Poemas para Pascua – por Ruth Salles

 

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profesora Beatriz Retz dibujo en pizarra
.

Resurrección

Sobre el silencio de las luces apagadas,
la noche extiende lentamente su oscuro manto;
y allí debajo, muy lejos
de las miradas indiscretas de los hombres,
ella prepara la siguiente y con vehemencia
agua burbujeante,
estallido de plantas,
despertar de las almas.
Y cuando ella se haya ido
con un leve gesto levantando la sombra, desvelando la vida,
el día, todavía trémulo, se desliza por el horizonte,
y sale el sol,
¡Aparece el sol que ilumina y desborda!
Y en el orden del tiempo se revela
la luz eterna,
la eterna flor!

***

la pasión del hombre

– Padre, perdóname, porque aún no sé lo que hago.
He oído la verdad en Mí enseñándome el camino del bendito Sonido.
Sin embargo, mi obstinada mano guerrera, espíritu infantil,
¿No trataste de cortarme la oreja con la que escuchaste?
“Mete tu espada en su vaina” – dije –
“Porque entonces, ¿no beberé la copa que ya está en mi mesa?
Este es el camino y estoy listo”.

– Padre, perdóname, porque aún no sé lo que hago.
Hay tantas de mis voces luchando contra la verdad en Mí:
“¿Eres el Hijo del bendito Sonido?”
"Soy."
“¿Crees que eres rey de esta tierra que es nuestra?”
"Tu dijiste."
“Pues pon esta corona sobre tu cabeza,
cúbrete con esta túnica morada
y pon en tu frente este signo de lo que crees que eres,
espíritu blasfemo!
Oyes tus propias voces mientras luchan contra ti,
¿Cómo os azotan y os maltratan?

– Padre, perdóname, porque aún no sé lo que hago.
Mi reino no es así.
Ser rey es ser siervo.
Ay, cómo me duele esta corona,
trenzado por todos mis pensamientos duros y mezquinos.
Y este manto ahoga la creciente libertad del verdadero Sonido en mí...

– Hijo, este es el manto del rey engañado que te imaginas ser.
Ahora puedes sentir que pesa como un tronco sobre tus hombros.
Tómalo un poco más.
Todavía estás atado a él por la ley misma de las piedras en el camino.

– Padre, la túnica es gruesa.
No lo vi bien y ahora sí.
Pesa, sí, y duele el hombro,
pero el sonido bendito resonó más cerca
y lo encendió por un momento...

– Paciencia, Hijo, el tiempo se acerca.
escucha:
tu voz múltiple ya lamenta tu pequeño reino perdido
o condenarte por el camino que sigues.

– Padre, perdóname, porque aún no sé lo que hago.
No me veía tan apegado a esta madera, a este manto...
Se funde con el suelo de la tierra como un tronco.
y mis manos, mis pies están clavados a él...
no puedo actuar,
cumplir mi libre albedrío y el tuyo;
sólo a mis pequeños deseos apegados.
Mi cabeza también está tan oprimida por la corona,
que sólo puedo pensar con los aburridos Pensamientos del anciano.
Oh Padre, perdona, pero la verdad en Mí se siente sola y abandonada.

– Hijo, ella fue abandonada,
sino por el murmullo de tus propias múltiples voces
y por el grito de la soberanía que imaginabas tener sobre ellos.
Es el momento.
Escucha el silencio en Ti, escucha sólo el bendito Sonido.

- Padre, en tus manos entrego mi verdad
y dibujaré todos los caminos hacia este camino.
Mi búsqueda está consumada.
Sin embargo,
cómo deshacerse de esta madera, este manto,
de esta corona fijada en mí?

- ¡Hijo, coraje!
Lanceta el pecho con fuerza guerrera
y de ella siente que tu Amor fluye hacia la tierra.
Él te dejará ir.
Él te bajará al suelo,
donde tu viejo yo echará raíces
y te dará, como una planta, la experiencia que has tenido.
renacerás de ella,
el nuevo,
el transvivido,
el verdadero ser del bendito Sonido.

(Contemplando la imagen de Cristo crucificado – Semana Santa, 1999)

***

Contemplando a Cristo Redentor desde Corcovado

– Oh Cristo Redentor, mi encorvado
sentimiento de amor al pie de la piedra
busca servir al amor en la sombra ciega
de no saber o ser. buscar, enredado

en el lento desafío de estos años,
servir al amor, por mal domado que sea,
más indisciplinado, escondido y tardío
de lo que se deseaba en tus planes.

Pero cerca del pie de la piedra, amor me acuesto,
sin preocupaciones, sin ritos y sin sueños,
conociendo el amor estricto, aunque oculto,

que aun en estas rocas inactivas,
parecidas a oclusivas y pasivas,
sabios círculos, soles, tejen tu forma.

(Río, 1968)

 

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