30 de marzo de 2018

El príncipe y el mendigo

 

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obra de Mark Twain 

Adaptación teatral de Ruth Salles

EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO

Esta obra está basada en la obra homónima del escritor estadounidense Mark Twain sobre la leyenda que rodea la historia del rey Eduardo VI de Inglaterra. Eduardo VI, que vivió en el siglo XVI, murió muy joven, habiendo reinado solo 6 años. Su hermana María Túdor reinó a continuación, pero murió después de 5 años, cuando la reina Isabel ascendió al trono.

Como en el "Cuento de Navidad" de Dickens, traté de transmitir el estilo de Mark Twain en la Introducción, incluso tratando de mantener sus palabras en los pasajes hablados por el Autor y el Narrador. La obra tiene muchos personajes; por eso, varios alumnos pueden hacer más de un papel, ya que las situaciones son muy variadas, con discursos cortos y mucho movimiento. La elección de estas representaciones duales queda a discreción del profesor, pero hago algunas sugerencias. En cuanto a la música, adapté letras portuguesas a música inglesa del siglo isabelino.

ruth salles

 

CARACTERES

El autor (más tarde puede ser el arzobispo de Canterbury)
El narrador (más tarde puede ser el primer guardia de la abadía)
Thomas Canty, el mendigo
João Canty, su padre
Beth, tu hermana
Nina, tu hermana
madre de tomás
Padre André (más tarde puede ser el segundo guardia de la abadía)
Muchachos de la calle:
Gato (quizás más tarde el búho mendigo)
Bob (quizás más tarde el Jefe de los mendigos)
Volante (quizás luego el mendigo Dick Pata-Choca)
niña
Vecino
Primer barquero del Támesis (más tarde puede ser el primer sirviente de Hugo Hendon)
Segundo barquero del Támesis (más tarde puede ser el segundo sirviente de Hugo)
Chicos de asilo:
Chico líder (puede ser más tarde Hugo Hendon)
Niño bromista (tal vez el viejo José después)
Otro chico (tal vez el guardia de Hugo más tarde)
Mendigos:
jefe de la chusma
Dick Pata Choca
Rata (más tarde puede ser Lady Edith)
búho
María Fuleira (quizás más tarde Rebeca, la esposa del carcelero de Hugo)
Mujer con el cerdito envuelto (quizás María Rosa después)
Tu compañero (más tarde puede ser el niño hijo de nobles)
Eduardo, Príncipe de Gales
El rey Enrique VIII, su padre
Lady Elisabeth, su hermana
Lady Jane, tu prima
Conde de Hertford, tu tío
Señor San Juan
Lord Canciller
Duque de Norfolk
Centinela de la puerta del palacio
Page (más tarde puede ser el duque de Norfolk)
oficial de mensajería
secretario del rey
Arzobispo de Canterbury
1ra Guardia de la Abadía
Segunda Guardia de la Abadía
mujer condenada
tu niña
Alguacil
mario hendon
Hugo Hendon, su hermano
Lady Edith, tu prima
Guardia de Hugo
El primer sirviente de Hugo
Segundo sirviente de Hugo
Rebecca, anciana niñera, esposa del carcelero de Hugo
viejo josé
niño hijo de nobles
María Rosa, tu amiga
Gente

 

INTRODUCCIÓN

El autor y el narrador; el rey Enrique VIII y el pueblo; Madre de Tomás Canty.

Luz sólo en el proscenio, donde hablan el autor y el narrador. Luego, toda la escena se aclara, cuando el narrador muestra dos fotogramas, uno a la izquierda y otro a la derecha.

 

AUTOR: – Pretendo escribir una historia, como me la contó alguien que la escuchó de su padre, una historia que ha ido pasando de generación en generación, desde hace más de trescientos años, y que se ha conservado y transmitido. Tal vez sea verdad, tal vez solo sea una leyenda. No es de extrañar que los sabios y eruditos lo consideraran verdadero, y que la gente simple e ignorante lo apreciara y le diera crédito. (sale de.)

NARRADOR: - En la ciudad vieja de Londres, cierto día de otoño del siglo XVI, nació un niño en una familia pobre llamada Canty, cuyo padre no lo quería. El mismo día, otro niño vino al mundo, a una familia rica llamada Túdor, cuyo padre lo deseaba. Toda Inglaterra también la quería, y ahora que estaba aquí, la gente estaba casi loca de alegría.

(La escena de la izquierda se ilumina. A las puertas del palacio real, la gente canta y anima al recién nacido. El rey Enrique VIII aparece en un balcón).

GENTE (canta):
“¡Vengan todos a cantar! ¡Nuestro príncipe nació!
Aquí está el rey saludando al hijo que nos ha dado.
¡Cuánto bien nos hará Dios cuando sea rey!
¡Vengan todos a saber, y a todos les contaré!”

PUEBLO: – ¡Viva el rey Enrique VIII de Inglaterra!

PUEBLO OTRO: – ¡Viva Eduardo Túdor, Príncipe de Gales!

TODO EL PUEBLO: – ¡Viva!

(Esto se oscurece y la escena de la derecha se ilumina. Es la choza de Canty).

MADRE (canta, meciendo a un bebé):
“Ay, duerme, duerme, mi bebé…
Ni siquiera tiene una cuna.
Tan pobre, mi Thomas
es la bendición que Dios me trae.”
(Bis)

(Toda la escena se oscurece, para indicar el paso del tiempo.)

 

PRIMER ACTO

Escena 1

Tomás Canty, Padre André; Gato, Bob, Volante y Chica; João Canty y sus hijas Beth y Nina.

La escena tiene lugar en Beco do Lixo. De un lado, la choza de João Canty. En un rincón escondido, el Padre André le enseña a Tomás a leer. Entran los cuatro chicos de la calle, que comienzan a actuar como narradores de la escena.

 

CAT (le gusta caminar balanceándose en lugares más altos):
– Este es el Callejón de la Basura.
Calles sucias y torcidas,
feas casas esqueléticas,
azul o negro,
de fachadas monstruosas.

BETO:
– El segundo piso se derrumba frente al primero.
No se menciona el tercero,
un agujero colapsado,
inclinado,
donde vive un montón de gente,
apilados como un trémolo.

PETECA (siempre saltando para entrar en calor, de ahí el apodo):
– João Canty es el rey aquí.
Más robos que mendicidad.
Y la mujer solo se consuela
con sus tres hijos.
Beth, Nina y un buen tipo,
quien es nuestro amigo Thomas.

CHICA:
– Tomás, cuando puede, se esconde de su padre y, de puntillas,
aprenderá a escribir y leer con el Padre André.
El sacerdote le cuenta historias de enanos, gigantes y hadas,
de príncipes deslumbrantes y castillos encantados…
¡Ahí viene!

LOS CUATRO: - ¡Tomás!

(Tomás se acerca corriendo y con él las hermanas Beth y Nina.)

CHICA: - Beth! Nina!

BETH y NINA: – ¡Chica!

TOMÁS (aplaudiendo y poniéndose un trapo a la espalda a modo de capa): – ¡Atención! La corte está reunida. Comenzará la audiencia. ¿Quién tiene algo que exigir? ¡Señor Gato, adelante!

GATO: – ¡Su Majestad! Ya no puedes nadar en el Támesis. ¡Está sucio como el infierno!

TOMÁS: – ¡Detente ahí! Dobla tu lengua ante el rey. Sin "¡Maldita sea! En primer lugar: al Támesis no sólo se va a nadar, sino a bañarse y limpiarse, como corresponde a un señor. Segundo: Pondré un tamiz gigante, para sacar la basura del río pe-ri-o-di-ca-mente (despacio y con dificultad). Ahora, deja que Squire Bob se acerque. ¿Qué tienes que declarar?

BOB: – A un hombre bien vestido le saqué el bastón más grande solo porque me tropecé con él, y escuché a un ladrón desvergonzado maldecir, etc. Ni siquiera pedí limosna...

TOMAS (a los guardias imaginarios): – ¡Guardias! ¡Traiga a ese hombre inmediatamente! Que sea condenado a pasar una semana en Garbage Alley, sin poder cambiarse de ropa ni bañarse en el Támesis. Pero, escudero, la palabra "maldición" no encaja en la audiencia de un rey. Chambelán Peteca! ¡Deja de dar saltos y di lo que tengas que decir!

PETECA: – Mi padre está furioso con mis saltos y hoy me dio un par de bofetadas, que me hicieron sonrojar como si hubiera estado al sol.

TOMÁS: – ¡Pues yo mando que a partir de ahora lo obliguen a usar guantes acolchados! ¡Señoras de la corte!

CHICA (aparte de Beth): – Dicen que está loco, pero para mí es un sabio.

BETH: Es el padre André quien le mete en la cabeza estas ideas de limpieza y de buenas palabras.

TOMÁS: - Señoras de la corte, ¡silencio!

NINA (ya corriendo): – ¡Ahí viene papá!

JOÃO CANTY (entra): – ¡Menudo vago! ¡Ve a la calle a pedir limosna! Y no vuelvas a mí con las manos vacías, aunque tengas que vaciar el bolsillo de alguien a escondidas. ¡Haz como yo! ¡De lo contrario, oirás el zumbido de mi cinturón a tus espaldas!

(Los niños se dispersan con João Canty detrás.)

 

escena 2

Príncipe Eduardo, centinela a las puertas del palacio, paje; Tomás, Chica; oficial mensajero, rey Enrique VIII, cortesanos (conde de Hertford, Lord St. John, Lord Canciller, Lady Elisabeth, Lady Jane).

Frente a la barandilla del palacio. Se puede ver al Príncipe Eduardo en el jardín, a la izquierda, jugando a la pelota. En el centro, el ambiente del despacho del príncipe, con mesa, sillas, librería y espejo. A la derecha, la sala del trono.

 

TOMÁS (se acerca a la barandilla soñadoramente): – Todavía tengo que ver un príncipe o un rey de verdad. Estoy seguro. Chicos, ¿dónde está este lugar? (mira hacia atrás) Estoy muy lejos de casa. (Vuelve a mirar al frente) ¡Qué casa más grande! (se acerca a la barandilla) ¡Qué chico tan bien vestido! ¿Es este el palacio del rey? ¿Es ese el príncipe Eduardo? (se asoma por la rejilla) ¡Sí, sí! ¡Puede ser!

CHICA (que lo había seguido, habla para sí): – ¿Qué quiere Tomás, mirando el palacio del rey? Creo que me quedaré aquí y lo esperaré. (se sienta en la calle)

CENTINELA EN LAS PUERTAS DE PALACIO (agarra a Tomás, tirándolo en pirueta, en medio de la calle): – ¿Qué modales son estos, sinvergüenza? ¡No te atrevas a acercarte al palacio del rey, mendigo por nada!

PRÍNCIPE EDUARDO (corre en defensa de Tomás): – ¡Centinela! ¿Por qué maltratas a ese pobre chico? ¿Cómo te atreves a arrojar al suelo a un súbdito del rey mi padre, aunque sea el más miserable? Bueno, ¡abre las puertas y déjalo entrar! (El centinela abre las puertas y entra Thomas.)

CHICA (se levanta y se dice): – ¡Chicos! ¡Mi Dios del cielo! ¡Él está adentro!

(Chica sale corriendo. Tomás va directo hacia el príncipe y le da la mano.)

EDUARDO: – Te ves cansado y hambriento. Además de eso, fue maltratado. Ven conmigo a mi oficina.

(Los dos van al estudio. Ante un gesto del príncipe, un paje le trae un bocadillo a Tomás y se va.)

TOMÁS: – ¿Esto es para comer? Nunca he visto algo así.

EDUARDO: – ¡Come, come! (pausa para que Tomás muerda y mastique) ¿Cómo te llamas, muchacho?

TOMAS (tragando saliva): – Tomás Canty, para servirle, señor. (Toma el segundo bocado)

EDUARDO (despacio, mientras Tomás mastica): – Qué nombre más extravagante… ¿Dónde vives?

TOMAS (después de tragar): – Muy lejos, señor. En el Callejón de la Basura. (Toma el tercer bocado)

EDUARDO (mientras Tomás mastica y traga): – ¿Beco do Lixo? Otro nombre raro. ¿Tienes padres?

TOMAS: – Yo tengo, señor, y dos hermanas gemelas, Beth y Nina.

EDUARDO: – Tengo una hermana, Lady Elisabeth, y una prima, Lady Jane, que siempre está con el ceño fruncido. (se levanta de la silla y mira alrededor) Dime algo. ¿Tus hermanas le prohíben sonreír a su gobernante, porque es un pecado que hará que su alma se pierda?

TOMÁS: – ¿Gobernante? ¿Así que crees que mis hermanas tienen una regla?

EDUARDO: – ¿Y por qué no? ¿Quién les ayuda a quitarse la ropa cuando se acuestan y quién se la pone por la mañana?

TOMAS (mira el vidrio): – Nadie, señor. Entonces, ¿deben dormir sin ropa, como los animales? (toma la copa y bebe)

EDUARDO: – ¿Sin ropa? ¿Pero entonces solo tienen un atuendo?

TOMÁS: ¡Ay, mi buen señor, qué harías con dos ropas si tienen un solo cuerpo!

EDUARDO (volviéndose a sentar mientras Tomás toma otro sorbo): – Todo esto es sorprendente, pero me encargaré de que tus hermanas tengan una regla. (James toma un tercer sorbo) Hablas correctamente. ¿Eres educado?

TOMAS: – Bueno, el Padre André es muy bueno y me ha enseñado con sus libros. Incluso sé un poco de latín.

EDUARDO: – El griego es aún más difícil. Pero, ¿cómo es la vida en Beco do Lixo? ¿divertido?

TOMÁS (terminando un trago): – Bastante, cuando no tenemos hambre. Tenemos marionetas, monos adiestrados…

EDUARDO (interesado): – ¿Qué más?

TOMAS: – A veces aprendemos a pelear con palos, corremos…

EDUARDO (disfrutando): – ¡Es muy divertido!

TOMAS: – Nos revolcamos en el barro, nadamos en el Támesis, nos sumergimos, gritamos…

EDUARDO (ensoñado): – Ah… ¡Daría el reino de mi padre por experimentar todo esto, aunque sea una sola vez! Ay, si pudiera ponerme tu ropa, andar descalzo y revolcarme en el barro sin que nadie me lo prohíba…

TOMAS: – Y yo quería vestirme como tú, aunque sea una vez.

EDUARDO: – Bueno, está de acuerdo. Cambiémonos de ropa.

(Los dos se cambian de ropa detrás de un espejo, luego reaparecen, se miran en el espejo y se ríen, notando su propio parecido).

EDUARDO: – ¡Mira qué parecidos somos! Tienes mi pelo, mis ojos, mi postura, mis facciones… Si estuviéramos desnudos, nadie sería capaz de distinguir entre Thomas y el Príncipe de Gales. Pero… (ve la mano de Tomás) su mano está lastimada… ¡Fue la brutalidad del centinela!

TOMÁS: – No es nada. Estoy acostumbrado.

EDUARDO: – No, no es así. Espérame aquí hasta que vuelva. ¡Es una orden!

(El príncipe sale, pero primero toma un objeto y lo pone detrás de los libros en un estante. Tomás nota este gesto. Luego el príncipe se dirige a las puertas.)

EDUARDO: – ¡Abre las puertas, centinela!

CENTINELA (abre las puertas y empuja brutalmente a Eduardo): – Aquí, mendigo asqueroso. ¡Por tu culpa fui reprendido por Su Alteza!

EDWARD (levantándose): Soy el Príncipe de Gales y mi persona es sagrada. ¡Serás ahorcado por levantar tu mano contra mí!

ATALAYA (irónicamente): – Saludo a Su Graciosa Alteza… (lo vuelve a empujar) ¡Fuera de aquí, inmundo mendigo!

(El centinela cierra las puertas. Eduardo se aleja calle abajo.)

TOMÁS (inquieto, en la oficina): – El príncipe se está demorando…

(Entra el paje, que se inclina ante Thomas.)

TOMAS (para sí): – Ay, se están burlando de mí. ¡Me denunciarán y me condenarán a muerte!

PAJEM (anunciando, después de inclinarse): — Lady Jane, señor.

LADY JANE (viendo el aspecto asustado de Thomas): - ¿No está bien, mi señor? ¿Que estás sintiendo?

TOMÁS: – ¡Piedad! ¡No soy el señor! Soy el pobre Tomás Canty, de Beco do Lixo, un suburbio de la ciudad. Por favor, llévame al príncipe, para que él, que es tan bueno, me devuelva mis andrajos y me deje ir sano y salvo. (arrodillándose) ¡Oh, por el amor de Dios, sálvame!

LADY JANE (horrorizada): Oh, mi señor, ¿de rodillas ante mí?

(Ella huye y entra en la sala del trono, donde habla en voz baja con el Conde de Hertford, Lord Saint John y Lord Canciller. Hay un murmullo en la sala. reclinándose, ya que está muy enfermo. El rey escribe una orden y da a un mensajero oficial.)

OFICIAL MENSAJERO (leyendo en voz alta): – ¡En nombre del rey! Que nadie, bajo pena de muerte, dé crédito a estos rumores falsos y sin sentido, ni los comente ni los difunda. ¡En el nombre del rey!

(Cesa el tarareo. Thomas, seguido por el paje, entra en la sala del trono.)

LADY JANE: – ¡El príncipe! ¡Aquí viene el príncipe! ¡Ha entrado y se acerca al rey!

REY (asintiendo a Tomás, que se acerca al trono): – ¿Cómo estás ahora, mi señor Eduardo, mi príncipe? Con una broma tan triste, ¿pensaste que engañarías al rey tu padre, que tanto te quiere y es tan bueno contigo?

TOMÁS: – ¿Rey? (pone una rodilla en el suelo) ¿Así que tú eres el rey? ¡Estoy perdido!

REY: Oh, no estás nada bien. ¿No reconoces a tu padre? ¡Vamos, dime que me reconoces, que sabes quién soy!

TOMÁS: ¡Sí, sí, Vuestra Majestad es mi augusto soberano y rey, a quien Dios guarde!

KING: Ah, ya estás mejor. Ese mal sueño pasó, ¿no? No crees que eres otra persona, como dicen, ¿verdad?

TOMÁS (se levanta): – Créeme, por favor. Soy el más insignificante de vuestros súbditos y de pobre cuna. Es casualidad que me encuentre aquí, pero no es mi culpa. Soy muy joven para morir. ¡Una palabra tuya puede salvarme!

REY (se levanta): — Bueno, no digas tal cosa, dulce príncipe. No morirás.

TOMÁS (a los cortesanos): – No moriré, ¿oísteis? Entonces, ¿puedo irme?

REY: – ¿A dónde?

TOMÁS (otra vez con una rodilla en el suelo): – A la choza donde nací y donde viven mi madre y mis hermanas. ¡Déjame ir!

REY (levanta a Tomás por los hombros y lo abraza): – Ay, pobre hijo mío… Descansa tu cabeza enferma sobre el corazón de tu padre. Te mejorarás pronto. (se vuelve hacia los cortesanos): – ¡Escuchen todos! Mi hijo está loco, pero no para siempre, y es heredero del trono de Inglaterra. ¡Loco o no, él reinará! (cae en el trono) Ah, esta tristeza me ha sacudido. Dame agua. (El paje se acerca con la taza) Sostenga la taza. Entonces… (llama): – ¡Mi señor Hertford!

HERTFORD: ¿Sí, Su Majestad?

REY (lo toma del brazo): – Quiero el juicio de Norfolk antes del próximo amanecer. debe morir (a Tomás): – Hijo mío, abrázame. ¿Así que no soy tu padre?

TOMÁS: – Su Majestad es generosa conmigo, pero me entristece saber que van a matar a alguien…

KING: Ah, realmente eres mi Edward. Tu corazón no ha cambiado. Pero este duque es contrario a sus privilegios y debe morir. No canses tu cabeza con estos asuntos.

TOMAS: Pero entonces, ¿soy yo la causa de su muerte?

REY: No te preocupes por eso. Ve con tu tío, el conde de Hertford. Ve a divertirte, ve, necesito descansar.

TOMÁS (consigo mismo, de cara al público): – No quiero eso, Dios mío. Que un hombre muera por mi culpa. El duque de Norfolk… No, qué cosas tan terribles pasan aquí…

(Thomas, abatido, vuelve con el Conde de Hertford al estudio, donde se sienta.)

TOMAS (a Hertford): – Siéntate. (el Conde permanece de pie) Por favor siéntense.

HERTFORD: No insistas, mi príncipe. En tu presencia, no puedo sentarme. Escuche ahora, Señor San Juan, que está entrando.

SEÑOR SAN JUAN (a TOMÁS): Su Majestad ordena al príncipe que se digne ocultar su enfermedad hasta que pase. Así, no negará a nadie que él es el verdadero príncipe y heredero de la corona de Inglaterra y aceptará los honores que le corresponden. Para cualquier olvido, debe consultar al Conde de Hertford oa mí, Lord St. John.

TOMÁS (un poco desanimado, como sin salida): – El rey ha hablado, y nadie puede contravenir sus órdenes. Él será obedecido.

PAGE (anunciando): – ¡Lady Elisabeth y Lady Jane! (él sale)

HERTFORD (aparte, a los dos que entran): - Princesas, les pido que comparezcan para no darse cuenta de sus extravagancias y olvidos. (Se va, con Lord Saint-John)

LADY JANE (a Tomás): – Escuché que vas a interrumpir tus estudios y solo divertirte. ¡Que pena!

LADY ELISABETH: – Es cuestión de paciencia. Esto es por un rato. Pronto será tan culto como su padre, que habla muchos idiomas.

TOMAS (olvidándose de las recomendaciones): – ¡¿Mi padre?! Te juro que habla tu idioma como gruñe un cerdo en una pocilga, y de saber algo… (se golpea la cabeza) Ah, otra vez me pega esa enfermedad. No se me ocurrió ser cruel con mi soberano.

LADY ELISABETH (Le toma las manos, solícita): - Bien lo sabemos, Alteza, no es culpa vuestra. Ahora, dejémoslo descansar.

(Los dos se van. Thomas luego toma el objeto que el verdadero príncipe había escondido detrás de los libros en un estante y comienza a romper nueces con él y comérselas. Mientras tanto, en la sala del trono...)

REY (al Lord Canciller): – Acérquese, Lord Canciller. Mi pulso se debilita, y mi final debe estar cerca. Pero el duque de Norfolk debe morir antes que yo. Debido a mi debilidad, no podré sellar personalmente la orden de ejecución, por desgracia...

LORD CHANCELLER: ¿Y qué decide Su Majestad?

REY: - Enviaré mi gran sello, para que un señor elegido selle esta orden. Rápido, Lord Canciller, traiga mi sello.

LORD CHANCELLER: - Permítame recordarle que, días atrás, Su Majestad lo encomendó a Su Alteza el Príncipe de Gales, para que lo custodiara hasta...

REY (lo interrumpe): – Exacto, eso fue todo. Ve a buscarlo de él.

(El Lord Canciller va a la oficina del príncipe. Thomas ya había vuelto a colocar el objeto en el mismo lugar).

Lord Canciller: Su Alteza, Su Majestad envía por el sello real.

TOMÁS: – ¿Sello real? Pero yo… no sé… o sea… no me acuerdo… (disfrazándose, con la mano en la cabeza) La cabeza otra vez no me ayuda…

LORD CHANCELLER (después de correr hacia la sala del trono): – Su Majestad, lamentablemente Su Alteza no recuerda el sello.

REY: Ay, deja en paz a mi pobre hijo, déjalo en paz. (mirando al señor que sigue arrodillado en el suelo) ¿Qué? ¿Aún aquí? ¡Tu cabeza también estará en peligro si no acabas con ese traidor!

LORD CHANCELER: Perdón, Su Majestad, pero sin el sello...

REY: ¿Y entonces no ves que todavía tenemos el pequeño sello de mi anillo? Está en la tesorería. ¡Corre! ¡Y que el duque de Norfolk sea ejecutado mañana!

 

escena 3

Príncipe Edward; tres chicos del manicomio; el padre André, João Canty, su esposa, las hijas Beth y Nina, su amiguita Chica; un vecino.

A la izquierda, fachada de la casa de los desamparados. A la derecha, Beco do Lixo. Tres chicos del manicomio están en la calle. aparece Eduardo.

 

EDUARDO (para sí): – Ah… Este es el convento que mi padre les quitó a los franciscanos y convirtió en un asilo para niños abandonados. Disfrutarán haciendo un servicio al hijo de un rey tan generoso. (se dirige a los chicos): – Buenos chicos, id a decir a vuestro amo que Eduardo, Príncipe de Gales, desea hablar con él.

BOY LEADER (mientras los demás ríen): – Por casualidad, mendigo, ¿eres el mensajero de Su Majestad?

EDUARDO (levanta la cabeza, se lleva la mano al costado, como si sacara una espada, mientras los demás se llevan las manos a la cintura): – ¡Yo soy el príncipe! Y tú, que vives de la caridad del rey de mi padre, no tienes derecho a hablarme así.

JOKY BOY: – ¿Te diste cuenta? ¡Se imagina que tiene una espada, como si fuera un príncipe de verdad! (más risas)

BOY LEADER (grita a los demás, como si los estuviera regañando): – ¡Vamos, cerdos, esclavos del padre de este agraciado príncipe! ¿Cuáles son estos modos? ¡De rodillas! ¡Reverenciad su augusta persona y sus augustos andrajos! (más risas; todos se arrodillan con gestos exagerados)

EDUARDO (furioso, tira al suelo al líder): – ¡Puedes estar seguro que mañana te haré castigar!

(Los chicos corren hacia él, lo tiran al suelo y huyen al sonido de la campana del manicomio.)

EDUARDO (levantándose con dificultad): - Cuando yo sea rey, estos pobres solicitantes de asilo no solo tendrán cama y comida, sino también maestros y libros. ¿De qué sirve tener el estómago lleno cuando el corazón y la cabeza están vacíos? Siempre recordaré lo que pasé hoy, para que mi gente pueda beneficiarse de ello.

(Oscurece. El príncipe camina despacio, cuando aparece João Canty, medio borracho y con un bastón en la mano, que lo agarra por el cuello.)

JOÃO CANTY: – ¿En la calle, a esta hora de la noche? ¡Apuesto a que ni siquiera recibiste una mísera moneda! En ese caso, le doy una paliza, ¡o no me llamo João Canty!

EDUARDO (se quita las manos): – ¿João Canty? ¿Así que eres su padre? ¡Alabado sea el cielo, porque lo recogerás y me llevarás a casa!

JOÃO CANTY: – ¿Su padre? ¿Qué quieres decir con eso? ¡Todo lo que sé es que soy tu padre, y lo demostraré pronto!

EDUARDO: – ¡No te burles, no discutas y no te demores! Estoy cansada, magullada, apenas puedo estar de pie. Llévame a la casa del rey de mi padre, y él te hará rico, más rico de lo que puedas imaginar. ¡Soy, te lo digo, el Príncipe de Gales!

JOÃO CANTY (retrocede, sobresaltado y sacude la cabeza): – Está más loco que cualquier loco en un manicomio… (lo vuelve a agarrar por el cuello) Loco o no, lo van a golpear, o no soy un hombre de verdad !

EDUARDO (grita mientras lo arrastran): – ¡Suéltame! ¡Suéltame!

PADRE ANDRÉ (aparece en la calle): – ¡No le haga eso al pobre muchacho! ¡Déjalo caer!

(João Canty golpea al cura, que cae y queda tirado en el suelo. Entra en la casa con Eduardo y se dirige a su mujer, hijas y amiguita Chica.)

JOÃO CANTY: – ¡No te muevas! Veamos una hermosa comedia. ¡Ahora, chico, diles quién eres!

EDUARDO (altivamente): - Sólo un maleducado como tú me ordena hablar. Porque digo ahora como he dicho antes: soy Eduardo, Príncipe de Gales.

(João Canty se echa a reír, mientras la madre y las hermanas de Tomás rodean consternadas al príncipe.)

BETH: ¡Ay, hermanito, no seas así!

NINA: – Tomás, Tomás, ¿qué conseguiste?

CHICA (mirando de lejos): – Pero él no es… ¡Tomás! (se tapa la boca con la mano)

JOÃO CANTY: – ¿Qué dijiste ahí, niña insufrible?

CHICA (asustada, se acerca sigilosamente a la puerta): – ¡Nada, no señor!

MADRE DE TOMÁS (lo abraza): – Pobre hijo mío, fueron las lecturas extravagantes las que trastornaron su juicio. ¡Ah, estás torturando el corazón de tu madre! Pero… ¡¿dónde está la mancha que tenías en esta mano?…!

EDUARDO (consolándola): – Tu hijo está bien. No ha perdido la cabeza, buena mujer. Cálmate. Llévame al palacio, que es donde él está, e inmediatamente el rey mi padre lo devolverá.

MADRE DE TOMAS: – ¿El rey, tu padre? Oh, hijo mío, no digas nada de eso, puedes morir. Olvida ese terrible sueño. Oh...

JOÃO CANTY (se pone el cinturón): – Puedes dejar que se olvide de todo ahora mismo, gracias a la fuerza de mi brazo.

(La madre y las hermanas de Tomás protegen a Eduardo, pero él se libera de ellas).

EDUARDO: – No dejo que sufran en mi lugar. Deja que ese cerdo satisfaga su furia solo conmigo.

JOÃO CANTY (cuando escuchó fuertes golpes en la puerta): – ¿Quién es a esta hora de la noche? Entra y di lo que quieras.

VECINA (entrando): — ¿Sabías que acabas de matar a un hombre de un golpe?

JOÃO CANTY (todavía con el cinturón en la mano): – No importa si maté o no. ¿Es sólo?

VECINA: - Cambiarás de tono cuando sepas quién fue. Era la persona más querida del barrio. Y si quieres salvar tu cuello, huye, porque fue el padre André.

JOÃO CANTY: – ¡Piedad! ¡Levántense todos y sigan su camino, si no quieren quedarse aquí para morir, malditos! (arrastra a la familia)

EDUARDO: – Asesino infame, tendrás tu paga.

JOÃO CANTY: – ¡Cállate la lengua y no digas quiénes somos! ¡Cállate o déjate atrapar!

CHICA (a Eduardo, acercándose sigilosamente): – Ya sé que no eres Tomás. Puedes dejar que lo averigüe. ¡Ya sé quién puede ayudarte y voy a buscar a ese amigo ahora mismo!

JOÃO CANTY (espantándola): – ¡Quítate de encima, niña! (todos se van)

SEGUNDO ACTO

Escena 1

Povo; João Canty, a mulher, as filhas e Eduardo; dois barqueiros do Tâmisa; Mário Hendon; oficial mensageiro e sentinela; Tomás, Hertford, a corte.

Às portas do palácio. O povo espera ver aparecer o Príncipe no balcão e canta em sua homenagem. João Canty, com a família e agarrando Eduardo por uma das mãos, tenta varar a multidão sem conseguir, após a cantoria do povo.

 

GENTE (canta):
“Paz e alegria! Paz e alegria!
O nosso príncipe regerá você e eu, aqui e lá!
Às portas do palácio, vamos hoje todos festejar!
No campo e nas cidades com justiça ele reinará!
Paz e alegria! Paz e alegria!
O nosso príncipe regerá você e eu, aqui e lá!”

JOÃO CANTY (a Eduardo): – Contenha sua língua, moleque doido, e não diga quem somos! (à mulher): – Se por acaso nos separarmos, esperem-me na ponte!

1º BARQUEIRO DO TÂMISA (segurando João Canty pelos ombros): – Amigo, você está com um bocado de pressa, hein? Será que sua alma já está tão perdida que nem dá para você festejar nosso bom príncipe?

JOÃO CANTY (bruto, tentando livrar-se com uma das mãos, enquanto com a outra segura Eduardo): – Meus negócios não interessam a você. Tire as mãos de mim e deixe-me passar!

1º BARQUEIRO: – Que mau humor! Pois ninguém passará sem beber à saúde do príncipe de Gales, palavra de barqueiro!

2º BARQUEIRO: – Isso mesmo! Que ele beba à saúde do príncipe se não quiser servir de alimento aos peixes do Tâmisa!

JOÃO CANTY: – Então, passe-me o caneco depressa. Depressa!

(João Canty recebe um caneco com tampa e, segundo o costume, tem de segurar a asa com uma das mãos e destampar o caneco com a outra, Ao fazer isso, ele larga a mão de Eduardo, que escapa e se esconde em baixo, num canto.)

JOÃO CANTY (após esvaziar o caneco, olha para todos os lados): – Oh… Onde foi parar o maldito menino? Ande, mulher, procure-o! Ah, um menino neste mar de gente… É mais fácil achar uma moeda no oceano. Mas eu hei de encontrá-lo, ou não me chamo João… (tapa a boca, com medo de ser reconhecido)

(A mulher e as filhas de João Canty somem no meio da multidão. Ele sai dali.)

2º BARQUEIRO (avistando Tomás ao longe): – O príncipe! O príncipe vem vindo!

POVO: – O príncipe! Viva Eduardo! Viva o príncipe de Gales!

EDUARDO (tenta varar a multidão): – Estão todos enganados! Deixem-me passar! Sou eu o príncipe de Gales!

1º BARQUEIRO: – Êi, maltrapilho, caia fora daqui!

2º BARQUEIRO: – É aquele moleque que fugiu da mão do brutamontes. (a Eduardo): – Pensa que somos bobos, garoto?

1º BARQUEIRO (avança e ergue a mão): – Uns bons tapas lhe serão bem úteis!

EDUARDO: – Corja ordinária, repito que sou o príncipe de Gales. Mesmo sem ter ninguém que me ajude nesta emergência, hei de sustentar meus direitos até o fim!

(Aparece Mário Hendon, que defende Eduardo do tapa e afugenta o barqueiro.)

MÁRIO HENDON: – Alto lá! Não toque neste menino ou terá de se haver comigo! (a Eduardo): – Estou do seu lado, garoto, deixe tudo por minha conta. Foi sua amiguinha Chica quem me mandou aqui. Por ora é bom nos afastarmos desses vis ratos de esgoto. Pobre menino, tão valente, confie em Mário Hendon e em sua espada. Vamos! (afastam-se da cena)

POVO (quando Tomás e Hertford surgem no balcão): – Viva o príncipe! Viva!

(Ouve-se de repente um toque de trombeta. Faz-se completo silêncio.)

SENTINELA DOS PORTÕES: – Abram caminho para o mensageiro do rei!

OFICIAL MENSAGEIRO (exclama em voz bem alta): – O rei morreu!!

POVO (após um zunzum geral, pondo um joelho em terra, todos voltados para Tomás): – O rei morreu! Viva o rei!

(Tomás, espantadíssimo, olha para todos os lados e vê a própria corte de joelho em terra. Põe a mão na testa, pensando, e se volta para o conde de Hertford.)

TOMÁS (à parte, para Hertford): – Milorde, responda-me sinceramente, sob sua fé e honra! Se eu lhe der uma ordem que só um rei tem o privilégio de dar, essa ordem será cumprida e ninguém se levantará para dizer “não”?

HERTFORD: – Ninguém neste reino, senhor! Em sua pessoa reside a Majestade da Inglaterra. É o rei, e sua vontade é lei.

TOMÁS (com voz forte e firme): – Pois, a partir de hoje, o rei houve por bem determinar que sua lei é de clemência e não de sangue. Milorde Hertford! Vá depressa à Torre de Londres dizer que, por ordem do rei, o duque de Norfolk não morrerá!

(Enquanto o conde de Hertford sai para cumprir a ordem, passa um zunzum pela multidão, que ouviu a ordem dada, até que se ouve uma aclamação.)

2º BARQUEIRO (exclama em voz alta): – Acabou-se o reinado de sangue!

POVO: – Viva Eduardo, rei da Inglaterra!

 

escena 2

Eduardo, Mário Hendon; João Canty; o velho José.

Dentro da casinha de Mário Hendon. Eduardo dorme num modesto catre, enquanto Mário Hendon anda de um lado para o outro, falando consigo mesmo.

 

MÁRIO HENDON: – Por Deus, este pequeno mendigo privou-me da cama num gesto tão natural como se fosse dono de tudo… Em seu delírio, disse ser o príncipe de Gales… Pobre ratinho abandonado. Com certeza os maus tratos é que o deixaram neste estado. Ele enfrentou os barqueiros do Tâmisa com uma valentia… Vou educá-lo, tratar de sua enfermidade, serei seu irmão mais velho. Se alguém o insultar ou lhe bater, que prepare as costas, pois não as pouparei.

(Mário olha Eduardo dormindo e depois continua a falar consigo mesmo, enquanto João Canty se aproxima aos poucos da casa, espia e fica de tocaia.)

MÁRIO HENDON: – Quando ele se aproximou da bacia, eu lhe disse: “Fique à vontade.” E ele ali, parado, de mãos estendidas… E eu: “Falta-lhe alguma coisa?” E ele: “Ande, homem, quero lavar-me, ponha água aqui.” Obedeci, é claro, para não contrariá-lo em seu delírio. E ele: “Depressa, a toalha!” E eu passei-lhe a toalha. Por todos os santos, fiquei pasmo. Mas o jeito é fazer sua vontade, pobre doidinho… Ficou tão triste quando soube da morte do rei…

(Eduardo acorda, levanta-se e vai sentar-se a uma mesa. Mário faz o mesmo.)

MÁRIO HENDON: – E então, descansou?

EDUARDO (indignado): – Quê? Então você ousa sentar-se diante do rei?

MÁRIO HENDON (consigo mesmo): – E essa agora! Volta-lhe a loucura, agora adaptada ao grande acontecimento do dia. (fica de pé ao lado de Eduardo)

EDUARDO: – Se não me engano, você disse chamar-se Mário Hendon. Tem aspecto valente e nobre. É fidalgo?

MÁRIO HENDON: – Sim, Majestade, mas de baixa linhagem. Meu pai é baronete e se chama Ricardo Hendon. É um homem bom. Minha mãe morreu, e tenho dois irmãos: Artur, moço generoso, e Hugo, um grande invejoso, um canalha traiçoeiro.

EDUARDO: – Continue. Sua história é interessante.

MÁRIO HENDON: – Eu amava minha prima Edith, e Hugo a queria por causa de seu dinheiro. Então, ele armou uma tremenda traição, e fui acusado de querer raptar a moça. Exilaram-me de casa e da Inglaterra. Lutei nas guerras do continente, estive sete anos prisioneiro, fugi afinal, e agora, pobre de dinheiro e de roupas, estou a caminho de meu lar, a caminho do solar dos Hendon. Praza a Vossa Majestade, minha história terminou.

EDUARDO (indignado): – Você foi vergonhosamente traído, mas eu hei de lhe fazer justiça, palavra de rei! Você me livrou de ultrajes e talvez até me tenha salvo a vida e, com ela, a coroa. Merece uma recompensa por isso. Diga-me um desejo seu, e será concedido.

MÁRIO HENDON (à parte): – Santo Deus, pobre cabecinha, mas hei de curá-lo! (a Eduardo, após ter uma ideia): – O insignificante serviço que lhe prestei não vai além do dever de um súdito, mas…, já que me considera digno de recompensa, ouso rogar ao rei, por única mercê, que eu e meus descendentes tenhamos, para sempre, o direito de nos sentarmos diante de Sua Majestade, o rei da Inglaterra.

(Mário Hendon põe um joelho no chão. Eduardo se levanta, puxa da própria espada de Mário e toca em seu ombro com a folha da espada, solenemente.)

EDUARDO: – Levante-se, Sir Mário Hendon, eu o armo cavaleiro. Pode sentar-se diante do rei. Enquanto existir a Inglaterra, esse privilégio não será revogado.

MÁRIO HENDON (senta-se exausto e fala à parte): – Ideia magnífica a que tive. Minhas pernas não aguentavam mais…

(Eduardo bebe num cálice junto com Mário, depois volta a se deitar e a dormir.)

MÁRIO HENDON (cobrindo-o com sua capa): – Tenho uns negocinhos a resolver fora, mas logo estarei de volta. Durma em paz, irmãozinho.

(Mário Hendon sai. Logo entra João Canty, arrasta Eduardo para fora da cama, põe almofadas no lugar como disfarce e sai da casa com ele. A um canto da rua está sentado o velho José, fumando seu cachimbo. Ele ouve e vê a cena.)

JOÃO CANTY: – Venha logo com seu pai, menino endiabrado. Deixe-se de maluquices, que conheço essa cantiga.

EDUARDO: – Miserável mentiroso, quantas vezes vou ter de dizer que não sou seu filho?

(Eduardo sai de cena arrastado por João Canty. Logo em seguida, Mário chega de volta e entra em casa)

MÁRIO: – Pronto. Trouxe uma roupa completa para meu reizinho. (canta): “Paz e alegria! Paz e alegria!…” (descobre o menino e só encontra almofadas) Oh, céus, onde está o menino? (olha fora e vê o velho José): – José! Viu alguém entrar aqui?

VELHO JOSÉ (pachorrento): – Vi um brutamontes arrastando um menino, dizendo ser seu pai. O menino protestava, dizendo que não era. Menino valente! Foi, mas foi arrastado.

MÁRIO: – Por todos os santos, ele me falou nesse falso pai como sendo um bruto e assassino! Que direção tomaram?

VELHO JOSÉ (apontando com o cachimbo): – Foram por ali!

MÁRIO: – Ah, meu patrãozinho maluco, eu já gostava tanto de você… Pobre menino, eu o perdi tão depressa… Não! Pela Sagrada Escritura, nem que tenha de percorrer todo o país, hei de encontrá-lo! (sai, desesperado)

 

escena 3

Tomás e a corte, inclusive o duque de Norfolk; secretário, meirinho; mulher condenada, com sua filhinha.

Sala do trono. Entra Tomás acompanhado da corte. Senta-se no trono, com o conde de Hertford atrás para aconselhá-lo. Aproxima-se do trono o secretário.

 

SECRETÁRIO: – Majestade, venho prestar contas das despesas da casa do finado rei. Foram de 28.000 libras no último semestre.

TOMÁS (espantadíssimo): – 28.000 libras?!

SECRETÁRIO: – Mas temos 20.000 libras de dívidas. Os cofres reais estão quase vazios, e nossos mil e duzentos criados não têm recebido seus vencimentos.

TOMÁS: – Desse jeito, logo estaremos na miséria. É preciso mudar de regime e tomar imediatamente uma casa bem menor e dispensar toda essa gente que só faz lavar minhas mãos, passar-me a toalha, vestir-me, atar-me o guardanapo, como se eu fosse um boneco que não sabe usar os próprios dedos! Lembro-me perfeitamente de uma casinha que fica defronte do mercado de peixes… (pára, a um sinal do conde de Hertford, que há tempos vem tentando avisá-lo)

SECRETÁRIO: – Majestade, o Conselho reuniu-se e houve por bem doar a lorde Seymour 500 libras de terra e mais 800 libras de terra ao filho do conde de Hertford… dependendo do consentimento de Vossa Majestade.

TOMÁS: – Por todos os santos, não seria mais conveniente, em vez de desperdiçar tanto dinheiro, pagar as dívidas do finado rei? (outra pressão no braço feita por Hertford) Bem, está bem, está dado o consentimento. (o secretário dá dois passos para trás; Tomás abaixa a cabeça, desanimado, e fala consigo mesmo): – Que mal fiz eu a Deus para punir-me desta maneira, tirando-me do ar livre e da luz do sol e me enclausurando aqui, fazendo-me rei?…

(Nesse momento, ouve-se um vozerio do lado de fora, na rua, com som de tambores. Tomás ergue a cabeça, mais animado.)

TOMÁS: – Que se passa na rua, senhores? Alguma festa?

SECRETÁRIO: – Não é nada, Majestade. São duas criminosas a caminho do cadafalso, seguidas pelo povo. Uma mulher e sua filhinha condenadas à morte.

TOMÁS: – Que está dizendo? Uma mulher e uma criança condenadas à morte? Que sejam trazidas já à minha presença! Quero saber de tudo. É a ordem do rei!

(O secretário sai e volta acompanhado do meirinho e das condenadas.)

SECRETÁRIO: – Aqui estão elas, Majestade, acompanhadas pelo meirinho, que lhe dará explicações.

TOMÁS: – Que fizeram elas, meirinho?

MEIRINHO: – Majestade, tenho a honra de informar que elas são acusadas do mais hediondo dos crimes: venderam a alma ao diabo.

TOMÁS: – Elas confessaram?

MEIRINHO: – Não, mas os juízes as condenaram à forca por causa das provas.

TOMÁS: – Que provas? Conte tudo, meirinho!

MEIRINHO (soleníssimo): – Foram vistas à meia-noite nas ruínas de uma igreja. Elas e “ele”! E então, elas adquiriram poderes e, assim que tiraram as meias, sobreveio um terrível furacão, com funestas consequências para todo o país.

TOMÁS: – Não há dúvida, o caso é grave. (pensa) Mas… sofreram elas, também, as consequências do furacão?

MEIRINHO: – Oh, sim. Sua casa foi destruída, e sua família está desabrigada.

TOMÁS: – Parece-me que esta mulher já foi bastante castigada pelo mal que provocou. Vender a alma para obter semelhante resultado, só sendo louca, e os loucos não sabem o que fazem, portanto não são criminosos.

DUQUE DE NORFOLK (à parte, ao lorde Chanceler): – Se o rei está louco, que é o que dizem por aí, há muita gente poderosa precisando dessa loucura.

TOMÁS: – E, sempre que elas quiserem, podem provocar um furacão?

MEIRINHO: – Certamente, Majestade. É só algumas palavras serem pronunciadas e as meias tiradas. Assim disseram as testemunhas.

TOMÁS (levanta-se e dirige-se à mulher aterrorizada): – Mulher, exerça seu poder, ande! Quero ver um pequeno furacão, um que não cause muitos danos.

MULHER (de joelhos e de mãos postas): – Oh, meu senhor e rei, não tenho poder algum! Acusaram-me falsamente!

TOMÁS: – Não tenha medo. Não quero castigá-la, mulher. Só quero que provoque o furacão. Vamos, tire as meias, e ambas estarão livres.

MULHER: – Oh, senhor, não tenho esse poder, nem que fosse para salvar a vida de minha filhinha, mas se meu rei manda, obedeço.

(A mulher e a filha sentam-se no chão e tiram as meias. Instante de silêncio. Um zunzum de medo percorre a sala. Nada acontece.)

TOMÁS: – Boa criatura, você é inocente, está livre. Minha mãe também iria obedecer tão esquisita ordem se fosse para salvar minha vida. Vá em paz.

(A mulher se abraça com a filha, e as duas vão saindo com o meirinho.)

TOMÁS (a todos): – Ouçam todos! De hoje em diante, que ninguém mais seja condenado com provas tão mesquinhas e insensatas. Palavra de rei!

 

TERCEIRO ATO

Escena 1

Eduardo; corja de mendigos e ladrões (Chefe, Coruja, que usa um tapa-olho, Dick Pata-Choca, que usa muletas, Ratazana e Maria Fuleira; João Canty).

Galpão onde estão reunidos mendigos e ladrões, num vozerio, e dando saltos tipo capoeira. João Canty entra arrastando Eduardo.

 

EDUARDO: – Já disse que você não é meu pai e que eu sou o rei!

JOÃO CANTY (mais calmo): – Você está louco, não resta dúvida, e por isso não vou castigá-lo. Mas é bom que sua língua aprenda a ser mais cautelosa. Cometi um crime de morte e não posso voltar para casa. Preste atenção: mudei meu nome para João Hobbs, por precaução, e você agora é Jack. Guarde bem tudo isso. Agora diga: Onde estão sua mãe e suas irmãs? Elas não foram ao local combinado.

EDUARDO: – Não me aborreça com seus enigmas. Minha mãe já morreu, e minhas irmãs estão no palácio.

RATAZANA (dá uma risada ao ouvir Eduardo): – Há-há-há!

JOÃO CANTY: – Cale a boca, Ratazana! Não vê que meu filho perdeu o juízo? Não o provoque, mulher!

(João Canty e Ratazana conversam baixinho. Eduardo, afastando-se, senta-se num canto. Os outros quatro mendigos – o Chefe, Coruja, Dick Pata-Choca e Maria Fuleira, com colheres de pau, começam a comer de uma gamela só.)

CHEFE (grita, parando de comer): – Queremos uma dança! Vamos, Dick Pata-Choca! Vamos, Coruja!

(Dick Pata-Choca, que finge de aleijado das pernas, atira longe as muletas, e Coruja, que finge de cego de um olho, arranca o tapa-olho. Os dois começam a dançar e a cantar, com o coro dos outros. Quando o coro canta, os dois dançam.)

LOS DOS:
“Nós somos dois rendeiros irmãos.”
CORO:
“E perderam tudo então.”
LOS DOS:
“A fome nos mandou mendigar.”
CORO:
“Mendigar…”
LOS DOS:
“Porém a lei do meu país
isso não pode permitir.”
CORO:
“Mendigar…
Logo vem a lei castigar!”
LOS DOS:
“Com a letra E de escravos, então,

CORO:
“bem marcados já estão.”
LOS DOS:
“E já vendidos fomos os dois.”
CORO:
“E depois?”
LOS DOS:
“Depois o dono mal nos viu.
E cada um escapuliu.”
CORO:
“Mendigar…
Logo os irão enforcar!”

EDUARDO (erguendo-se do seu canto): – Não! Ninguém vai ser enforcado por mendigar! A partir de hoje, não existe mais essa lei!

CHEFE: – Quem falou aí atrás de você, Maria Fuleira? De quem é essa voz?

MARIA FULEIRA (tentando esconder Eduardo): – Sei lá! Você está vendo e ouvindo demais!

EDUARDO (aparece, valente e fala com dignidade): – Sou Eduardo, rei da Inglaterra! (gargalhada geral) Incivis! Ingratos! Então é esse o reconhecimento pela mercê real que acabo de prometer? (mais risadas)

CORUJA: – Ué! Quem é esse camaradinha novo?

JOÃO CANTY: – Companheiros, ele é meu filho; está louco, e louco varrido. Não lhe deem atenção; imagina ser o rei da Inglaterra.

EDUARDO: – Sou o rei, sim. Em tempo oportuno, você verá que não minto e será enforcado, pois confessou um crime de morte.

(João Canty avança para o garoto, que é defendido pelo Chefe.)

CHEFE (a João Canty): – Calma lá, homem! (a Eduardo): – Não ameace seus camaradas, menino; seja rei, se quiser, mas nada de traições. Todos aqui somos péssimas criaturas, mas nenhum de nós trairia seu rei. Camaradas, todos juntos: Viva o rei da Inglaterra!

TODOS: – Viva!

EDUARDO: – Obrigado, meu povo! (novas gargalhadas)

CHEFE (a Eduardo): – Acabe com essa brincadeira, garoto. Isso não é prudente. Se você quer ser rei, que seja, mas com outro título.

CORUJA: – Tantã 1º, rei dos Lunáticos!

TODOS: – Viva Tantã 1º, rei dos Lunáticos!

DICK PATA-CHOCA: – Vamos coroá-lo! (põe uma bacia na sua cabeça)

CORUJA: – O manto! (põe um pano velho em suas costas)

DICK PATA-CHOCA: – O cetro! (põe um ferro de solda em sua mão)

CORUJA: – O trono! (põe o garoto sentado numa barrica velha)

CHEFE (rindo, ajoelha): – Piedade para com seus escravos! Console-os com um pontapé real…

DICK PATA-CHOCA: – Não nos esmague com sua cólera, ó generoso rei!

CORUJA (ajoelha): – Cuspa em nós, para que os filhos de nossos filhos se orgulhem da misericórdia real!

(João Canty fica rindo de lado, meio preocupado consigo mesmo.)

MARIA FULEIRA: – Ora, seus marmanjos covardes! Deixem o garoto em paz!

RATAZANA: – É isso mesmo! Deixem o maluquinho malucar como quiser!

EDUARDO (à parte, olha o grupo ajoelhado): – Tive a intenção de ser generoso… e com que crueldade me tratam…

CHEFE (ergue-se): – Vamos, camaradas. Está na hora de lutarmos por nosso sustento (risadas). A caminho! Atenção: mão leve e fala macia! (saem todos)

 

escena 2

Coruja, Eduardo; mulher com leitão e seu companheiro; Mário Hendon.

Uma rua. Mulher, carregando um embrulho com um leitão, está de pé à espera do companheiro. Entra Coruja, puxando por Eduardo.

 

CORUJA (à parte, para Eduardo): – Trate de fazer o que estou mandando, pois são ordens de seu pai.

EDUARDO (à parte, para Coruja): – Nunca! Não vou ajudá-lo a roubar, não sou ladrão. Deixe a pobre mulher em paz.

CORUJA: – Ora, deixe-se de escrúpulos. Assim que o embrulho estiver em suas mãos, corra atrás de mim. Preste atenção!

(Coruja arrebata o embrulho das mãos da mulher distraída, atira-o nas mãos de Eduardo e dança em volta da mulher, fazendo gestos para que Eduardo corra. O companheiro da mulher chega, e Coruja foge.)

MULHER: – Ladrãozinho sem vergonha, devolva esse embrulho! É meu leitão!

EDUARDO: – Não precisa gritar, boa mulher, não fui eu que o roubei, aí está. (devolve-o)

MULHER: – Como não roubou se foi parar em suas mãos? Por acaso quer que eu acredite num passe de mágica?

COMPANHEIRO DA MULHER: – Vamos dar-lhe uma lição e levá-lo ao oficial de justiça. Quem rouba um leitão pesado como o nosso a lei manda que se enforque.

MULHER (horrorizada): – Enforcar? Uma criança? Ah, não, que horror!

COMPANHEIRO: – É a lei, mulher, é a lei. Vamos, peste de garoto! (arrasta-o)

EDUARDO (indignado): – Enforcar um menino só por causa de um leitão! Ó Inglaterra, como o rei lhe faz falta…

COMPANHEIRO: – Deixe o finado rei em paz, que foi quem fez a lei. Vamos!

MULHER: – Não, homem, deixe o menino ir embora; não quero que seja enforcado. É uma criança!

COMPANHEIRO: – Que criança nem meia criança. Vamos! Aqui, por qualquer coisa, cortam-se as orelhas de um, chicoteia-se o outro, enforca-se, queima-se na fogueira… Coisas corriqueiras, mulher. Vamos!

EDUARDO (deprimido): – Quanta coisa a ser mudada, meu Deus, Não posso esquecer-me, se viver até lá.

COMPANHEIRO (arrastando-o com brutalidade): – Vamos lá, seu ladrãozinho!

MULHER (puxa o menino para trás): – Oh, não, não!

MÁRIO HENDON (entra já de espada na mão): – Devagar, devagar! Fora daqui, vocês dois, se não quiserem travar conhecimento com minha espada!

(A mulher e seu companheiro fogem, assustados. Mário abraça Eduardo.)

MÁRIO HENDON: – Então, meu reizinho, até que enfim encontrei-o!

EDUARDO (com fala valente e digna): – Você demorou cruelmente, sir Mário Hendon, mas chegou bem a tempo.

MÁRIO HENDON (à parte): – Não é que meu louquinho não se esqueceu do título que me deu? Sir Mário… Ah, prefiro ser cavaleiro do reino dos Sonhos do que conde em certos reinos de verdade… (a Eduardo): – Vamos, meu rei querido!

EDUARDO: – Para onde?

MÁRIO HENDON: – Para minha casa! Para o solar dos Hendon! Meu pai, meus irmãos e lady Edith vão ficar loucos de alegria com minha chegada (apontando para a plateia) Olhe lá a estalagem, ali adiante a igreja; aquele bosque é o parque de meu pai… As torres, as torres do solar já se avistam daqui, está vendo? Vamos! (os dois saem)

 

QUARTO ATO

Escena 1

Mário Hendon, Eduardo; Hugo Hendon, dois criados, guarda; lady Edith.

Solar dos Hendon. Solene criado abre a porta ou faz gesto de permitir a entrada aos dois recém-chegados. Hugo escreve sentado a uma mesa.

 

MÁRIO HENDON (entra, animado): – Hugo! Sou eu, Mário! Abrace-me, querido irmão, e diga que está contente por me ver de volta!

HUGO (ergue-se e disfarça seu espanto): – Parece que sofre do juízo, forasteiro. Pelo seu aspecto, deve ter sofrido padecimentos e privações. Por quem me toma?

MÁRIO: – Claro que o tomo por meu irmão Hugo Hendon.

HUGO: – E quem é você, ou quem imagina ser?

MÁRIO: – Então não está reconhecendo em mim seu irmão Mário?

HUGO: – Isto é uma brincadeira. Então os mortos podem ressuscitar? Assim Deus o permitisse… Deixe-me examiná-lo (olha-o da cabeça aos pés) Oh, que decepção cruel. Não é nosso querido Mário. A carta que recebemos era mesmo verdadeira.

MÁRIO (agitado): – Mas, como? Que decepção? Eu sou Mário Hendon. E que carta foi essa?

HUGO: – A que veio de além-mar, relatando a morte de meu irmão em combate…

MÁRIO: – É falsa. Chame o pai. Ele me reconhecerá.

HUGO (indiferente): – Não se pode chamar um morto.

MÁRIO (dando dois passos para trás e pondo a mão no rosto): – Morto? Morto, meu pai? Que coisa dolorosa, Santo Deus! Já perdi metade de minha alegria. Por favor, chame nosso irmão Artur. Ele há de me reconhecer e me consolar!

HUGO (cada vez mais duro): – Artur também já morreu.

MÁRIO (apoia-se na mesa): – Não é possível, ambos mortos, infeliz de mim… Ah, por caridade, não me diga que lady Edith também…

HUGO: – Morreu? Não, ela está viva.

MÁRIO: – Deus seja louvado, deixe-me vê-la, depressa. Ela me reconhecerá. Traga-a e traga os antigos criados de meu pai. Eles também saberão quem sou.

HUGO (rindo disfarçadamente): – Com exceção de cinco, Pedro, Halsey, Davi, Bernardo e Margarida, todos os antigos deixaram a casa. (sai)

MÁRIO (a Eduardo): – Os vinte e dois leais servidores foram mandados embora. Ficaram os cinco canalhas… Hugo continua o traidor de sempre…

EDUARDO: – Não se absorva em seu infortúnio, homem. Há mais gente no mundo cuja identidade é contestada e ridicularizada. Você não está só.

MÁRIO (um pouco sem graça): – Ah, meu rei… Não me condene. Não sou um impostor. Aqui nasci e aqui me criei. Ela o confirmará.

EDUARDO: – Não duvido de você.

MÁRIO: – Oh, obrigado, do fundo do coração!

EDUARDO: – E você? Duvida de mim?

(Mário não sabe o que responder, mas nesse momento Hugo torna a entrar, com Edith pela mão, a qual vem triste, de olhos no chão.)

MÁRIO (corre ao seu encontro): – Oh, minha querida Edith…

HUGO (a Edith, afastando Mário): – Olhe-o bem. Conhece este homem?

EDITH (ergue lentamente os olhos): – Não. Não o conheço.

(Mário cai sentado na cadeira. Hugo chama o criado da porta e mais outro.)

HUGO (aos criados): – E vocês? Conhecem este homem?

1º CRIADO: – Nunca o vi, senhor.

2º CRIADO: – Eu também não.

HUGO (a Mário): – Como vê, deve ter havido algum equívoco. Ninguém o reconhece. Nem mesmo minha esposa.

MÁRIO (agarra Hugo pelo pescoço): – Sua esposa? Ah, mas eu reconheço você, coração de raposa! Já entendi tudo! Você forjou a carta que noticiava minha morte, roubou-me a noiva e se apoderou de meus bens! Fora daqui, miserável, para que eu não me envergonhe de sujar minha espada com sangue desprezível!

HUGO (acovardado, meio sufocado, grita aos dois criados): – Agarrem este forasteiro e ponham-no a ferros. É um assassino!

2º CRIADO: – Mas ele está armado, senhor, e nós não!

HUGO (grita pelo guarda): – Guarda! Prenda os forasteiros! Ao cárcere com eles!

(Entra o guarda e, ajudado pelos dois criados, luta com Mário e o segura.)

MÁRIO: – Espere e verá, Hugo Hendon. Sou senhor deste solar. Espere e verá!

EDUARDO (refletindo): – Estou achando tudo isso muito estranho…

MÁRIO: – Que nada! Desde o berço que ele sempre foi um refinado patife.

EDUARDO: – Não, não é a ele que me refiro. O que acho estranho é que não tenham, até hoje, dado por falta do rei…

MÁRIO (à parte): – Pobre cabecinha tonta… (a Eduardo): – Tem razão, meu rei.

(Os dois vão sendo levados para fora da cena pelo guarda e pelos criados.)

 

escena 2

Mário Hendon, Eduardo, guarda, dois criados; lady Edith; Hugo, velha Rebeca.

Cárcere do solar dos Hendon. Mário e Eduardo são largados no chão pelo guarda e pelos criados. Depois que esses três saem, lady Edith entra sorrateiramente.

 

EDITH (aflita e ansiosa): – Mário!

MÁRIO (aliviado): – Oh, Deus seja louvado! Não acreditei, nem por um minuto, que você não me tivesse reconhecido.

EDITH: – Oh, meu amor! E eu que a princípio pensei que você tivesse morrido. Depois, descobri tudo, mas já havia sido apanhada na armadilha das mentiras.

MÁRIO: – Que trama nos teceu o destino! Mas nós havemos de dar um jeito!

EDITH: – Silêncio! Cuidado. Vim aqui escondida, Hugo não pode saber. Ele é um terrível tirano. Ninguém melhor que eu, sua escrava, pode dizer isso. Agora, ouça. Hugo pretende matá-lo, Mário. Subornei o carcereiro, um pobre coitado. A mulher dele vai substituí-lo e ficar de guarda. É nossa velha babá, a Rebeca. Ela tem muita coragem e vai ajudar na fuga de vocês dois.

MÁRIO: – Fugir? Mas tenho de reivindicar meus direitos! E você, minha querida prima, nas mãos desse homem cruel…

EDITH: – Por enquanto, não pense nisso. Mais tarde, mais tarde. Agora é preciso que você desapareça daqui. Adeus! (vai saindo, livrando-se das mãos de Mário)

MÁRIO (gemendo): – Ai, Edith! Que infelicidade! Que me falta acontecer?

EDUARDO: – Por Deus, homem, acalme-se. Que significa sua infelicidade em comparação com a desgraça de uma nação sem rei? Então não lhe parece estranho que os arautos não percorram o país de norte a sul à minha procura?

MÁRIO (olha o menino ternamente): – Tem razão, meu rei, eu tinha esquecido…

EDUARDO: – Pois obedeça e faça o que lhe foi aconselhado. Eu hei de ser coroado rei, e então farei com que você recupere seus direitos e seus domínios. Saberei recompensá-lo muito bem por seus dedicados serviços.

MÁRIO (caminhando e falando consigo mesmo): – Às vezes ele parece mesmo um rei falando, todo tempestade e relâmpago. De onde lhe vieram tais maneiras?

HUGO (entra com a velha Rebeca): – Abra esses olhos decrépitos e veja quem é esse vilão. Reconhece nele meu irmão Mário?

REBECA: – O miserável ali? Nunca vi. Ele diz que é seu irmão? Se eu fosse o senhor, pegava esse tratante e… (imita um enforcamento, na ponta dos pés)

HUGO (rindo): – Não é má ideia, velha Rebeca. Pois tome bem conta desses dois, que o carcereiro seu marido hoje está doente. Um preguiçoso, é o que ele é. (sai)

REBECA (abaixando-se junto a Mário): – Deus seja louvado, que meu menino está de volta. E eu, que o julgava morto…

MÁRIO (estende-lhe as mãos, aliviado): – Minha boa Rebeca, que alegria e que consolo vê-la… Mas, conte-me, como morreu meu pai?

REBECA: – Ah, senhor, seu coração se abalou muito com a morte de Artur. Mas, ao chegar a carta que anunciava sua morte, senhor Mário, ele piorou e quis que sir Hugo e lady Edith se casassem. Depois… morreu. O casamento dos primos não foi feliz, pois lady Edith descobriu o rascunho da falsa carta, que sir Hugo forjou. Ele, por sua vez, revelou-se mais cruel e tirânico. Todos lhe têm horror.

MÁRIO: – Como filho mais velho, sou o verdadeiro senhor destes domínios.

REBECA: – Por enquanto, ninguém pode fazer nada a não ser o rei; e dizem que o rei está louco. Mas quem toca nesse assunto se arrisca à pena de morte.

EDUARDO (ergue-se, espantado): – Rei, louco? Que rei, boa mulher?

REBECA: – Ora, menino, Sua Majestade sacratíssima o rei Eduardo VI, que Deus o preserve. Louco ou não, é muito querido, pois salvou da morte o velho duque de Norfolk e tem revogado leis cruéis que oprimem o povo. Ele será coroado daqui a dois dias, e sir Hugo e lady Edith irão vê-lo depois, no palácio.

EDUARDO (imerso em pensamentos): – Não posso entender tamanho disparate!

REBECA: – Nem é hora disso. Tenho mais é que tirá-los daqui já. Andem! Este calabouço secreto tem uma saída para o bosque. (mostra) Vão por aí. Adeus!

MÁRIO: – Adeus, minha boa Rebeca. Eu voltarei, você verá. Deus a abençoe!

EDUARDO (já altivo e decidido): – Sim, adeus, boa mulher! E vamos rápido, sir Mário, pois tenho muito que fazer, o tempo é curto, e a viagem, longa.

MÁRIO: – Viagem? Para onde, meu pequeno rei?

EDUARDO: – Para Londres, fiel cavaleiro. Para Londres! E sem demora!

 

QUINTO ATO

Escena 1

Povo; conde de Hertford, lorde São-João, Tomás; sua mãe, Beth, Nina e Chica.

Diante dos portões do palácio. Tomás surge no balcão com o conde de Hertford e o lorde São-João. O povo aclama o rei a ser coroado. A um sinal de Hertford, Tomás acena para o povo que se comprime na rua.

 

POVO: – Deus salve Vossa Majestade!

TOMÁS: – Agradeço-lhes de todo o coração! Deus também os salve a todos!

POVO: – Viva nosso rei! Liberalidade! Liberalidade!

(A um sinal de Hertford, Tomás atira um punhado de moedas. O povo as apanha, com gritos de alegria. Aproxima-se a mãe de Tomás, com Beth, Nina e Chica.)

MÃE DE TOMÁS (desesperada): – Meu filho! É meu filho! É esse, não é o outro!

(Tomás, atônito, estende-lhe as mãos; a mãe, porém, perde-se na multidão.)

CHICA (à mãe de Tomás): – Foi como eu lhe disse, dona Maria. Foi justamente como eu lhe disse. E agora já sabemos quem deveria estar no lugar dele. Tenha fé. Vou procurar o outro. Não desanime, porque eu também quero de volta nosso querido Tomás. Sem ele, minha vida não tem a menor graça. Vá para minha casa com Nina e Beth e espere lá. Tudo há de se esclarecer! (Chica sai)

TOMÁS (de cabeça baixa): – Ó meu Deus, faça com eu me liberte deste cativeiro…

POVO: – Viva Eduardo da Inglaterra! Liberalidade! Liberalidade!

HERTFORD: – Meu rei, a ocasião é imprópria para melancolias. O povo observa sua cabeça inclinada e o olhar tristonho. Erga a cabeça e sorria. (Hertford atira mais um punhado de moedas; todos gritam de alegria e as apanham.)

LORDE SÃO-JOÃO: – Ó augusto soberano, afaste esse mau humor. Os olhos do povo estão fixos em Vossa Majestade. Eu bem vi aquela mendiga que se aproximou gritando. Maldita seja ela, pois entristeceu Vossa Majestade…

TOMÁS (tristemente): – Era minha mãe.

HERTFORD: – Meu Deus, meu Deus! Está louco outra vez!

(Tomás, Hertford e lorde São-João saem do balcão, e o povo se dispersa e sai.)

 

escena 2

Tomás, lady Jane, lady Elisabeth, Hertford, Norfolk, lorde Chanceler, lorde São João; o oficial mensageiro, o secretário; o arcebispo de Cantuária, dois guardas da abadia; Eduardo, Chica.

Abadia de Westminster. Do lado de fora, a um canto da cena, Chica anda de um lado para o outro, afobada, até que finalmente avista Eduardo chegando.

 

EDUARDO: – Recebi seu recado já na ponte. Você é a melhor amiga que alguém pode ter. Que sorte tem o seu querido Tomás!

CHICA: – Depressa! Você chegou em cima da hora! Não há mais tempo a perder!

EDUARDO: – Vamos dar a volta, que sei o caminho para entrar sem ser visto.

(Os dois saem. Dentro da abadia, damas e nobres vão entrando e se colocando, cada um com sua coroazinha na mão, para a hora da coroação simultânea. Em cada canto da abadia há um guarda. Em seguida, ao som de sinos ou de música solene, entra Tomás, acompanhado pelo secretário e pelo oficial mensageiro, que logo o cobrem com um longo manto e o encaminham para o local da coroação. Tomás, aflito, vê aproximar-se o arcebispo de Cantuária. Este toma nas mãos a coroa da Inglaterra, que está pousada numa almofada, sobre um pedestal, leva-a até a cabeça do falso rei e a mantém suspensa sobre ela. Os nobres também mantêm suas coroazinhas suspensas sobre as próprias cabeças. Cessa o som dos sinos, ou a música. Silêncio. Nisto, surge Eduardo, mal vestido, que percorre depressa a nave da abadia, com altivez. À sua frente, avança Chica, falando alto.)

CHICA: – Parem já com a cerimônia, senhores! Parem já, que o rei vem vindo!

HERTFORD: – Como, vem vindo? Que disparate é este? E como entrou aqui esta menina tão mal vestida?

CHICA: – Desculpem, senhores, mas eu entrei para trazer o rei.

TOMÁS (contentíssimo): – Chica! Foi Deus quem mandou você aqui!

(Murmúrio geral. Eduardo avança e ergue a mão, com autoridade.)

EDUARDO: – Não ponham a coroa da Inglaterra na cabeça errada! Eu sou o rei!

TOMÁS (ao ver várias pessoas indignadas avançarem para o menino): – Deixem esse menino e ouçam o que ele diz! Ele é o rei!

NORFOLK: – O rei?

LORDE SÃO-JOÃO: – Que rei?

LORDE CHANCELER: – Será que estamos todos sonhando?

LADY ELISABETH: – Afinal, que se passa?

LADY JANE: – Sim, que se passa?

HERTFORD (a Eduardo): – Não importune Sua Majestade! A enfermidade novamente o faz sofrer. (aos guardas): – Guardas! Prendam este vagabundo!

TOMÁS (ao ver os guardas avançarem): – Desgraçado de quem o tocar! Ele é o rei! (ajoelha-se diante de Eduardo, que solenemente se aproxima do local da coroação): – Ó meu senhor e rei! Permita que o pobre Tomás Canty seja o primeiro a lhe jurar fidelidade! Aí está sua coroa (aponta para a coroa nas mãos do arcebispo). Ponha-a na cabeça e entre na posse de seus direitos!

(Tendo os dois se aproximado um do outro, a semelhança entre ambos é notada.)

LORDE CHANCELER (a lorde São-João): – São parecidíssimos os dois!

LORDE SÃO-JOÃO (a lorde Chanceler): – De fato, há uma estranha semelhança…

HERTFORD (a Eduardo): – Gostaria de lhe fazer algumas perguntas.

(Os dois conversam em voz baixa, junto com Norfolk e os dois lordes. Silêncio.)

NORFOLK: – É espantoso. Ele descreve com precisão todos os aposentos do palácio e responde com exatidão perguntas sobre o finado rei e as princesas.

LADY JANE: – É maravilhoso…

LADY ELISABETH: – É inacreditável…

ARCEBISPO: – É estranhíssimo!

CHICA: – Mas é verdade da mais verdadeira! (ela então vai para um cantinho)

HERTFORD: – É um perigo para o Estado e para nós cometermos um engano agora. É preciso uma prova mais consistente. Esperem! (pára para pensar e dirige-se a Eduardo): – Onde está o Grande Sinete? Responda-me exatamente, e o enigma estará resolvido, pois só o príncipe de Gales sabe de seu paradeiro. A coisa tão insignificante estão suspensos trono e dinastia.

EDUARDO: – Não vejo dificuldade alguma nisso a que chamam de enigma. (com desembaraço e autoridade volta-se para lorde São-João): – Milorde São-João, vá ao meu gabinete, no palácio. No canto à esquerda perto da porta de entrada, um pouco acima do chão, há na parede um prego com a cabeça de cobre. Aperte-a, e logo se abrirá um pequeno cofre, onde se encontra o Grande Sinete. Traga-o aqui!

(Lorde São-João, pasmo por ter sido reconhecido pelo menino, ainda aguarda ordem de Tomás, que lhe fala com severidade.)

TOMÁS (a lorde São-João): – Por que hesita? Não ouviu a ordem do rei? Vá!

(Lorde São-João sai apressadamente; se possível dá uma volta pela plateia. Alguns momentos de pesado silêncio. Enquanto isso, diante da certeza tão firme de Eduardo, os outros nobres vão-se aproximando dele e se afastando de Tomás, que fica isolado. Lorde São-João retorna e se dirige a Tomás.)

LORDE SÃO JOÃO: – Majestade, lá não achei o Sinete.

(Os nobres tornam a se afastar de Eduardo e a se aproximar de Tomás.)

HERTFORD (grita, feroz): – Atirem esse mendigo na rua! É um impostor!

TOMÁS (aos guardas, que avançam): – Para trás! Quem o tocar responde com a própria vida!

LORDE CHANCELER (a lorde São-João): – Milorde procurou bem? Impossível sumir um objeto tão volumoso como esse Sinete… uma argola de ouro maciço…

TOMÁS (animado, interrompe-o): – Uma argola de ouro maciço? É mesmo? O Sinete é redondo? Grosso? Tem letras e inscrições gravadas?

NORFOLK: – Sim, Majestade.

TOMÁS: – Agora sei o que é o Grande Sinete, causa de tanta procura e confusão. Se me tivessem descrito antes, já há três semanas que o teriam nas mãos. Ainda bem, afinal. Sei onde está, mas não fui eu quem o guardou lá pela primeira vez.

NORFOLK: – Quem foi então, senhor?

TOMÁS: – Esse que aí está, o verdadeiro rei da Inglaterra. Lembre-se, meu rei; force um pouco a memória. Foi a última coisa que fez quando deixou o palácio, vestido com meus farrapos, para ir castigar a sentinela que me maltratou.

EDUARDO (pensa um instante): – Milordes e cavalheiros, se desejam despojar o verdadeiro rei de todos os seus direitos por falta dessa prova, não posso impedi-lo, pois me falha a memória.

TOMÁS: – Que loucura, meu rei! A causa não está perdida. Escute! Vou lembrar-lhe passo a passo aquela manhã. Falei-lhe de minha família e das brincadeiras que fazíamos no Beco do Lixo. Então, decidimos trocar de roupa e, olhando no espelho, reparamos que éramos parecidíssimos. Nisto, Vossa Majestade viu em minha mão o machucado que a sentinela me fez e ia saindo para castigá-la. Ao passar pela mesa, pôs os olhos no Sinete e olhou em volta, como quem procura um lugar onde deixá-lo, e seus olhos caíram na…

EDUARDO (que fazia “sim” com a cabeça a cada passo da lembrança): – Basta! É suficiente! Deus seja louvado! Depressa, meu bom lorde São-João, na estante de livros do meu gabinete, atrás das obras gregas e latinas!

TOMÁS: – Isso mesmo, meu rei! Agora o cetro da Inglaterra lhe pertence, e é melhor, para quem deseje disputá-lo, que tenha nascido mudo! Depressa milorde São-João, ponha asas nos pés!

(Lorde São-João torna a sair e, após momentos de intenso zunzum no ambiente, volta empunhando bem alto o Grande Sinete.)

TODOS: – Viva o verdadeiro rei!

TOMÁS: – Agora, ó meu rei e senhor, retome estes trajes reais e consinta que o pobre Tomás, seu servo, vista de novo esses horríveis andrajos.

HERTFORD (asperamente): – Prendam imediatamente este pequeno farsante e encerrem-no na torre!

CHICA (aflita e corajosa): – Oh, não! Não permita esse crime, senhor meu rei!

EDUARDO: – Ela tem razão. Não consinto nisso. Se não fosse ele, eu não teria recobrado a coroa. Que ninguém levante a mão contra o pequeno! Além do mais, pelo que pude perceber, ele foi forçado a ser príncipe e rei contra sua vontade. (a Tomás): – Mas , diga, meu bom Tomás, como você se lembrou do lugar onde estava o Sinete?

TOMÁS (meio sem graça): – Ah, meu rei, é que todos os dias eu me servia dele.

EDUARDO: – Você se servia dele sem saber o que era?

TOMÁS: – É. Nunca me descreveram o objeto, Majestade.

EDUARDO: – E você o usava para quê? (silêncio) Vamos, não tenha medo. Você usava o Grande Sinete da Inglaterra para quê?

TOMÁS: – Para quebrar nozes…

(Gargalhadas. Reinicia-se a cerimônia da coroação. Som de sinos ou música. Passam para os ombros de Eduardo o manto da coroação, ocultando-se os andrajos. Tomás vai para junto de Chica. Os dois assistem, de mãos dadas.)

 

escena 3

Mário Hendon; garoto filho de nobres, Maria Rosa; sentinela do palácio; Eduardo, Lady Jane e lady Elisabeth, Norfolk, Hertford, lorde São-João e lorde Chanceler; secretário, oficial mensageiro; Hugo Hendon, lady Edith; Tomás.

Rua (proscênio) e sala do trono do palácio real. Mário Hendon está na rua. Fala consigo mesmo, anda de um lado para o outro, às vezes para de andar.

 

MÁRIO HENDON: – Onde será que foi parar o meu reizinho do país dos Sonhos? O novo rei da Inglaterra já foi coroado, pois ouvi a música (ou os sinos) do lado de fora da abadia. Mas… e o meu reizinho? Não adianta pensar nisso agora. Tenho de falar com sir Humphrey Marlow, velho amigo de meu pai, para tentar reaver meus direitos. Mas, como entrar no palácio com estes trajes? (cala-se e anda)

GAROTO FILHO DE NOBRES (saindo do palácio com uma amiga): – Olhe ali, Maria Rosa! Quero ser mico de circo se aquele vagabundo não é o tal cavaleiro empobrecido, por quem Sua Majestade está tão aflito. Até nos trajes corresponde à descrição.

MARIA ROSA: – É mesmo! Só por milagre é que Deus faria outro igual.

MÁRIO HENDON (vê que saem do palácio e se aproxima): – Vocês por acaso frequentam o palácio?

GAROTO: – Sim, senhor.

MÁRIO HENDON: – Conhecem então sir Humphrey Marlow?

MARIA ROSA (à parte, ao garoto): – Oh, ele quer falar com meu falecido pai!

GAROTO (à parte, a Maria Rosa): – Fique quieta! (a Mário): – Conhecemos, sim.

MÁRIO HENDON: – Seria possível levar-me até ele?

MARIA ROSA (à parte, ao garoto): – E agora?…

GAROTO (à parte, a Maria Rosa): – Agora, vamos levá-lo diretamente ao rei. (a Mário): – Acho que o melhor é entrarmos no palácio, senhor.

MÁRIO HENDON: – Isso. Assim falarei com sir Marlow.

GAROTO (consigo mesmo): – Hum…

SENTINELA DOS PORTÕES DO PALÁCIO (parando-os): – Alto! Esse homem maltrapilho deve ser um malfeitor, menino.

GAROTO: – Eu assumo a responsabilidade, sentinela. Deixe-nos passar.

SENTINELA: – Primeiro, preciso revistá-lo.

MÁRIO HENDON (sendo revistado): – Meu Deus, permita que ele ache qualquer coisa, dinheiro, alimento, pois eu não achei nada, por mais que procurasse.

SENTINELA: – Pode entrar, contanto que não seja mais um pretendente à coroa.

MÁRIO (vai entrar, quer parar, mas o garoto o empurra): – Que foi que ele disse? Pretendente à coroa? Sou Mário Hendon, ouviu? Filho de sir Ricardo Hendon!

GAROTO (à parte, a Maria Rosa): – É ele mesmo! (a Mário): – Vou levá-lo direto ao rei, senhor!

MÁRIO (espantado): – Direto ao rei?! (eles entram no salão)

(Eduardo está sentado no trono, com Tomás perto dele e a corte em volta. O garoto deixa Mário a meio caminho e vai cochichar no ouvido do rei. Mário vai andando devagar, perplexo.)

MÁRIO (consigo mesmo): – É ele! É ele mesmo! Meu reizinho do país dos Sonhos sentado no trono da Inglaterra. E eu que não acreditava… Mas… será ele mesmo? Será que esse rosto é mesmo o dele? Tenho de me livrar dessa dúvida de algum jeito. (olha em volta) Já sei. Ou tudo ou nada! (pega uma cadeira num canto e senta-se diante do rei)

(Um zunzum geral de indignação. Hertford agarra Mário pelo ombro.)

HERTFORD: – De pé, pobretão imprudente! Como ousa sentar-se diante do rei?

EDUARDO VI (ergue a mão): – Não toquem nele! Ele está no seu direito! (zunzum de espanto) Ouçam todos! Este homem é sir Mário Hendon, meu fiel e bem-amado servidor, cuja valente espada salvou seu príncipe de tormentos e talvez da morte. Por ordem do rei, ele é cavaleiro, par da Inglaterra e duque de Kent, e receberá os bens ligados à sua dignidade. Mais ainda. Foi por concessão real que ele se valeu do privilégio de se sentar diante do rei, privilégio que doravante pertence aos chefes de sua linhagem, de geração em geração.

HUGO HENDON (afasta-se de Edith e dirige-se ao rei): – Mas… Majestade… isso é um desrespeito!

EDUARDO VI (ergue a mão e aponta Hugo aos nobres): – Senhores, que este ladrão seja despojado dos bens e dos títulos que usurpou de seu irmão!

HUGO (dá uns passos, meio tonto): – Oh, não! Não, Majestade! Assim perderei todo o poder que tenho sobre meu feudo. O poder… (cai ao chão)

NORFOLK (abaixa-se sobre ele): – Majestade, o homem está morto.

MÁRIO (abaixa-se também): – Pobre infeliz… Apesar de tudo, era meu irmão. (acerca-se de Edith e a conforta): – Edith!…

EDUARDO VI: – Senhores, falou a voz do destino. Sua própria ira e sua própria ambição o mataram. Levem-no daqui. (o secretário e o oficial mensageiro o levam)

EDITH (a Mário): – A justiça divina é terrível, Mário.

EDUARDO VI: – Lady Edith, conheço sua triste história, mas agora sossegue seu coração. (à corte): – Ouçam todos! Passado o período regulamentar de luto, é meu desejo que sir Mário Hendon se case com lady Edith.

(Em seguida, o rei acena chamando Tomás, que se aproxima do rei e se ajoelha.)

EDUARDO VI: – Tomás, já sei de tudo o que lhe aconteceu aqui, e estou contente com você, pois governou com dignidade e clemência verdadeiramente reais. Encontrou sua mãe e suas irmãs?

TOMÁS: – Sim, Majestade, graças à minha boa amiga Chica fui levado até elas.

EDUARDO VI: – Pois vamos cuidar de todos vocês, meu amigo. (a Norfolk) – Agora, fale, milorde Norfolk!

NORFOLK: – Saibam todos que é da vontade do rei que, daqui por diante, os meninos do asilo da Igreja de Cristo não recebam só o alimento do corpo, mas também o do coração e da inteligência. O rapaz aqui presente (indica Tomás) ali residirá e ocupará o primeiro lugar no grupo honrado dos diretores. Em razão de ter sido rei, são-lhe devidas homenagens especiais. Atentem para suas roupas. Ninguém terá o direito de se vestir do mesmo modo, pois essas roupas lembrarão ao povo que ele foi rei por algum tempo, e todos devem respeitá-lo e saudá-lo. Ele está sob a proteção do trono e sob a salvaguarda da coroa.

EDUARDO VI: – Aí está, meu caro Tomás. Assim será. E, doravante, hei por bem conceder-lhe o título glorioso de pupilo do rei!

(Tomás, solenemente, de joelho em terra, beija a mão do rei. A peça pode terminar com aclamações e com o povo se aproximando dos portões e cantando “Paz e Alegria!”)

 

FINAL

 

Sobre a escolha e envio da peça

Para escolher uma peça com objetivo pedagógico, estude bem que tipo de vivência seria mais importante para fortalecer o amadurecimento de seus alunos. Será um drama ou uma comédia, por exemplo. No caso de um musical, é importante que a classe seja musical, que a maioria dos alunos toquem instrumentos e/ou cantem. Analise também o número de personagens da peça para ver se é adequado ao número de alunos.

Enviamos o texto completo em PDF de uma peça gratuitamente, para escolas Waldorf e escolas públicas, assim como as respectivas partituras musicais, se houver. Acima disso, cobramos uma colaboração de R$ 50,00 por peça. Para outras instituições condições a combinar.

A escola deve solicitar pelo email [email protected], informando o nome da instituição, endereço completo, dados para contato e nome do responsável pelo trabalho.

 

 

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