, minha rainha,
após a festa que daremos hoje.

FLORINDA: – Que bom seria se Gismonde também fizesse as pazes consigo mesma e com o mundo…

REY SEVERO:
– Vou convocar a corte agora mesmo!

FLORINDA: – Primeiro venha apreciar o sol nascendo sobre nosso reino. Assim como ele ilumina esta prisão, que ele brilhe na escuridão que oprime os corações.

(O rei passa o braço pelos seus ombros e olha na direção apontada. O Bobo e Martinho entram, veem os dois e saem apressadamente.)

EPÍLOGO

Novo arranjo de cena. Tudo clareia. Música.
Ao fundo, no centro, o casal real, a corte, corneteiros e alabardeiros; à direita, junto aos ajudantes de cena, os camponeses do Prólogo; do lado esquerdo, Gismonde e seu pessoal.

ALBILDA (indo para o centro do palco):
– É um conto de fadas! Todos eles
são verdadeiros. São maravilhosos
como o destino, embora inexplicáveis.
Se você souber que é chegada a hora
e confiar nas estrelas com coragem
e o coração bem puro, há de viver
o seu conto de fadas, sua vida.
Do nosso sofrimento mais profundo,
temos o dom de oferecer aos outros
uma felicidade muito grande.

BOBO (pulando para o meio do palco): – Vovozinha! Peço a primeira dança! E viva o casal real! (todos dançam e a peça termina.)

 

FINAL

 

Sobre a escolha e envio da peça

Para escolher uma peça com objetivo pedagógico, estude bem que tipo de vivência seria mais importante para fortalecer o amadurecimento de seus alunos. Será um drama ou uma comédia, por exemplo. No caso de um musical, é importante que a classe seja musical, que a maioria dos alunos toquem instrumentos e/ou cantem. Analise também o número de personagens da peça para ver se é adequado ao número de alunos.

Enviamos o texto completo em PDF de uma peça gratuitamente, para escolas Waldorf e escolas públicas, assim como as respectivas partituras musicais, se houver. Acima disso, cobramos uma colaboração de R$ 50,00 por peça. Para outras instituições condições a combinar.

A escola deve solicitar pelo email [email protected], informando o nome da instituição, endereço completo, dados para contato e nome do responsável pelo trabalho.

 

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